Ya tenemos nombre para nuestras becas: La Caja de Música

Ya tenemos ganadoras del concurso «Un nombre para nuestras becas».

A patir de hoy nuestro proyecto de mecenazgo pasa a denominarse Becas La Caja de Música.

Por razones de protección de datos, no desvelaremos los nombres de las ganadoras. Sí que os diremos que han sido tres las afortunadas porque las tres aportaron la misma idea: denominar este solidario proyecto con el mismo título de una de las primeras composiciones de Marena Moon, que podéis escuchar aquí. Marena es, además de mi hija de acogida, una de las alumnas de mi escuela de música y con tan sólo 9 años ya compone y toca el piano maravillosamente.

Os dejo el enlace con los resultados de la votación en la que han participado como jurado las mecenas de las becas.

Gracias a la solidaridad de muchas personas, actualmente las Becas La Caja de Música ofrece estudios gratuitos para cuatro niños/as en riesgo de exclusión social con clases semanales de instrumentos, teoría musical y canto. Además, a una parte del alumnado se le facilitan instrumentos con los que poder estudiar.

Si quieres participar como mecenas sólo tienes que clickar aquí y seguir las indicaciones.

 

Niñocentrismo

badeducation_posterVoy a decir algo muy políticamente incorrecto: a veces quiero estar sentada en la terraza de un bar tranquila sin aguantar los gritos e intrusiones de esos pequeños-grandes cafres que invaden todo el espacio sin que nadie les diga nada. Hoy ya ha sido demasiado, no he podido más, así que me he acercado a la mesa de al lado y le he dicho al niño que estaba allí:
-Mira, si no sabes controlar a tu padre y a tu madre mejor los dejas en casa.

Joder, es que ya está bien: te fuman encima, hablan a gritos, son maleducados… ¡El otro día una niña se llevó a su madre a un concierto! ¿Os parece que un concierto sea un lugar adecuado para una mujer adulta? No, de hecho le sonó el móvil en medio de un adagio. Una puñetera vergüenza. Y la niña sin decirle nada.

Yo no tengo nada en contra de las personas adultas pero, si no saben comportarse, que se queden en casa.

Mi decisión LIBRE ha sido la de no cuidar a ninguna persona adulta, no entiendo entonces por qué tengo que cuidar de lxs adultxs de los demás. Además, todxs hemos sido adultxs en algún momento de nuestras vidas y eso no nos ha hecho comportarnos como cafres en los espacios públicos. Yo por ejemplo, cuando era adulta, me comportaba de forma ejemplar: siempre pedía las cosas por favor, tiraba los papeles a la papelera, nunca me enfadaba si me obligaban a quedarme sentada en un sitio… ¿Y sabéis por qué? Porque entendía que no se puede molestar a los demás. Ahora soy niña por decisión propia y respeto a quien quiera volverse adulta con los años (tengo muchos amigos adultos, me gustan mucho los adultos, de hecho mi tío es adulto y lo quiero un montón). La cuestión es que se puede ser adulto pero RES-PE-TAN-DO.

ESPACIOS LIBRES DE ADULTOS YA
(Y ahora llamadme niñacéntrica)

De la autodefensa y la violencia de la norma

Hay mucho de burgués y capitalista en pensar que lo marginal es lo violento y lo normalizado lo pacífico. En lo marginal no hay violencia, hay autodefensa y esa es una agresividad legítima.

Desde todos los sectores políticos (derecha e izquierda) hacemos lo posible por crear confusión entre la violencia de la norma y la autodefensa de lo oprimido en un intento de:

– Evitar el sentimiento de culpa que nos molesta, nos incomoda.
– Evitar asumir las responsabilidades y las consecuencias porque supondría enfrentarnos a la estructura, perder privilegios.
-Dar una respuesta (poco honesta pero respuesta al fin y al cabo) al sentimiento de vacío e incomprensión que nos invade ante una barbarie.

