El plan B

He comprado una botella de cristal con una vaquita, es made in China. En realidad la leche sabe igual en el tetrabrik pero me da muchísimo gusto mirarla cada mañana al servir el café. Me sonríe, la vaquita, y yo le sonrío a ella, qué arte tiene, pienso, y me pongo contenta, de un contento tonto, raro, nuevo, al que no me acostumbro. Pero en ello estoy. A veces pienso que me va a dar algo, el otro día sin ir más lejos fui a pagar el recibo de la luz al banco. Yo llevaba paseando la factura exactamente dos semanas, dobladita entre las páginas de mi agenda, esperando encontrar el momento adecuado para entrar en la oficina de la Caja Rural más cercana para abonar los 12,5 €, pero ¿Cómo se elige el momento adecuado para hacer una cosa así? Yo espero y espero pero nunca me llega una señal y la cuestión es que no consigo hacer que las cosas (esas cosas) ocurran con naturalidad. Así que me paso los días esperando el momento para ir al banco o para comprar la pintura de la ventana, hasta que ya veo que la cosa, de ir adelante, se iba a convertir en síntoma de depresión nerviosa y entonces voy y lo hago sin más. El señor del banco toma los 12,5 € y me extiende el recibo que yo cojo con asombro. No lo comprendo pero actúo como si sí. Tengo una ansiedad que te cagas pero le doy los buenos días y me largo de la oficina de la Caja Rural intentando pensar en la vaquita de la botella de leche. Después, en el curro, pongo a mis alumnas/os a hacer ejercicios de respiración, relajación y estiramiento antes de cantar y de paso suelo aprovechar y los hago yo también a ver si aprendo algo.

Todos/as hacen como si ir al banco fuese una cosa de lo más normal, es más, todos hacen como si el hecho de que el banco exista fuese algo natural y entran y salen de él disimulando una cotidianeidad completamente absurda. El caso es que el día de la huelga Marcos vino al mundo. La pequeña Irene ya no es pequeña, salió del paritorio en la camilla, con su hijo en brazos y nos miraba con absoluta paz. Irene se ha convertido en una experta de vivir, pensé. También pensé en mi abuela que no iba a conocer a Marcos y en lo colorao que estaba mi sobrino y en que era la cosa más hermosa que había visto en mi vida. Pensaba muchas cosas, todas juntas, en mi hermana arqueándose en la cama durante una contracción, sola en el pasillo del hospital, a escasos metros de mí que la miraba atónita a través de un cristal (de ella me separaba una puerta y una normativa machista y deshumana que hace a las mujeres pasar por el trance de un parto en la más absoluta soledad). En todo eso pensaba y también en mi cuñado al que le permitieron entrar en los 15 minutos de la fase de expulsión. Yo era el plan B, si él se desmayaba al ver la sangre me llamarían a mí porque todos se creen que soy muy valiente. Se lo creen porque he vivido en África y en muchos sitios raros. Nadie sabe que esos viajes han sido sólo un disimulo, como aquellos de las personas que entran y salen de los bancos.

Quien roba al ladrón

Hace unas semanas, en respuesta a una entrada mía en este blog sobre las empleadas de hogar en Marruecos, se creó una pequeña polémica acerca de qué es ser un/a ladrón/a. En resumidas cuentas, y justo por refrescaros la memoria, nos planteábamos si una mujer empleada en una casa como asistenta en unas condiciones completamente indignas, es o no una ladrona por robarle a sus patrones productos de primera necesidad (en concreto, ropa). Cada cual que saque sus conclusiones, aquel debate ya pasó a la historia de este blog. Hoy he querido recordarlo sólo porque una noticia que leí esta mañana me ha traído a la mente el asunto. Nuestra vida cotidiana no es más que un microcosmos del día a día político. O quizás sea al revés. Dice Sarkozy, desde sus zapatos de drag queen, que al gitanito que pillen robando lo mandan pa’ su casa. Algún día dios me va a hacer caso. Algún día dios se va a despertar y dirá eso que yo quiero oír: Alicia, te equivocabas en todo, en cambio el Papa, Bush, Aznar, Sarcozy y Mohamed VI tenían razón. Y en el mundo entonces se hará justicia porque si, por ejemplo, el Papa dice la verdad, él mismo irá al infierno por tener ya un montón de pecados acumulados. Y si la ley de Sarko es justa, él mismo será expulsado de Marruecos junto con la mayoría de sus compatriotas, que viven de lo que roban en África.

Está muy feo eso de generalizar, tan feo es decir que todos los rumanos vienen a Europa a robar como que todos los franceses van a Marruecos a explotar, estafar, violar los derechos humanos, acostarse con menores y a olvidarse de todo aquello de la liberté, égalité y fraternité. Pero vamos que la xenofobia me la llevo yo acuestas también contra mi misma especie porque no es que los españoles demos muestra alguna de coherencia moral en el Magreb. Todo es cruzar la frontera e irse olvidando, una a una, de todas los pautas de comportamiento habituales, desde el (casi) inocente fumar en sitios donde hay niños/as, hasta el acostarse con estos/as mismos/as niños/as simplemente porque allí no llega la ley y, si llega, no cuenta para los todopoderosos europeos.

Por eso, Sarko, desde tus tacones altos, no me vengas a hablar de quién roba en el país vecino porque la mansión que tienes en la lujosa Palmeraie de Marrakech fue construida a base de mano de obra de esa de limpiarse el culo con la venda de los ojos de la justicia de tu liberalismo.

