Binomios


La mujer fucsia fue discriminada por ser rosa. La mujer turquesa fue discriminada por ser azul.

Hoy es un precioso día de sol. La mujer X (equis con mayúsculas porque todo el mundo la admira) presenta su nuevo libro en la FNAC. La gente hace cola para que se lo firme. Va sobre el dolor y la represión que las mujeres rosadas sufren a diario y pide que el mundo no se obceque en convertirnos a todas en azules.

La mujer fucsia se leyó el libro y lloró de emoción porque se sintió muy identificada.

La mujer turquesa también se leyó el libro y lloró mucho, pero de rabia, porque se sintió aún más discriminada: “¿Es que no es suficiente ya la persecución que las azules sufrimos en esta sociedad – decía entre suspiros mientras se golpeaba el pecho – para que encima las propias  congéneres  se unan al acoso?”. Muchas mujeres de diferentes tonos de azul se unieron a la protesta de la mujer turquesa, incluso alguna morada y muchas verde agua. Fue inútil que la mujer X (equis con mayúsculas porque era muy famosa) explicara una y otra vez que no había pretendido ofender a nadie, pero que la gente tenía que entender que no era comparable la exclusión que sufrían las rosadas ante la casi inexistente discriminación, si es que puede llamarse así, de las azules.
Las azules quedaron ofendidísimas, muy indignadas y heridas. Suspiraban todo el rato. Las rosadas también se ofendieron con la actitud de las azules, mucho, pero pensaron que, al menos esa vez, habían ganado.
El señor que editó el libro se forró.

FIN

Ivanadas: respuestas que él busca, respuestas que encuentra


-¿Cómo se creó todo, mamá?
-Pues, depende de a quien preguntes te va a decir una cosa diferente.
Me mira con cara de otra vez esa respuesta no, por favor.
-Ya, pero, mamá, quiero decir, cómo se hizo el universo.
-Bueno… según la ciencia hubo una gran explosión y así se crearon los planetas y las estrellas y…
-No, no, mamá, yo no quiero saber cómo se crearon los planetas ni las estrellas, lo que yo quiero saber es cómo se creó “lo negro”, lo que vemos negro cuando miramos el universo.
-Estoooo… no sé si te estoy entendiendo bien, Iván.
-Verás, lo que yo quiero saber… lo que quiero que me digas… uf, es que no sé cómo explicarlo.
Se le saltan las lágrimas así que me doy cuenta de que estamos en uno de “esos momentos”. Lo abrazo, le doy muchos besos…
-Verás, Iván, hay veces en la vida en las que tenemos una intuición muy grande y no sabemos ponerle un nombre, no encontramos una palabra. Pero eso no significa que esa cosa no exista, es solo que no sabemos nombrarla.
-¿Pero cómo se creó todo, mamá? – insiste (¿alguien lo dudaba?).
-Hijo, no lo sé…
-¡Pues búscalo en Google!
-Iván, eso no sale en Google.
-Pues yo lo voy a poner – y lo pone: se acerca al ordenador, mira muy fijo el teclado y sacando la lengua por la comisura izquierda se concentra y empieza a escribir la frase: “La primera creación del universo” pero cuando va por la mitad Google le ofrece “La primera creación de Dios”.
-¡Mamá mira!

El resto de la tarde la pasamos viendo un documental de astronomía y comiendo bocadillos de mermelada. Sobre las 19 h. me dijo que ya tenía “tres hipótesis sobre el tema de la antimateria”.

La mirada de Ismael

Tras la publicación en la web de mi proyecto EL Cazador Cazado, a menudo los hombres me preguntan cosas como “Pero entonces ¿Una mirada ofende?¿Cómo voy a acercarme a una mujer a decirle que me gusta si tan solo mirándola ya estoy generando un conflicto”. También en los medios me han planteado a veces esta cuestión, siendo una de las preguntas preferidas de lxs periodistas la de “¿Dónde está el límite entre el acoso y un halago?”. Mi respuesta (que no tiene porqué ser la única ni la más cierta) es que el límite entre una cosa y la otra está en el sentido común. Y es que no se trata de eliminar el erotismo de la mirada, de convertirnos en unos seres asexuales, victorianos y puritanos. Mi proyecto nunca pretendió ni pretende descalificar el deseo sexual y tachar a los hombres de viciosos (pa viciosa yo). El vicio me gusta, lo que no me gusta son las demostraciones de poder. La mayoría de las veces que un hombre dice algo a una mujer por la calle no lo hace para ligar con ella ¿Cuántas veces uno de esos supuestos piropos terminan en la cama? Casi nunca, por no decir nunca. Y no terminan con sexo porque su objetivo no es el de obtener sexo. El objetivo de una acoso callejero es el de hacer explícito que el espacio público es un espacio donde la mujer debe sentirse observada y juzgada porque es un espacio donde manda el macho.
Así que, según todo lo que he dicho en el párrafo anterior, no descalifico el deseo sobre el cuerpo de la mujer, ya que no creo ese sea ni el problema ni el elemento desencadenante de una situación de acoso. Lo que descalifico en El Cazador Cazado es la perpetuación de un sistema patriarcal de poderes sobre los cuerpos y los espacios.
Voy a dejaros estas fotografías de Ismael Llopis, un joven fotógrafo que reside en Barcelona y con el que he tenido el placer de pasar unos días este verano en su ciudad de residencia y en la costa de Castellón.