Autodefenderse (colectiva e individualmente) es un acto de justicia social, ejercer violencia desde la norma un acto de opresión e injusticia. Desgraciadamente, en la historia de la humanidad, tenemos muy pocos ejemplos de lo primero y demasiados de lo segundo y esto es así porque el proceso de canalización de la agresividad requiere de inteligencia emocional, conocimientos y organización y la norma sólo necesita odio y pereza.

No hay nada de autodefensa en matar a personas inocentes y la infancia es siempre inocente. Un acto de autodefensa en el que muere una sola criatura es, o bien un acto de autodefensa fallido o bien un acto de violencia normativa.

Es muy difícil, en algunas ocasiones, darnos cuenta de si estamos ante un acto de autodefensa desde el margen o un acto violento desde la norma. Para mí la resiliencia consiste, precisamente, en aprender a diferenciar estos dos conceptos. Por eso nunca uso reinserción, porque reinsertar a alguien es hacerlo entrar en lo normativo (que es lo violento) mientras que la resiliencia es un proceso en el que la persona aprende a autodefenderse de lo normativo precisamente sintiéndose orgullosa de no pertenecer a ello.

Por otro lado, cuando alguien nos agrede, desgraciadamente, en lugar de defendernos solemos desencadenar la violencia de la norma que nos beneficia en lugar de la legítima autodefensa desde donde nos oprimen. Esto se hace porque, el proceso de canalización de la ira requiere de capacidad de reflexión, honestidad y valentía, características de las que muy pocos seres humanos pueden hacer gala. Por ejemplo: un obrero que es tiranizado por el dueño de una fábrica no se atreve a enfrentarse a su patrón y canaliza entonces su ira hacia su esposa, propinándole palizas diarias en casa.

Ni ser marginado ni ser musulmán te hacen ser terrorista

gra038-barcelona-18-08-2017-varias-transeuntes-han-empezado-a-depositar-mensajes-y-velas-en-el-mosaico-de-miro-en-las-ramblas-de-barcelona-despues-del-atentado-ocurrido-ayer-por-la-tarde
Fuente: www.ecestaticos.com

Hace unos años me robaron el teléfono móvil. Interpuse denuncia y en el momento de redactarla el policía me insistió en que describiera a las personas que me habían robado dando datos raciales y de nacionalidad. A los pocos días me llamaron para una rueda de reconocimiento a través de fotografías. Me hicieron entrar en una habitación en la que tenían guardados muchos álbumes de fotos con retratos de personas que ya habían sido fichadas anteriormente. Cada álbum tenía un título: el nombre de un país.

La policía de mi barrio (y mucho me temo que la de todos los barrios del Estado Español) usa la nacionalidad para clasificar a las personas. No usa el tipo de delito cometido (“carpeta de violadores”, “carpeta de asesinos”, “carpeta de políticos corruptos”…). Tampoco el de parecido físico (“personas con ojos azules y piel clara”, “personas con tatuajes”…). Ni si quiera usan el género o la edad o la altura, usan la nacionalidad como característica primera para clasificar a delincuentes.

Lo que yo me pregunto es lo siguiente: este evidente acto racista y xenofobo de la policía ¿qué tiene en común con  los análisis que realizamos desde ámbitos como el activismo, la sociología o la educación social para dar explicación a determinados comportamientos violentos?

La violencia no se explica con la marginación, no me seas pija

Querida activista que me lees: ser discriminado como musulmán no te convierte en terrorista. Tampoco ser musulmán te convierte en terrorista. Ni si quiera ser musulmán, marginado y de baja clase social te convierte en terrorista. En España hay 30.000 personas musulmanas, todas discriminadas por serlo, a menudo con pocos medios económicos y sólo cinco de ellas atentaron la semana pasada en Barcelona. No hay relación entre esos datos, independientemente de lo que diga la policía, la prensa o la educación social. La violencia no se explica con la marginación, no me seas pija.

Cabe destacar a este punto que “explicación” es el analogismo de “justificación” que han creado desde determinados sectores del activismo y la educación social. Desde ellos se empeñan en hacernos tragar el término para esconder las verdaderas fobias sociales que existen en el análisis que realizan de los violentos.

