La mujer-bebé, prototipo clásico

Múltiples, variados, pintorescos, tristes, sádicos y, en cualquier caso, infinitos son los mecanismos que la sociedad ha utilizado y utiliza para controlar a las mujeres. Algunos ejemplos son la valoración de la virginidad en relación con su estatus social, la condena de su goce sexual para fiscalizar su cuerpo, el menosprecio a las actividades ejercidas por ellas de manera tradicional (labores domésticas, prostitución…) como fórmula implacable contra el reconocimiento social y el enriquecimiento, etc. Se trata de un hecho común a casi todas las culturas del mundo. No importa la fórmula, que a veces resulta incluso opuesta de un país a otro, el fin es siempre el mismo. Por ejemplo, existieron tribus durante el Medievo en Asia cuyas mujeres se tatuaban pequeñas señales en la piel de los brazos que informaban sobre la cantidad de experiencias sexuales que hubiesen tenido en el pasado. A mayor número de tatuajes, mayor experiencia y, por consiguiente, mayores posibilidades de encontrar un marido más rico que le otorgase una mejor posición social. Una vez más es el hombre quien da la posición a la mujer si bien el canon es opuesto al occidental que dice: a mayor pureza, mayor virtud. Y así, podemos seguir con multitud de casos: la depilación en Europa en los años 60 era un signo de opresión contra las mujeres, las feministas dejaban florecer sus axilas como protesta ante lo que consideraban una tortura machista. Hoy día, en cambio, en Marruecos, muchas mujeres casadas se ven obligadas a dejarse crecer el entrecejo y el bigote porque sus maridos opinan que es un signo de coquetería con los desconocidos el acicalarse, maquillarse o depilarse el rostro si éste va al descubierto.

Surgen así polémicas absurdas como la abolición del burka en Europa (mientras las monjas de clausura viven recluidas y controladas por una entidad machista donde las haya) o la abolición de la prostitución (ante el miedo de que las mujeres accedan al dinero de forma rápida, privilegio casi siempre masculino). Es por todo ello que os propongo plantearos cuestiones como estas: un señor que especula con la construcción de viviendas se hace rico en pocos años y goza del prestigio y la admiración social por su habilidad en los negocios, a pesar de que ha jugado con un bien básico. Nadie se planteará quitarle la custodia de sus hijos y ni por asomo se le juzgará mal si realiza su trabajo de forma pública y a cara descubierta. En cambio si una mujer se prostituye y gracias a ello alcanza un nivel económico alto en poco tiempo, deberá enfrentarse al estigma social.

Sueño con un mundo donde las mujeres, por fin, dejemos de ser consideradas niñas.

Las riads en Marruecos

Está muy feo eso de generalizar, debemos dirigir nuestro pensamiento de una manera pura y sin prejuicios, mirando a cada persona de frente y con valentía, con los ojos de un/a niño/a. Eso es lo que deberíamos hacer pero nunca hacemos. Pensando en ese tipo de afirmaciones creo que puedo decir que Marruecos sacó lo mejor y lo peor de mí porque ¿cómo no generalizar en un país cuya población está dividida en ricos y pobres, en blancos y árabes, en árabes y bereberes, en europeos y africanos…? Y, sobre todo, ¿cómo no seguir con la clasificación que cada día condiciona tu vida, determina en qué lugar trabajas, cuánto ganas, a qué lugares puedes ir a divertirte? Marruecos me impuso el ritmo del prejuicio y no pude hacer más que aceptarlo. Por eso si os hablo de los dueños de las riads como europeos pseudo hippies con algo de pasta ahorrada que vienen a Marruecos a multiplicar su dinero a costa de la mano de obra barata me diréis que peco de racista y tendréis vuestra parte de razón. De todo hay en la viña del Señor, vale, alguno bueno habrá, eso sí, no podréis rebatirme esta afirmación: en los dos años que viví en Marruecos nunca encontré una sola riad gestionada por europeos donde los marroquíes encargados del mantenimiento gozaran de un sueldo mayor al de 200 o 250 € mensuales (y conste que tiro por lo alto). Por seguir con cifras y para que os hagáis una idea de lo que eso supone, el alquiler de una vivienda de dos dormitorios en Marrakech en un barrio popular como Daoudiate, cuesta una media de 400 € mensuales. Las jornadas de trabajo según la ley marroquí pueden ser hasta de 12 horas con derecho a un día de descanso a la semana. Y eso si hablo de las condiciones legales, las reales son aún peores (días de descanso no concedidos, mobbing generalizado, etc.).

