Me gusta ir con las viejas, feminidades incorrectas, para todxs. Me gustan las viejas y sus frases incorrectas “pobrecitos los hombres, son tontos, las mujeres somos las que mandamos”. Me encantan los bigotes de las viejas, feminidades reventadas, ya no se quitan más pelos, porque sí. O porque no. No hay motivos, no se dan cuenta que los tienen o no les importa, nunca hablan de bigotes las viejas. Las jóvenes sí. Y las feministas también, de cualquier edad. Pero las viejas sin más, de bigotes no hablan.
Me gusta ir con las madres del otro día, feminidades incorrectas, para todxs. Me gustan unas madres que conocí el otro día y sus frases incorrectas “como una madre no hay nada en este mundo, por mi hijxs soy capaz de cualquier cosa”. Me encantan los sobacos de las madres que conocí el otro día, feminidades reventadas, no se quitan más pelos porque no tienen tiempo, porque no lo creen importante, porque sí. O porque no. No hay motivos, no se dan cuenta de que los tienen o no les importa, nunca hablan de los sobacos las madres que conocí el otro día. Hay otras madres que sí. Y las feministas también. Pero las madres del otro día no hablaban de sobacos.
Me gusta ir con jóvenes borrachas, feminidades incorrectas, para todxs. Me gustan sus frases incorrectas “a mí no me gusta leer, me aburro”. Me encantan sus estados de lujuria en colaboración con los hombres, feminidades reventadas, ya no guardan ni su himen ni su corrección porque no es divertido, porque no lo creen importante, porque sí. O porque no. No hay motivos, no se dan cuenta de que los tienen o no les importa, nunca hablan del himen las borrachas. Las sobrias sí. Y las feministas también, borrachas o sobrias. Pero las borrachas sin más, del himen no hablan.
Politizar un acto de forma consciente no es la única vía para luchar contra la injusticia. De hecho, si me apuráis, la vía más directa a la libertad es el ejercicio de la misma. El feminismo se nos está derritiendo como un caramelo pegajoso bajo el abrasante sol de la teoría. Y cuando veo a mujeres que no conocen a Beauvoir o a Despentes y que, aún así, demuestran ejercer su libertad con la naturalidad de quien la lleva en las venas, una sensación de fascinación y adrenalina me invade. Y me da igual que el patriarcado las haya estigmatizado como incultas, inconscientes, garrulas, alienadas e incapaces. Para mí son nuestras viejas y nuestras madres y nuestras vecinas borrachas, que no leen porque no les sale del coño, el ejemplo vivo de nuestra historia y la mayoría de ellas tiene mucho que enseñarme.
El feminismo se lleva en el corazón. Feminismo es libertad, sororidad, pluralidad. Feminismo no es dogma. Feminismo no es estereotipo. Feminismo es, básicamente, elegir y dejar elegir.
Debemos estar todas juntas, todas las mujeres. No hace falta ser iguales, ni si quiera tenemos que ser amigas. Basta que estemos juntas, en contacto y colaborando y que tengamos claro que quien nos asesina no es otra mujer. Lo personal es político pero lo político no tiene porqué ser personal. Y al final, todo es político, hasta el bigote de mi abuela. Y la borrachera de mi vecina.
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