Cuando decimos “los que atentaron en Barcelona lo hicieron por haber sido marginados como musulmanes” estamos asociando maldad y violencia a marginación social y eso es lo más clasista y burgués que se me puede pasar por la cabeza. Los barrios marginales no están llenos de asesinos, los barrios marginales están llenos de personas marginadas. Punto. No hay más. Busquemos la explicación a la violencia en otro lado porque por ahí vamos mal. Esos planteamientos son prejuiciosos.

La única manera que tendremos para realizar un análisis serio de un acto violento es poniendo el foco en los privilegios y poderes que poseían las personas que ejercieron la violencia, no en las opresiones que sufrieron. Pongo un ejemplo: imaginemos que se comete un feminicidio en el marco de una pareja heterosexual. El asesino era hombre, bipolar y alcohólico. De estas tres características hay dos estigmatizantes y una de privilegio. El asesino mató por ser hombre, pero la prensa y la opinión pública no harán hincapié en ese dato sino en el hecho de que era bipolar y alcohólico.

Ser bipolar o alcohólico no te hace ser un asesino. Las  personas bipolares o alcholólicas no son asesinas, son personas con un problema mental y/o psicológico (dependiendo de la perspectiva). El hecho de ser bipolar y alcohólico no te convierte en opresor, al revés, te hace ser vulnerable al capacitismo de la sociedad. Hay mujeres bipolares que no matan a sus maridos. Los feminicidios no los comenten bipolares desde su posición de oprimidos, los feminicidios los cometen hombres desde su posición de privilegio. El mismo análisis podemos hacerlo con la característica de alcohólico.

El tratamiento de la prensa, no menos prejuicioso que el de ciertos activismos

En muchísimas ocasiones he visto cómo compañeras feministas denunciaban, justamente, el tratamiento que la prensa ha dado a los feminicidios publicando titulares en los que se aludía a la buena inclusión social de los maltratadores. Pongo ejemplos:

“El homicida de Pravia era un hombre «normal y servicial», dicen sus vecinos” La Nueva España 8.07.15

“Vecinos de Campo de Criptana (Ciudad Real), sorprendidos porque los fallecidos eran «un matrimonio normal»” El Periódico 29.03.17

“Parecía una persona normal” El Diario Montañés 24.09.14

Es obvio que la prensa intenta hacer empatizar al lector con el asesino y, de camino, dar una  imagen de los hechos que pueda categorizarse más como crimen pasional, fruto de un arrebato de enajenación, que como una problemática de estado y un acto político.

No soy tonta, me doy cuenta de las pretensiones de la prensa, y al mismo tiempo no puedo dejar de ver una ventaja en este tipo de titulares: nos muestran que los asesinos de mujeres son mucho más parecidos a nuestros maridos y novios de lo que nos gustaría admitir. Los asesinos de mujeres son hombres normales.

Volviendo al atentado de Barcelona vuelvo a lanzar la pregunta a mis compañeras activistas antirracistas: ¿Por qué exactamente queremos relacionar a los asesinos con el hecho de haber sido marginados por ser musulmanes? ¿A dónde queremos llegar con estas afirmaciones? ¿Qué es lo que estamos concluyendo? ¿Nos estamos dando cuenta de que al hacerlo estamos contribuyendo aún más a la marginación de la población musulmana?

Los asesinos de Barcelona no se subieron en esas furgonetas por haber sido marginados, se subieron a las furgonetas por dos razones de Perogrullo: porque quisieron y porque pudieron. No hay más, no busquemos más. La violencia es la normalidad. Mientras más “normales” somos más violentos somos. De hecho estos chicos gozaban de un gran grado de integración social como puede leerse en este artículo y en este otro. 