Está muy bien ir de vacaciones al país vecino, yo lo comprendo, entiendo el interés por hacerse la foto con los aguadores de Jma Fna, el placer de desayunar al lado de una fuente en el patio de una casa centenaria recién restaurada por un colono francés que se pasa el día en chilaba, pero, señores y señoras turistas, reflexionemos. Nuestro impacto como viajeros a África está siendo devastador. El boom turístico, que no ha hecho más que empezar, está señalando cada vez con más ahínco las diferencias económicas, así que, una vez más os ruego, si vais a visitar Marrakech seguid estos pequeños consejillos.

Las riads no son unos sitios guays donde emular a las mil y una noches. Las riads, por lo general, son lugares donde trabajan marroquíes en condiciones muy malas, rozando en muchos casos niveles de explotación. Sé que es muy difícil encontrar alojamiento que no suponga una contaminación social y turística pero, en la medida de lo posible, intentad alojaros en las casa de las familias marroquíes o en caravanas o haciendo acampada libre (existen lugares idílicos para eso) y el dinero que pensabais gastar en la riad o el hotel empleadlo en ayudar a la familia que os acoja comprándoles material escolar para los niños, medicinas o cualquier otra cosa que pensáis pueda serles de utilidad.

Tiro al arco

Cuando vivía en Marruecos me daba miedo de que Google informase a cualquier oficina de policía acerca de mi blog. También temía a los empresarios y sobre todo me daba miedo del rey. Ya sabéis, siempre os lo digo, soy muy cagona y en cualquier caso estaba segura de que tan sólo contando lo que me estaba “permitido” era más que suficiente para poneros a todos/as los pelos de punta. Pensaba que si daba nombres, apellidos y demás detalles de las historias que presenciaba, quizás un día iba a tener que dejar de contarlas porque me iban a negar el acceso a las aulas del orfanato o me iban a despedir del trabajo o me iba a encontrar a una linda parejita de maderos marroquíes en la puerta de mi casa invitándome amablemente a acompañarles a la comisaría de Jma Fna. La cuestión es que tenía incluso miedo de poner el nombre del rey o colgar fotos de cualquier miembro de la familia real por temor a que los motores de búsqueda me delataran. Y pensaba a menudo, si algún día vuelvo a España será diferente, allí podré decirlo todo con total tranquilidad. Pues bien, llegó el momento y realmente tengo material para tres libros.

No sé si sabéis que el origen del corte de manga a la escocesa (con dos dedos) surge en la Edad Media como respuestas de los arqueros que conseguían escapar de los franceses ya que éstos, al capturarlos después de las batallas, les cortaban el índice y el pulgar incapacitándolos para el tiro con arco. Los escoceses mostraban orgullosos los dos dedos en señal de libertad y desafío cuando se veían a salvo al cruzar a caballo hacia la otra orilla del río o cuando la distancia era lo suficientemente grande para estar tranquilos. Así me siento ahora con respecto a mi vida en Marrakech, ya puedo sacarle la lengua al rey como una escolar descarada, puedo incluso escribir su nombre y contar sus miserias y las de su amigo Zapatero y hacer recuento de toda la mierda de los neo-colonos franceses, portugueses, belgas y españoles que viven en Marruecos. Allá voy, empecemos pues, mirad que bien me sale: Mohamed VI, Mohamed VI, Mohamed VI, Mohamed VI, Mohamed VI, Mohamed VI, Mohamed VI, Mohamed VI, Mohamed VI, Mohamed VI, Mohamed VI, Mohamed VI…