El erotismo y el respeto en la mirada de Ismael son las cosas que más me gustan y me interesan de su trabajo, aunque está claro que no son el tema central de sus fotos (o sí, eso tendrá que decirlo él). Jamás me sentí juzgada, ni incómoda mientras me fotografió y el resultado de las sesiones (totalmente espontáneas e improvisadas) ha sido fantástico. Espero que os gusten.

Pelos políticos


Me gusta ir con las viejas, feminidades incorrectas, para todxs. Me gustan las viejas y sus frases incorrectas “pobrecitos los hombres, son tontos, las mujeres somos las que mandamos”. Me encantan los bigotes de las viejas, feminidades reventadas, ya no se quitan más pelos, porque sí. O porque no. No hay motivos, no se dan cuenta que los tienen o no les importa, nunca hablan de bigotes las viejas. Las jóvenes sí. Y las feministas también, de cualquier edad. Pero las viejas sin más, de bigotes no hablan.
Me gusta ir con las madres del otro día, feminidades incorrectas, para todxs. Me gustan unas madres que conocí el otro día y sus frases incorrectas “como una madre no hay nada en este mundo, por mi hijxs soy capaz de cualquier cosa”. Me encantan los sobacos de las madres que conocí el otro día, feminidades reventadas, no se quitan más pelos porque no tienen tiempo, porque no lo creen importante, porque sí. O porque no. No hay motivos, no se dan cuenta de que los tienen o no les importa, nunca hablan de los sobacos las madres que conocí el otro día. Hay otras madres que sí. Y las feministas también. Pero las madres del otro día no hablaban de sobacos.
Me gusta ir con jóvenes borrachas, feminidades incorrectas, para todxs. Me gustan sus frases incorrectas “a mí no me gusta leer, me aburro”. Me encantan sus estados de lujuria en colaboración con los hombres, feminidades reventadas, ya no guardan ni su himen ni su corrección porque no es divertido, porque no lo creen importante, porque sí. O porque no. No hay motivos, no se dan cuenta de que los tienen o no les importa, nunca hablan del himen las borrachas. Las sobrias sí. Y las feministas también, borrachas o sobrias. Pero las borrachas sin más, del himen no hablan.
Politizar un acto de forma consciente no es la única vía para luchar contra la injusticia. De hecho, si me apuráis, la vía más directa a la libertad es el ejercicio de la misma. El feminismo se nos está derritiendo como un caramelo pegajoso bajo el abrasante sol de la teoría. Y cuando veo a mujeres que no conocen a Beauvoir o a Despentes y que, aún así, demuestran ejercer su libertad con la naturalidad de quien la lleva en las venas, una sensación de fascinación y adrenalina me invade. Y me da igual que el patriarcado las haya estigmatizado como incultas, inconscientes, garrulas, alienadas e incapaces. Para mí son nuestras viejas y nuestras madres y nuestras vecinas borrachas, que no leen porque no les sale del coño, el ejemplo vivo de nuestra historia y la mayoría de ellas tiene mucho que enseñarme.
El feminismo se lleva en el corazón. Feminismo es libertad, sororidad, pluralidad. Feminismo no es dogma. Feminismo no es estereotipo. Feminismo es, básicamente, elegir y dejar elegir.
Debemos estar todas juntas, todas las mujeres. No hace falta ser iguales, ni si quiera tenemos que ser amigas. Basta que estemos juntas, en contacto y colaborando y que tengamos claro que quien nos asesina no es otra mujer. Lo personal es político pero lo político no tiene porqué ser personal. Y al final, todo es político, hasta el bigote de mi abuela. Y la borrachera de mi vecina.