Cuando no tenemos claro la discriminación que está en juego, cuando nos pasamos de interseccionales

Esto que digo me parece importante porque a menudo, al analizar actos violentos, confundimos ejes de opresión. Pongo más ejemplos: cuando en un caso de violencia infantil el padre o la madre maltratadores son negros o gitanos la transversalidad de raza eclipsa siempre a la de edad. Así tendremos dos vertientes de análisis básicas, contrarias e igualmente frívolas:

  • Corriente de derechas: afirmarán que el maltrato se llevó a cabo porque las personas gitanas/negras son violentas de por sí.
  • Corriente de izquierdas: afirmarán que el maltrato se llevó a cabo por culpa de la marginación social que sufren las personas negras o gitanas.

En ambos casos se obviará que las personas que cometen infanticidio lo hacen por un privilegio de edad. Y ¿sabéis que ocurre entonces? Que a las criaturas negras y gitanas maltratadas por familias negras o gitanas están mucho más desprotegidos que las criaturas blancas maltratadas por familias blancas sí (¡Que ya es decir!). En ambos casos se está recurriendo al tan occidental y xenófobo análisis orientalista, heredado de nuestra época colonialista… eso sí, filtrado por ideales de izquierda y derecha a golpe de discurso cuñao. Y en ambos casos hay criaturas sufriendo una doble discriminación: por infancia y por raza.

 

 

 

Tres bellas razones para hacerte mecenas

Os voy a dar tres razones para haceros mecenas en mi proyecto de becas musicales:

1. Porque ayudaréis a un/a menor o joven sin recursos y en riesgo de exclusión social a estudiar música con una profesora que sabe mucho de música y sabe mucho de educación social. La profe soy yo y no tengo abuela.

2. Porque si este proyecto sale adelante me podré dedicar a la docencia dentro de mi estudio, en mi propio domicilio y así poder salir de gira con menos frecuencia. Esto me ayudará a compaginar empleo y crianza y, por tanto, mi hija Y*** (que vive en acogimiento permanente con mi familia desde hace casi tres años) estará atendida como se merece.

3. Porque entrarás a formar parte de un maravilloso colectivo, participar en las decisiones de forma activa, intercambiar saberes y satisfacciones a través de las redes sociales y ser informadx de la marcha de los progresos de las personas becadas de forma regular.

Para más información: www.aliciamurillo.com/becas-para-estudios-musicales/

Mi agua oxigenada política

Escribir filosofía política es como cuando me ponían agua oxigenada en las heridas de pequeña: parecía que no iba a doler (eso decían), pero al final dolía casi más que la hostia que me acababa de meter. Después me daba cuenta de lo fascinante que resultaba ver mi propia carne burbujeante, viva sin mí… Todo eran preguntas entonces: «¿Qué es eso blanco que me sale de dentro? ¿Para qué sirve?¿Quién lo ha puesto ahí?¿De qué estamos hechas por dentro?» Al final, a su debido tiempo, todo cicatrizaba dejando atrás el dolor y un precioso dibujo en mi piel en forma de cicatriz que me recordaba por dónde no debía volver a pasar con mi bicicleta.

Intimidad y privacidad

 

Al hilo de lo que decía hace unos días EstíbalizEspejo-Saavedra en sus redes sociales sobre la diferencia entre sinceridad y honestidad (señalando que la primera carece de autocrítica y la segunda no), no puedo evitar relacionar esta comparación con la existente entre intimidad y privacidad, sobre la que llevo trabajando desde hace meses.

La intimidad no tiene nada que ver con el número de personas que compartan la información. Podemos escribir un libro de poemas en el que expongamos nuestros sentimientos y este libro no dejará de ser íntimo por llegar a ser un best-seller. La intimidad es la expresión de forma honesta de una emoción.

