cosas mías
Sobre las caries del caballo de mi esposo
besos en esta casa llena de kafkas y heideggers y de CDs de esos que nunca me imaginé tener que escuchar a las 8.30 AM. Yo a mi santo lo amo con locura pero la verdad es que creo, honestamente, que la culpa es toda de mis suegros, con tanto Liceo Francés y tanto buen ejemplo, alguna rebeldía tenía que venir fuera y ahora la música marginal la aguanto yo por las mañanas porque la cuestión es que me tiene más enganchada que una quinceañera al Tuenti y se aprovecha. Me lo estoy intentando tomar con toda la calma que se puede pero la situación se parece mucho a jugar al Tetris haciendo el pino, con las fichas cayendo hacia arriba, es desmontar una vida, dar de baja las cuentas en el banco, dejar los trabajos, despedirse de los amigos, embalar los libros de mi santo, mandar los papeles al consulado, la lavadora la vendemos o nos la llevamos. Estoy bien, estoy tranquila, lo llevo bien, vamos que no me estreso ni nada, todos los males por bienes vienen y si nos regalan un caballo no vamos a andar mirándole los dientes porque la vida hay que tomarla como viene y yo esto lo estoy llevando con tranquilidad porque no vale la pena estresarse, total en un mes estamos en España pase lo que pase y esto ya habrá pasado, un colegio para el niño y dos dormitorios zona centro, preferible con terraza y con cuadra, no, quiero decir, con garaje. Uso la 40
En el País de las Maravillas
Dentro de mí, donde nadie me sabe y todo sabe a lo que yo quiera. Encerradita. No me queda otra, creo que no soy yo la que elije venir a este lugar. Ya vuelvo, sólo un ratito, no es nada grave. Si os apetece, ahí os dejo a Aziza Mustapha, por si andáis como yo. Serán cosas de primaveras o de inviernos largos.
Casi todo
De visita en mi casa
Espero
Mi visión personal del conductismo, el cognitivismo y demás teorías de amaestramiento humano
Ayer vi La Ola de Dennis Gansel. Como estos días empleo mucho tiempo en preparar mi primer examen universitario, precisamente de Psicología de la Educación, tuve ayer esa sensación de que todo se cierra en espiral, como cuando te cortas el pelo y tres o cuatro de tus conocidos lo hacen también en la misma semana o cuando alguien de tu familia va a ser madre/padre y se te quedan preñadas en el mismo mes cuatro conocidas más. De esa misma manera en los últimos días la vida me hace llegar por diversas vías el siguiente mensaje: educar es, a fin de cuentas, amaestrar. Así de triste, así de fácil, así de peligroso, los seres humanos somos maleables.
A menudo me pregunto por el impacto de mi labor como maestra aquí en Marruecos. Yo sé lo que quiero conseguir de mis niños/as y también sé qué es lo que la dirección de los centros donde trabajo no quieren que consiga. Cada cual aspira a un mundo diferente y los/as niños/as son nuestros instrumentos. Por muy nobles que sean nuestros sentimientos hacia ellos/as, aunque les estemos deseando el mejor de los futuros, lo que hacemos al fin y al cabo es plantear sus vidas en la dirección que creemos más oportuna. Yo quiero que piensen por ellos/as mismos/as, que no obedezcan de manera sistemática, sin plantearse el por qué de las cosas, que sean valientes, que aprendan a admitir sus errores, a afrontar sus límites y a superarlos. En principio son objetivos justos y positivos, pero todo ello lo hago porque quiero que este sea un mundo parecido al que añoro. Un mundo sin represiones políticas ni religiosas, sin manipulaciones mediáticas, un mundo sensible. Debajo de todo el bien que les deseo está todo el bien qu
e me deseo.
Los/as que nos dedicamos a la docencia así como los/as que somos padres o madres tenemos una responsabilidad tan delicadamente importante que es, por definición, imposible estar a la altura de las circunstancias.
A menudo, y por finalizar con otra referencia cinematográfica, cuando tengo que tomar una de esas decisiones complicadas que atañen al futuro de Iván, me acuerdo de la escena de El Bola, de Achero Mañas, en la que un padre tatúa al hijo aún púber. Sea bueno o malo, mi rastro permanecerá por siempre tatuado en la vida de mi hijo.
Sobre la propiedad de la tierra y la palabra
con llave y candao,
quien lo abra
tiene un pecao.
Y nunca rompimos nuestra promesa, nunca sucedió que alguien se enterase de la existencia de aquel enterramiento de lealtad, de misterio, de poder, de libertad. Nos íbamos a casa, hacíamos los deberes, nos bañábamos, cenábamos y dormíamos en casas normales para que, al día siguiente, al desenterrar el capuchón, pudiésemos sentir que nuestra verdadera casa no tenía límites porque en cualquier lugar del mundo puede enterrarse algo. Igual que en el patio del colegio, en las calles de nuestra ciudad, en el parque… todo nos pertenecía porque poseíamos una promesa.






Debe estar conectado para enviar un comentario.