Recuperando mi silla

No he echado de menos los ojos negros y redondos de mis pequeños/as hasta esta noche. Ponían por la tele un programa en el que salía una chica rubia que trabajaba en Bombay de maestra. Le preguntaron si le gustaba lo que hacía y ella respondió un esplendido ¿Tú qué crees? La chica sonreía mucho, como yo lo hacía a veces al salir de DT. También habló de lo de la bofetada de realidad y de aquello de una mujer sola a las dos de la mañana en esta ciudad y de las miradas penetrantes y de mi madre está deseando que vuelva, no entiende qué hago aquí. Había una chica rubia contando mi vida estos dos últimos años por la tele. Sonreía. No hablaron de lo malo, enseñaron sólo lo bueno. Ella sonreía mucho.
Audiciones, castings, entrevistas de trabajo… no importa cuánto ni cómo haya adornado mi CV en mis doce años de ausencia, en esta profesión se empieza siempre desde cero. Quien fue a Sevilla perdió su silla. Una segunda capa de pintura al salón, plaza en la guardería, burocracia infinita, pon esta cara y ésta también pero no cuentes esto ni esto. Aquí la gente lleva careta y yo soy gente. Llevo careta, por cierto y hablando de roles, soy La Arlequina en Traviata, dirige Zefirelli, lo que quiere decir que manda a su asistente y cobra un dineral por aparecer el último día para pillarse los aplausos y el cheque. En cambio el panorama teatral a menor escala monetaria está verdaderamente impresionante. Llevo tres obras vistas desde que he llegado y las tres estupendas. Sevilla se ha convertido en una inspiración en ese sentido. Lo que ocurre es que no hay un duro (todo se lo llevan los zefirellis, los baremboins y demás fauna artística distinguida…) de manera que los mortales agudizan el ingenio, por fin. La Junta dice que para el año que viene en lugar de subvenciones para las compañías de teatro va a dar préstamos. No, no, que no es un chiste, que es verídico. A mí la verdad es que me da un poco igual, total no me han dado nunca un duro, así me ahorro el papeleo y el disgusto.
Me notaréis quizás una energía pelín chunga, estoy muy contenta de estar aquí, no me malinterpretéis, y os doy las gracias por todos los mensajes de apoyo y bienvenida. Lo que pasa es que no paro, briego más que el cirujano plástico de Sara Montiel, estoy muerta de cansancio. A los que me preguntabais que por qué no escribía os diré que ando sin internet en casa, es más, ando sin casa. Espero mudarme ya dentro de una semanita y tener algo de tranquilidad para escribir. Mientras tanto las entregas por aquí serán menos numerosas que de costumbre. Os echo de menos, echo de menos vuestras visitas anónimas, vuestros mensajes en Facebook, las opiniones… y hasta las polémicas. Echo de menos el blog. Ya vuelvo, dadme un poco de tiempo para reorganizarme, tengo que buscarme un hueco en mi ciudad.

Lo que se espera de nosotros/as

Las expectativas generan las reglas. Somos lo que dictan las necesidades de nuestros roles. Así pues, de un abogado se espera el pelo corto y de un cantante heavy, una melena al viento. El joven ha de ser rebelde, el viejo no debe ir a la discoteca, la emigrante debe tener acento, la madre ha de ser dulce y así un largo etc. En este periodo de traslado me encuentro, mentalmente, navegando entre la esquizofrenia de los vientos de Tarifa. De mí se espera en España que me vayan bien las cosas como cantante, que sea una artista, que mi casa tenga muebles bonitos y lavavajilla, que mi coche sea grande, que sea independiente y preparada y que cuente muchas cosas interesantes de mis viajes. La otra ráfaga dice que da igual, que aquí estamos todos sin un chavo así que tener una casa sin muebles tampoco es un drama. Marruecos es tan pobre que el ser clase media no constituye una expectativa. Nadie tiene coche así que nadie se plantea el tamaño del mismo. Las casas son como los hogares de las abuelas andaluzas, los muebles pasados de moda nunca se rompen y los sillones son blanditos. Todos caben en una casa marroquí.
¿Qué esperáis de mí? ¿Qué espero de vosotros? Se espera de mí que no ponga en mis favoritos blogs pornográficos, que no diga que ando frita de dinero y que no confiese que hace dos años que no canto más que mierda para nuevos ricos marroquíes y franceses colones. Marruecos también esperaba más de mí. Esperaba que no saliese a trabajar de noche, que me bloqueara la timidez, esperaba mi conversión, esperaba que no tuviese un marido con pendientes en las orejas… y es que todos/as pasamos el día esperando.
Pero la verdad es ésta: me gustan los blogs de Erotomana y de Juan Nadie Seductor, nunca tengo un pavo, no sé conducir y, sí, lo confieso, en la sala de fiesta del subnormal llegué a cantar dos canciones de Kylie Minogue (por cierto, me salían como el culo).