La privacidad nos viste, la intimidad nos desnuda

La privacidad, en cambio, debe incluso ser leída como el concepto antagónico de intimidad en determinadas ocasiones (a pesar de que a menudo se presenten como sinónimos). La privacidad no es expresión en ningún caso, se trata más bien de lo contrario a la comunicación. La privacidad es un escudo que parapeta los bienes, las informaciones que, por algún motivo, no queremos compartir con los demás.  La privacidad, por tanto, es un término íntimamente relacionado con el capitalismo, que fomenta el individualismo, en contraposición a la intimidad que supone un desarrollo positivo desde el punto de vista político y moral de nuestras personalidades y que tiene como objetivo ser mejores ciudadanas. La privacidad oculta aquello de lo que nos avergonzamos, la intimidad es el lugar desde donde reflexionamos de forma honesta sobre nuestros límites, la privacidad protege  los miedos que no queremos afrontar, la intimidad nos ayuda a transformarlos en creación artística, filosófica o en  cualquier objeto (material o no) útil a los demás y a nosotras mismas. La privacidad nos viste, la intimidad nos desnuda. La privacidad nos hace esclavas, la intimidad nos hace libres.

A través de la intimidad viajamos hasta el centro de nuestras consciencias morales, éticas y espirituales, hacia un lugar donde nos encontraremos con nosotras mismas cara a cara, con nuestros límites, miedos y vergüenzas, independientemente de que decidamos o no compartir todo este mundo íntimo con las demás personas. De hecho, el acto de hacer pública la intimidad pasa a un segundo plano, carece de importancia en el desarrollo de la misma. La intimidad define las relaciones personales en cuanto a que son cercanas y profundas y nada superficiales, sin que el número de personas que participen en dichas relaciones sea determinante.  Con la privacidad, en cambio, ese viaje se hace imposible porque el fin mismo del concepto no es otro que la protección, el impedimento del acceso, la cerrazón, no sólo hacia las demás personas sino también hacia nosotras mismas. Privacidad e intimidad, por tanto, no son a mi entender sinónimos como a veces nos quieren hacer creer, sino más bien antónimos.

Privacidad e intimidad en redes sociales

En una época en la que, en poquísimos años, las redes sociales han revolucionado las relaciones humanas es muy importante saber diferenciar entre ambos conceptos. También hubiese sido importante saberlo en las épocas en las que la propiedad privada empezó a fraguarse a nivel económico. De hecho, en la actualidad, se está viviendo una capitalización de la información idéntica a la que en siglos anteriores ocurrió con los bienes materiales y es por esto por lo que debemos convertirnos en activistas de la intimidad.

Bien es cierto que la privacidad puede utilizarse como forma de autodefensa, pero no por ello deja de ser una forma de violencia estructural. La violencia, como decía Hanna Arendt, puede estar justificada pero nunca legitimada. Por ejemplo, a una mujer víctima de malos tratos que ha huido de su ciudad debería permitírsele el uso de las redes sociales con pseudónimo. Pero seamos realistas y, sobre todo, honestas: cuando no queremos que aspectos de nuestra vida privada salgan a la luz en Internet ¿cuántas de esas veces lo hacemos como fórmula de autodefensa y cuántas como estratagemas para tapar nuestras vergüenzas, nuestros miedos no afrontados, nuestros errores? Es lógico que no publiquemos nuestra dirección postal o nuestro número de cuenta bancaria por cuestiones de legítima defensa ante posibles estafas o robos pero sólo en esos casos la privacidad resulta justificable. El problema es que, hoy por hoy, se apela a la privacidad como un espacio que debe ser respetado en nombre de la ley siendo, asimismo, el lugar donde más atrocidades e ilegalidades se cometen. La legitimidad de la privacidad nos ayuda a ser personas ilegítimas.

