¡No existen!


Inicio mi premenstruación y me he tomado un early grey bastante cargado. Éxtasis. Las ideas se me apelotonan en la cabeza y sé que todas irían a buen puerto si tuviese vida para poderlas llevar a cabo. Debo renunciar a alguna o al menos aparcarla para el futuro. No sé si sabrán esperar, si no, las habré perdido para siempre. Debo aceptar esas  muertes chiquitas, son semillas que se funden en cloacas, como el óvulo que hoy mi cuerpo empieza a despedir. Hijas que no tuve.
He escrito estas cosas en Facebook en las últimas horas. Cada una de ellas podría haber sido un post. Se me agolpan en la garganta y no quisiera tener que frenarlas, pero no me da la mañana ni vuestra paciencia para tanta línea:
“Mujeres heterosexuales, las inteligentes digo, las fuertes, las solitarias que ansiáis ESE sueño: no existe. Y mientras antes lo aceptéis antes empezaréis a bailar. Os etiquetaría a todas pero tengo un profundo respeto por vuestro dolor. Ánimo, queridas, hay más tiempo que vida”
“Que lo sepan todas: ¡NO EXISTEN!”
Quiero un teatro barato y necesario. Quiero sinceridad y aniquilacón del ego, desnudez, recursos mínimos y arrojo. Quiero subirme al escenario llevando conmigo a mi persona. Solo a mi persona. Nada más y nada menos”
“Somos las estafadas”
En mi barrio vivieron (aún resisten) un grupo de transexuales muy devotas de la Esperanza y de la Virgen del Rocío. Cuando era pequeña las veía pasar, cada año, en su carreta, vestidas con colores chillones, eufóricas, bellas, impresionantes, subversivas, desobedientes, indignantes. Cantaban y tocaban las castañuelas, las flores adornaban sus moños. Decían palabrotas y llevaban al cuello la imagen de una diosa a la que veneraban. Ver pasar la hermandad de Triana era mágico para mí porque las podía ver a ellas. Y porque sabía que en una de las carretas aparecerían las otras diosas: Paca Rico y Lola Flores. Las amaba. Las amaba a todas ellas. El patio del colegio se revolucionaba. Las maestras no lograban meternos en clase. Las niñas uniformadas bailábamos y cantábamos. Zapateos, vuelas, giros, las faldas de los uniformes volaban, las bragas al aire y ningún niño delante para burlarse de ello. La promesa incumplida de siempre: el año que viene me voy al Rocío con ellas, me voy andando detrás de la carreta de las maricas o de Lola. Tengo que ir con ellas, ese es mi lugar, tengo que estar con ellas.
Unos días después yo las esperaba en la calle Castilla. Las volvía a ver pasar ya demacradas. El maquillaje derretido por el calor y el polvo del camino, los vestidos arrugados, resacosas, decadentes, destruidas, vencedoras, vencidas. Muertas. Desde la acera, cogida de la mano de mi padre, las observaba sin comprender qué era esa tristeza que me invadía. Las niñas andaluzas no podíamos llorar porque la tristeza se nos negó.

2 comentarios en “¡No existen!

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