Coja

Miro al blog como quien mira a un perrillo muerto de frío en plena calle. Parece que tuviese un cartel del tipo llévame a casa contigo, no tengo a donde ir. Cuando no me leía nadie aquí mandaba yo. Ahora estáis vosotros/as y la cosa se ha complicado. Han sido muchos meses de historias marroquíes, sé que venís aquí buscando el calor de Marrakech, pero yo Marrakech me la tengo que quitar de encima como sea y el problema es que ahora no sé qué contaros. Dos años y medio de puta realidad, necesito volver a soñar.
David ya está en España, el niño y yo tenemos que pasar aquí un par de semanas más de manera que la familia anda coja. Ya no sé estar sin él, qué enganchada me tiene este tío.
Debo admitir que el blog se está transformando, mi vida se está transformando. Sigo viendo el horror, la vida y la luz en las calles de esta ciudad pero ya no puedo contarlo más, ya no puedo meter mi mano en el bolso para comprar más pan al ciego de la esquina, ni llevar al orfanato a los niños que andan esnifando pegamento en Roudiate, ni cantar para los ricos, ni ir a DT. Me despedí de los niños de DT la semana pasada, podría volver, tengo tiempo, pero ya se acabó, tengo el cerebro cerrado a todo esto. Necesito descansar.

Impermeable

Puesto 94 de Jma Fna, bocadillos de patata y huevo cocido con tomate picante y yo voy y lo descubro ahora, justo cuando estoy a punto de marcharme. Un paseo por la plaza neurálgica, por el agujero negro del corazón del/la paseante y las tragedias y el incienso y los ciegos viejos en la esquina del Café de France. Marrakech, eres excesiva, seguramente en esos bocadillos sirven y servirán para siempre patatas machacadas con trocitos de mi corazón pero ya se acabo nuestro tiempo. Simo me cuenta rollos macabeos, dice que su madre murió en un accidente aéreo y su padre también. No me creo na, Simo, pero te invito a un bocadillo de patatas cocidas y a una botella de agua mineral y Simo nos quiere vender pasteles en el puesto de su padre y cuando ya todos se creen que nos hemos ido van un par de tipos y le quitan la botella y le quieren tirar el agua por encima ¿De dónde la has sacado, la has robado? Y él con los pies torcidos por la puta polio, 16 putos euros la puta vacuna, gratuito el inshalá, me la ha comprado una señora, no la robé. Pero ya todo da igual porque Marrakech se está esfumando y ya no voy a contar más penas o eso pretendo. A ver si David viene este fin de semana conmigo al orfanato porque decir adiós es algo que tendré que contaros y este blog tiene que cambiar. Yo tengo que cambiar. Así que en estas estoy, a 30º C y vestida con un impermeable amarillo chillón.

Recordatorio

Que no se me olvide que puedo salir a la calle con el pijama puesto; tengo que acordarme de que tener la casa sin muebles no mata a nadie, que ganar dinero es ganar dinero, que hay gente que mira a los ojos y te ve por dentro. Que no se me olvide que compartir es una forma de extenderte, que sólo soy cuando pienso en ti, en ellos, en cualquiera y en darme la oportunidad de darme. No debo olvidarme nunca que las escaleras se suben con las piernas, que un dátil es la sonrisa, en una esquina, de un vendedor ambulante de cigarrillos que adora a Iván, que los seres humanos estamos hechos de piel, que siempre fui de Marruecos, que España siempre fue Marruecos y siempre lo será. Que no se me olvide nunca Marruecos.
Dentro de poco volveré a casa. Empieza la cuenta atrás, creo que mi corazón se va a quedar en África para siempre. Eso espero, no debo olvidarme nunca de Marruecos, el país más bello del mundo.

