Hedonismo repentino

¿Os dais cuenta de que dentro de un mes estaré en una ciudad donde la gente respeta los semáforos? ¿Pero os dais cuenta? Y hay además un 99% de posibilidades de que el edificio donde vaya a vivir tenga luz en la escalera ¡Y hasta ascensor! Y habrá cines con pelis en VO (se acabó Bollywood) y podré ir al teatro y a exposiciones y la gente hablará mi idioma y podré llevar minifalda sin que los hombres me digan guarradas misóginas por la calle (…ah, bueno claro, eso no) pero mis padres estarán deseando que les endiñe el niño un par de veces por semana y mis amigos/as tendrán vidas parecidas a las mías y pasaré desapercibida… no volver a aguantar a empresarios despiadados (ups, no, eso tampoco), librerías, tiendas de ropa, comprarme de vez en cuando cosas que no necesito, mimarme, cuidarme, ir un fin de semana a la playa… debo volver a educarme en el noble arte de disfrutar de la vida. Mira que soy bruta. Este blog promete ser más ligero en el futuro, necesito un break.
Ilustración: Hedonismo de Ana Roldán.

Sobre las caries del caballo de mi esposo

Las cosas, dice mi santo, hay que tomarlas como vienen, porque por lo visto no hay males que por bienes no vienen y caballos regalados y, etc, etc… o eso dice mi santo y también se larga estratégicamente 15 días antes de la fecha en cuestión porque le han pedido incorporación inmediata en el nuevo curro, más vale no quejarse, tal y como están las cosas, al menos hay trabajo… y, claro, yo con la mudanza por hacer. Mi santo es ávido lector, cuando nos conocimos, como a mí siempre me ha puesto tanto el rollo ese pendantillo me he leído a Kafka, se me puso a hablar de libros y cuando me quise dar cuenta estaba yo ya preñada, casada y en la otra punta del mundo pasando un frío que te cagas. Y eso que yo ya tenía todo organizado antes de que llegara él, vamos, casita al lado de mis padres y ni puñetera gana de más aventura. Pero mi santo tiene mucha labia, que si Kafka por aquí, Heidegger por allá… y ahora me deja con la biblioteca entera para embalar ¿De dónde ha sacado este hombre tantos libros, dios mío de mi alma? Yo sólo espero que mis suegros vengan a echarme una mano con las cajas porque, al fin y al cabo, la culpa en parte es suya por darle buen ejemplo y estudios en colegios privados. Ahora me da besos en esta casa llena de kafkas y heideggers y de CDs de esos que nunca me imaginé tener que escuchar a las 8.30 AM. Yo a mi santo lo amo con locura pero la verdad es que creo, honestamente, que la culpa es toda de mis suegros, con tanto Liceo Francés y tanto buen ejemplo, alguna rebeldía tenía que venir fuera y ahora la música marginal la aguanto yo por las mañanas porque la cuestión es que me tiene más enganchada que una quinceañera al Tuenti y se aprovecha. Me lo estoy intentando tomar con toda la calma que se puede pero la situación se parece mucho a jugar al Tetris haciendo el pino, con las fichas cayendo hacia arriba, es desmontar una vida, dar de baja las cuentas en el banco, dejar los trabajos, despedirse de los amigos, embalar los libros de mi santo, mandar los papeles al consulado, la lavadora la vendemos o nos la llevamos. Estoy bien, estoy tranquila, lo llevo bien, vamos que no me estreso ni nada, todos los males por bienes vienen y si nos regalan un caballo no vamos a andar mirándole los dientes porque la vida hay que tomarla como viene y yo esto lo estoy llevando con tranquilidad porque no vale la pena estresarse, total en un mes estamos en España pase lo que pase y esto ya habrá pasado, un colegio para el niño y dos dormitorios zona centro, preferible con terraza y con cuadra, no, quiero decir, con garaje.