P.D.: Por todo ello, adoro proyectos como estos http://www.cenicientas.es/ 

Rapada


Raparse es volverte vulnerable, disfrazarte de roja, de puta, de mujer que abortó o ayudó a abortar, de bruja. Es asumir eso que fue castigo hasta hace solo unas décadas como arma revolucionaria. Es quedarme sin mi identidad andaluza ¿Dónde me coloco la peineta?¿Cómo me saco ahora los caracolillos?¿Cómo subo al escenario a cantar Yo soy esa si no me puedo hacer moño? Es que le dé algo a tu madre y a tu jefe. Que tu jefe disimule, que tu madre te diga cosas de cómo maquillarte, todo por el susto, que jamás mi madre y yo hablamos de cosas de esas. Hoy sí, hoy que estoy pelona me habla de sombras y eye liner. Raparse es coger la maquinilla y no pensar, es actuar, es dejar de importante si vas a gustar, es relajarte ante la posibilidad de  ir un mes con pinta absurda. Es liberador, aterra, expone.
Si tienes coño, claro, si una polla cuelga de tu entrepierna entonces raparse no es más que ponerse fresquito para el verano. Por eso es maravilloso ser mujer, porque cualquier pequeño gesto es una revolución.

Cuatro de esos


Sobre  la tierra: Cielo ¿te riño mucho, soy muy duro contigo? No… bueno, no sé… papá, yo que sé, es tú vida, lo tienes que decidir tú porque tú mandas en tu vida y yo en la mía.

Sobre el aire: ¡Dibuja algo en el aire y lo tengo que adivinar yo! Hago un círculo grande con mi dedo índice y muchas líneas saliendo de él ¡Es un sol, mamá, es un sol! Ahora yo. Hace un gesto con la mano que no interpreto de ninguna manera. Me quedo un rato pensando, le pido que me lo repita. Me rindo. Mamá, con lo fácil que era… ¡Una cadena de ADN! Qué despiste.  Sí.

Agua: ¿El agua flota?

Fuego: le cuenta una cosa a Yola y le asegura que pasó de verdad. Ella le dice que es una bonita historia, pero que no cree que sea cierta. Iván responde, siempre responde. Vamos a ver, esa historia ha salido de mi cabeza y está en mi cabeza ¿tú ves mi cabeza? mi cabeza existe ¿no? pues entonces la historia también.

¡No existen!


Inicio mi premenstruación y me he tomado un early grey bastante cargado. Éxtasis. Las ideas se me apelotonan en la cabeza y sé que todas irían a buen puerto si tuviese vida para poderlas llevar a cabo. Debo renunciar a alguna o al menos aparcarla para el futuro. No sé si sabrán esperar, si no, las habré perdido para siempre. Debo aceptar esas  muertes chiquitas, son semillas que se funden en cloacas, como el óvulo que hoy mi cuerpo empieza a despedir. Hijas que no tuve.
He escrito estas cosas en Facebook en las últimas horas. Cada una de ellas podría haber sido un post. Se me agolpan en la garganta y no quisiera tener que frenarlas, pero no me da la mañana ni vuestra paciencia para tanta línea:
“Mujeres heterosexuales, las inteligentes digo, las fuertes, las solitarias que ansiáis ESE sueño: no existe. Y mientras antes lo aceptéis antes empezaréis a bailar. Os etiquetaría a todas pero tengo un profundo respeto por vuestro dolor. Ánimo, queridas, hay más tiempo que vida”
“Que lo sepan todas: ¡NO EXISTEN!”
Quiero un teatro barato y necesario. Quiero sinceridad y aniquilacón del ego, desnudez, recursos mínimos y arrojo. Quiero subirme al escenario llevando conmigo a mi persona. Solo a mi persona. Nada más y nada menos”
“Somos las estafadas”
En mi barrio vivieron (aún resisten) un grupo de transexuales muy devotas de la Esperanza y de la Virgen del Rocío. Cuando era pequeña las veía pasar, cada año, en su carreta, vestidas con colores chillones, eufóricas, bellas, impresionantes, subversivas, desobedientes, indignantes. Cantaban y tocaban las castañuelas, las flores adornaban sus moños. Decían palabrotas y llevaban al cuello la imagen de una diosa a la que veneraban. Ver pasar la hermandad de Triana era mágico para mí porque las podía ver a ellas. Y porque sabía que en una de las carretas aparecerían las otras diosas: Paca Rico y Lola Flores. Las amaba. Las amaba a todas ellas. El patio del colegio se revolucionaba. Las maestras no lograban meternos en clase. Las niñas uniformadas bailábamos y cantábamos. Zapateos, vuelas, giros, las faldas de los uniformes volaban, las bragas al aire y ningún niño delante para burlarse de ello. La promesa incumplida de siempre: el año que viene me voy al Rocío con ellas, me voy andando detrás de la carreta de las maricas o de Lola. Tengo que ir con ellas, ese es mi lugar, tengo que estar con ellas.
Unos días después yo las esperaba en la calle Castilla. Las volvía a ver pasar ya demacradas. El maquillaje derretido por el calor y el polvo del camino, los vestidos arrugados, resacosas, decadentes, destruidas, vencedoras, vencidas. Muertas. Desde la acera, cogida de la mano de mi padre, las observaba sin comprender qué era esa tristeza que me invadía. Las niñas andaluzas no podíamos llorar porque la tristeza se nos negó.