Gabachos malajes y otras lindezas que se me pasan por la cabeza

Mi hijo Iván es muy bueno. Ya sé que, dicho así, suena a gallina orgullosa y polluelo traumatizado, pero es que es cierto. Se porta tan bien que en el ambiente familiar se ha ganado motes tales como El niño Buda o San Iván. Por eso (y porque vivimos en Marruecos, país donde los/as niños/as son bienvenido/as en todos los eventos sociales), el otro día lo llevamos a ver un espectáculo, a pesar de que sólo tiene dos años. Se portó incluso mejor que los mayores (ahora ya sí es un poco babeo de madre). El caso es que fue impresionante ver todo aquello a través de sus ojos. Observaba con atención los detalles, muy calladito y tranquilo, en su estilo. Pero lo que más me sorprendió fue su falta de expectativas. No le dijimos nada acerca de adónde íbamos y él nunca había asistido a un lugar similar, de manera que entró en aquel sitio con la mente completamente en blanco, no había dedicado ninguna hoja de su visión preconceptual a escribir estoy en el teatro y se ve lo siguiente. Iván simplemente había entrado allí a ver qué había. Llevó hasta tal extremo su falta de previsión que para él el centro de la atención ni siquiera era el espectáculo en sí. Si había algo fuera de él que, por algún motivo, le pareciese más interesante (la cámara de fotos de una periodista que se sentó al lado nuestra, la lámpara, el jersey rojo del señor de detrás…) dejaba de mirar a los bailarines y se centraba en lo que le interesaba.
Yo quiero ser así, llegar de nuevo a la vida cada mañana, ser impermeable a lo preestablecido, sentir sólo lo que yo siento, sin que nadie me mande nada. Y el caso es que ando regular en ese aspecto, y aunque está Iván para recordármelo cada día, no consigo dejar las etiquetas del todo ¿Será que me voy a volver xenófoba a estas alturas? La he tomado sobre todo con los/as franceses/as, pobres míos/as, con la cantidad de gabachos/as que no he tenido el gusto de conocer. La cuestión es que creo que aquí llega lo peorcito de Europa de manera que más vale que me relaje. Pero es que me ponen mala, esa arrogancia en las colas de los supermercados, esos barrios donde sólo entran los blancos, ese decirme cuánto me entienden y lo de acuerdo que están conmigo sólo cuando leen en mi blog entradas críticas a Marruecos ¿Qué les pasa? ¿Por qué no aprenden el dariya? ¿Hay un gen francés que les imposibilita para el aprendizaje de lenguas en países coloniales? Ni siquiera en los casos de parejas mixtas, hablo de personas que llevan incluso 20 años aquí.

¿Qué diría Iván de todo esto si lograse entenderlo? Me estoy contaminando con los años, yo solita, con mi ira retenida, mis frustraciones y mis preconceptos. Antes de ayer perdí los estribos y creo que en realidad es esto lo que tenía ganas de contaros. Me enfadé mucho con una señora y no me he arrepentido a pesar de que me comporté fatal. El caso es que esa “dama”, si viviese en España, probablemente estaría en la cárcel porque yo la habría denunciado por maltrato a menores. Cada día que voy al orfanato tengo que presenciar como insulta y pega a los pequeños. Me enfrenté, le grité como una loca e incluso le agarré de la barbilla para obligarla a mirarme a los ojos. Ella rehuía mi mirada y decía imbecilidades tales como ya sé que es ilegal pegarle a los niños pero es que éste ha roto el mando a distancia, es sólo para meterles miedo. ¿Qué habría hecho Iván si se hubiese encontrado en mi lugar? El siempre sabe cómo hay que amar a los demás, su capacidad de estar en armonía con el medio es como un milagro. Creo que estoy envejeciendo, ya no me arrepiento de las cosas malas que hago, es más, creo que me quedé corta.