Uso la 40

En los últimos días me siento inmune a Marrakech. No me duelen sus calles, no me enamora el calor de su cielo, la ignoro, somos como un matrimonio hastiado, lo nuestro no es más que desamor. Así son las cosas del corazón. Faltan sólo semanas para nuestra mudanza, volvemos a España y mi mente ya está en otro lugar, ya no vivo en Daoudiate ni trabajo en DT. Empiezo un nuevo proyecto que es viejo al mismo tiempo: la vuelta a la única ciudad donde me siento a salvo, Sevilla. Una de mis mejores amigas me augura sólo unos meses, no vas a aguantar aquí, me dice, llevas ya mucho mundo recorrido, Sevilla se te va a hacer chica, volverás a dar el salto, es imposible que te puedas volver a adaptar a esto. Quién sabe, a lo mejor tiene razón, pero la verdad es que yo tengo ganas de volver y mis planes son los de quedarme.
¿Qué será de este blog? Ni por asomo se me pasa por la cabeza dejar de escribirlo, me ha acompañado en tres continentes, me lo guardo. Lo que me pregunto es si os seguirá interesando a vosotros/as también. A pesar del sentimiento de derrota que me invade al pensar en Marrakech no puedo dejar de reconocer que todo lo que esta ciudad me ha dado ha determinado mi futuro, me ha cambiado para siempre. Mi vida estará plegada por Marruecos, yo no soy la que llegó desde Seattle hace dos años buscando gente de carne y hueso. Aquí este blog se ha escrito sólo. La vida me dictaba porque en África la vida te empuja cuando sales a la calle, existe una energía en este continente que te obliga a reconocerte ¿Qué escribiré desde Sevilla? ¿Otra vez sobre teatro? Después de todas las cosas que me han pasado vivir en una ciudad que conozco tan bien (donde domino barrios y líneas de autobuses, con mi familia y mis amigos/as cerca) será como pasear en bicicleta… demasiado fácil. Y sin embargo tengo tantas ganas de esa tranquilidad, vivir en un país donde todos hablan mi lengua, donde para tomarme un café con alguien sólo debo hacer una llamada… Qué ganitas de una vida de mi misma talla.

En el País de las Maravillas

Dentro de mí, donde nadie me sabe y todo sabe a lo que yo quiera. Encerradita. No me queda otra, creo que no soy yo la que elije venir a este lugar. Ya vuelvo, sólo un ratito, no es nada grave. Si os apetece, ahí os dejo a Aziza Mustapha, por si andáis como yo. Serán cosas de primaveras o de inviernos largos.

Casi todo

Me peinabas con la cola de caballo, me hacías un bizcocho, me disfrazabas de paje, me acompañabas al colegio, me preparabas la merienda, me contabas un cuento, dormíamos juntas, tu hermana- dijiste– ha nacido esta noche, me enseñabas las fotos de cuando vivías en África, me contabas las cosas de cuando papá era chico, me compraste unas telas rosas para que jugara con las primas, nunca te enfadabas, me dejaste de herencia la lágrima fácil y la dirección cardiaca, me serviste de ejemplo, nunca me juzgabas, te echo de menos, soy lo que soy porque tú fuiste, no conocerás a Lara, siempre estarás en mi corazón, cada niño que aprende algo en mi clase eres tú que no aprendiste en un convento de monjas a las que no les guardaste rencor, no podías escuchar las telenovelas porque yo estudiaba piano, Fátima eres tú, te echo de menos ¿lo he mencionado?, eras posesiva, eras egoísta, eras insegura, sólo sufrías por amor, sólo eras feliz por amor y este aire de primavera norteafricana ha hecho abrir ya los azahares. Los azahares eran nuestros. Hoy he puesto tu nombre en Google, para ver qué salía, creo que esperaba encontrar una web donde aparecieran tus datos personales, los actuales digo, la dirección y el teléfono donde poder localizarte, hoy día publican páginas para casi todo. Casi todo. La otra noche te imaginé en un lugar lejanísimo donde habías llegado a ser lo mejor de ti, ojalá estés bien.

De visita en mi casa

En la burbuja todo está en orden. Hay muchas cosas, casi todas nuevas. Hay promesas, hay futuro, protección, subsidios y quejas. La gente aquí se queja.
Por estos lares ando, aún de paso, preparando la vuelta definitiva. Últimamente me ha invadido una soberbia enorme, me parece que si me voy de Marruecos ya no va a haber una clase de música en DT los miércoles por la tarde y que cada mes y medio nadie llevará dos sacos con ropa de bebé al orfanato de I.

Mi visión personal del conductismo, el cognitivismo y demás teorías de amaestramiento humano

Ayer vi La Ola de Dennis Gansel. Como estos días empleo mucho tiempo en preparar mi primer examen universitario, precisamente de Psicología de la Educación, tuve ayer esa sensación de que todo se cierra en espiral, como cuando te cortas el pelo y tres o cuatro de tus conocidos lo hacen también en la misma semana o cuando alguien de tu familia va a ser madre/padre y se te quedan preñadas en el mismo mes cuatro conocidas más. De esa misma manera en los últimos días la vida me hace llegar por diversas vías el siguiente mensaje: educar es, a fin de cuentas, amaestrar. Así de triste, así de fácil, así de peligroso, los seres humanos somos maleables.