Las redes sociales son muy a menudo un escaparate donde exponemos maniquíes de nosotras mismas. Nos hacemos fotos en fiestas, con personas amigas con las que compartimos relaciones superfluas y mostramos de forma pública sólo aquello de lo que estamos orgullosas o que, creemos, nos puede dar beneficios sociales. Casi nadie cuelga una foto de sí misma sentada en el wáter. Muy pocas personas son tan valientes como para contar cuáles son sus miedos íntimos o hablar públicamente de actos racistas y machistas que cometieron y de los que se arrepienten y esto es porque la intimidad asusta. El miedo a nosotras mismas es la clave, una vez más. De hecho, la mayor parte de las personas, al mostrar aspectos de su vida personal lo hace construyendo una falsa intimidad: es sabido que la amistad y el amor no necesitan ser mostrados para afianzarse y aún así las fotografías de paellas y fiestas domingueras inundan Facebook y Twitter. Es como si las personas que publican esas fotos quisieran gritarse a sí mismas: “No es verdad que estoy sola, no es verdad que soy despreciable, la gente me quiere”. Y así construimos un mundo emocional de cartón piedra en el que, lo más importante, es no asumir la autocrítica en nombre de la legitimidad de lo privado y el consenso colectivo de no afrontar el miedo.

La mediocridad nos inunda. La superficialidad es la base de la mayoría de las relaciones sociales. Las personas se reúnen los domingos a comer paellas y a darse la razón unas a otras, todas vestidas como maniquíes, profundamente incómodas en la imagen que se cosntruyeron de sí mismas. Porque la sociedad quiere maniquíes delgados y toda nuestra gordura emocional nos sobresale en forma de michelines fofos que serían imposibles de disimular si no contáramos con lo privado.

Por eso me expongo en las redes sociales todo lo que puedo, como ejercicio para combatir el miedo atroz que me acompaña a no estar a la altura de quien deseo ser. Y por eso expondré todo lo que observe, porque sé que la privacidad no es más que una forma censura y el camino más corto hacia la deshonestidad. Respetaré ese mínimo justificable de violencia que consiste en salvaguardar nombres, apellidos y demás datos que faciliten la autodefensa estructural pero todo lo demás lo expondré de la forma más limpia, creativa e íntima que me sea posible.

María Gallardo dice en uno de sus maravillosos vídeos pornográficos: “A las mujeres se nos dijo que si se nos veía el coño era o por tontas o por putas, por eso yo hoy enseño el mío, de forma consciente y libre”.

 

Tomar el relevo

Cuando me ponía enferma mi abuela se enfadaba conmigo, incluso siendo yo ya adulta. A mí me parecía que era una intromisión en mi vida y una forma de demostrarme un apego poco sano, un amor posesivo. Ahora no lo veo así. Han pasado los años y creo que mi abuela se enfadaba porque cuando no me autocuidaba estaba despreciando, de alguna manera, todo el mimo, la dedicación y el amor que ella puso antes en cuidarme. Es como si, al tomar el relevo en la tarea de cuidar mi cuerpo y al hacerlo mal, le estuviera diciendo que su labor como cuidadora no tenía ningún valor. Que todas las veces que me arropó, que cocinó mi cena, que me puso el calentador en el baño y me cubrió con la toalla calentita… que todo eso no era importante. Nunca cobró por cuidarme así que mi reconocimiento y la continuación de su labor eran piezas fundamentales para sentir que su trabajo tuvo sentido. Ahora lo entiendo, ahora que yo soy la que cuida lo entiendo. Lo siento abuela, llegué tarde a esto como a tantas muchas otras cosas que me intentabas hacer ver. Era muy inexperta. Lo siento de corazón.

La privacidad

propiedadprivada
Fotografía de autor/a desconodo/a encontrada en  www.definición.de

La privacidad es un invento de las instituciones para justificar el miedo, la doble moral y la incoherencia. Solemos confundirla con intimidad o con soledad elegida pero no tienen nada que ver: se puede hablar de forma íntima delante de cientos de personas y, por otro lado, la soledad elegida es una de las formas más honestas que existen de enfrentarse a una misma. Lo privado, en cambio, es ese agujero donde guardamos nuestra violencia contra los demás, el lugar y el tiempo que empleamos para maquillar nuestra brutalidad, nuestras fobias, para disfrazarlas de hipocresía. No me gusta la gente que se ancla en lo privado para no avanzar. A mí la que me gusta es la gente que vive cada momento de su vida desde el rincón más íntimo de sí misma, inagotablemente y sin descanso, como una respiración pausada y constante, necesaria e imparable.