Me pegan pellizcos en las mejillas y me hacen fotos.
Adiós, Sofía Noel, ayer tú morías y yo cogía un tren en Valencia para conocerte y ninguna de las dos lo sabíamos, tú menos, claro, es mucho peor morirse que coger un tren, eso es verdad, pero lo que quiero decir es que nuestras vidas son hilos que se beben y mientras más hilos mejor, sobre todo si son hilos como los de la España que llena Madrid de eñes, ondas al agua y personas. Son vivos y vivas murientes, que a base de encontrones se van viviendo. Qué guapa eres, es de verdad muy guapa ¿De Triana? Y qué guapa y qué guapa y qué guapa y venga sonreírme y darme pellizcos en las mejillas y probarme vestidos bonitos y hacerme fotos y abrazarme y mirarme con ganas de quererme mientras antes mejor y de ponerme a cantar (asalto a partitura armada) y hacerme dormir en una cama enorme y Hugo en el sofá.
Hugo. Su casa es una especie de abrumadora mentira ritual. Hay un baúl con 25 mantones huérfanos y un maniquí que me da la bienvenida. Lo engalana un maravilloso vestido inglés de estilo victoriano, también huérfano, adopción internacional en esta ocasión, verde agua, encaje roto, es para ti, para el espectáculo, te estará algo corto, habrá que arreglarlo. Me estoy acordando de Italia, de la casa de Daniela, y de que ella no permitía entrar a nadie que no tuviese algún talento. Me estoy acordando de Marruecos y de cómo allí daba igual eso del talento porque había que andar esquivando los golpes. Me estoy acordando de mi abuela y de lo que habría disfrutado viéndome con este vestuario. Me estoy acordando de mi abuela, de cuando me decía que era muy guapa. Me estoy acordando de lo terrible que le resultó a mi abuela ser mujer.
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