A menudo me pregunto por el impacto de mi labor como maestra aquí en Marruecos. Yo sé lo que quiero conseguir de mis niños/as y también sé qué es lo que la dirección de los centros donde trabajo no quieren que consiga. Cada cual aspira a un mundo diferente y los/as niños/as son nuestros instrumentos. Por muy nobles que sean nuestros sentimientos hacia ellos/as, aunque les estemos deseando el mejor de los futuros, lo que hacemos al fin y al cabo es plantear sus vidas en la dirección que creemos más oportuna. Yo quiero que piensen por ellos/as mismos/as, que no obedezcan de manera sistemática, sin plantearse el por qué de las cosas, que sean valientes, que aprendan a admitir sus errores, a afrontar sus límites y a superarlos. En principio son objetivos justos y positivos, pero todo ello lo hago porque quiero que este sea un mundo parecido al que añoro. Un mundo sin represiones políticas ni religiosas, sin manipulaciones mediáticas, un mundo sensible. Debajo de todo el bien que les deseo está todo el bien que me deseo.

Los/as que nos dedicamos a la docencia así como los/as que somos padres o madres tenemos una responsabilidad tan delicadamente importante que es, por definición, imposible estar a la altura de las circunstancias.

A menudo, y por finalizar con otra referencia cinematográfica, cuando tengo que tomar una de esas decisiones complicadas que atañen al futuro de Iván, me acuerdo de la escena de El Bola, de Achero Mañas, en la que un padre tatúa al hijo aún púber. Sea bueno o malo, mi rastro permanecerá por siempre tatuado en la vida de mi hijo.

Sobre la propiedad de la tierra y la palabra

En el patio del colegio, mi amiga Reme y yo escondíamos algo a lado de un árbol. No importaba qué, había que enterrar allí un objeto cualquiera y no decírselo a nadie. Al día después volvíamos y encontrábamos el capuchón de bolígrafo, la ramita de jacaranda o la piedra que habíamos enterrado exactamente en el mismo lugar. Entonces una alegría infinita nos invadía, reíamos y decíamos qué bien, siempre que queramos podremos enterrar cosas y pueden pasar muchos días y esas cosas seguirán ahí enterradas porque nadie más que tú y yo sabremos que están ahí. La única condición era no romper el secreto, si no cualquier alumna podía venir a desenterrar lo que fuera (el tesoro, lo llamábamos). En realidad yo se lo contaba siempre a mi madre pero eso no importaba porque no había ningún peligro de que mi madre fuera a desenterrar un capuchón de bolígrafo a los arriates del patio. Eso sí, en el colegio no se lo podíamos decir a nadie no fuera a ser que Chari La Empollona o cualquiera de las repetidoras, viniese a chafarlo todo. Así que nuestras bocas quedaban selladas, bien a base de un apretón de manos, bien con una promesa o, si ese día nos sentíamos especialmente hermanas, con el conjuro:
El juego está cerrao,
con llave y candao,
quien lo abra
tiene un pecao.

Y nunca rompimos nuestra promesa, nunca sucedió que alguien se enterase de la existencia de aquel enterramiento de lealtad, de misterio, de poder, de libertad. Nos íbamos a casa, hacíamos los deberes, nos bañábamos, cenábamos y dormíamos en casas normales para que, al día siguiente, al desenterrar el capuchón, pudiésemos sentir que nuestra verdadera casa no tenía límites porque en cualquier lugar del mundo puede enterrarse algo. Igual que en el patio del colegio, en las calles de nuestra ciudad, en el parque… todo nos pertenecía porque poseíamos una promesa.

Hoy en Marrakech de nuevo tengo esa sensación de libertad. Cuando monto en un petit taxi, voy camino de D.T. y tengo que bordear los muros de la Medina que dan hacia los barrios más pobres, encuentro miles de lugares dignos de ser elegidos para enterrar una piedra. Son lugares que no pertenecen a nadie y pertenecen a todos. Por ejemplo, un rincón donde dos hiladores trenzan su hebra, cada uno agarra un extremo y una promesa, la de no soltarlo; o el borde de la calzada, donde un señor extiende su alfombra para orar; o la plaza donde por la mañana están los carros con fruta y por la noche los críos jugando al balón. La calle aquí es de todos y los charcos y la tierra y el hollín de los herreros dibujando expresiones al azar en las paredes y las palmeras siempre jóvenes y rebeldes, molestas a los constructores, amigas de quién ama la siesta callejera. Los/as marrakechís a veces duermen la siesta en plena calle, donde les pilla el sueño ¿No es eso impresionantemente bello? Cada uno de esos lugares me pertenece también a mí, por eso en Marrakech cada día vuelvo a ser niña, por eso al marchar me quedaré para siempre en esta tierra de locos y de libertad.