Una crisis profesional

Ellos/as han copado los despachos y, desde allí, vigilan, deciden, ordenan, pagan y distribuyen. Los edificios se erigen todopoderosos, son los templos del arte, el sueño hecho materia. Dentro, en el oscuro, dicen que se parte desde cero para crear una nueva luz, jugando a ser dioses. Y los aplausos. En los despachos también juegan los dioses a poner los precios que a veces se pagan a golpe de contribuyente y otras con favores o sexo. No voy a decir que todo sea eso pero es que lo que queda es tan poco y tan dejado a la suerte que al final es como si no existiese nada más.

Y cada día me repito aquello de el/la profesional no cobra por trabajar, al/a la profesional se le paga para que pueda realizar su trabajo. Pero también me oigo lo otro, lo de y con todo lo que yo tengo que decir ¿Me voy a quedar en casa sólo porque las mafias dirijan los teatros?

Algo bueno va a salir de esta crisis porque desde luego si no es para matarnos. Las grandes cosas siempre salieron en los peores momentos. Cuando el dinero se aleja, el ingenio está libre, deja de tener que rendir cuentas y ese es el ingrediente base de una obra de arte.

Mis mil casas

Hace casi cinco años, cuando estaba a punto de irme a los EEUU, me planté en casa de mi padre con mi viejo teclado, no lo puedo facturar, regálaselo a alguien. Pero mi padre siempre lo guarda todo y hoy, a mi regreso, lo he instalado en medio del salón de la casa nueva (como aún la llama Iván). Y así, uno a uno, recupero todos los elementos de mi antigua vida, me reencuentro. Ando cantando Haydn y ya se me había olvidado cuanto me gustaba. Debemos tener el alma descuartizada y repartida por el mundo, al viajar vamos reconociendo los trozos en las cortezas de los árboles en México, en la mirada de un vendedor ambulante de Marrakech, en los zapatos de plataforma de una drag de Broadway, en Seattle. Pero no podemos recomponer el alma, no podremos jamás unificar esos trozos que nos encontramos en una sola pieza, debemos resignarnos a vivir lejanos de nosotros/as mismos/as, de todos los miles de fragmentos de alma que reconocimos en los lugares del mundo que visitamos y de todos aquellos fragmentos que jamás tendremos la oportunidad de conocer.

Hoy me veo inmersa de nuevo entre partituras, con mis manos sobre el teclado, con los/as viejos/as amigos/as a golpe de teléfono, con la ciudad controlada, con los códigos reconocidos y asimilados con naturalidad durante la infancia y con los otros, los impuestos y odiados. Aquí ando, en casa echando de menos mis otras casas. Aquellas donde yo no era cantante sino maestra, cooperante, extranjera sin permiso de trabajo, estudiante, turista, mujer blanca, mujer latina, mujer casada, mujer… todas las alicias que encontré en el camino quedaron para siempre unidas, a través de un hilo transparente, a esta del teclado y las partituras. Mi vida aquí me encanta, está hecha a mi medida, pero escucho el ritmo del latido de este enorme planeta y mis responsabilidades repartidas y olvidadas, sobre todo en cierto barrio norteafricano. No puedo hacer como que no vi nada.

Todo lo que tú quieras

Hay un Olimpo del cine español y extranjero, allí es donde viven los/as grandes directores/as. En otro lugar, mucho más humano, está el poeta, Achero Mañas. En sus películas no encuentras personajes sino personas y en ellas no hay historias, hay vidas.
Juan Diego Botto ha realizado en esta película la que ha sido, para mi gusto, su mejor interpretación hasta hoy. Me ha encantado Todo lo que tú quieras pero me da a mí que no va a gustarle a todo el mundo, de hecho mucha gente salió hoy disgustada del cine. Porque la realidad escuece y si hay de por medio homosexualidad o transformismo o feminismo o cualquier cosa que se le parezca, a la media España (el lastre histórico, la pena negra, digo) le entra el tic en el ojo y sale escaldada y con la dignidad herida. Pero vamos, que supongo yo que Achero lo habrá hecho para eso precisamente. Qué grande Achero, es el poeta. Y por si todo eso fuera poco, si se me permite decirlo, está como un queso.

Quiero ser un cuerpo adornado

Con más de 2000 años de era cristiana a los hombros y lo que vino antes, que para el caso era lo mismo, hoy 10 de agosto de 2010 me encuentro adorando, como siempre, a Marilyn Monroe. Y de camino a Howard Hawks, que bien se lo merece. Ayer fui al cine de verano, con mi bocadillo de bistec empanado y mi lata de refresco de limón. No se creó el habitual efecto microclima (*), cosa rara, pero vamos, que aguantamos con la piel húmeda pegada a la silla de plástico muy contentos porque la película era una de esas maravillas que ocurren en Hollywood de vez en cuando. A Howard Hawks habría que hacerle un monumento por ser el autor cinematográfico que, en pleno musical taquillero, te pone en entredicho los roles masculinos y los femeninos y se divierte y nos divierte enseñando la homosexualidad como lo que es, algo evidente, diario y natural. También porque dirige tela, pero tela de bien.

Violà dos escenas que os invito a disfrutar. En la primera Marilyn deja muy clarito a un señor calvo y viejo lo mismo que decía yo en este blog en mi última entrada: el disfrute de lo frívolo y el acceso femenino al dinero de una forma rápida hace chirriar los dientes de una sociedad que, en cambio, aplaude las mismas actitudes en los hombres. Marilyn en cualquier caso, lo dice con mucho más arte y más agua oxigenada que yo, no vale perdérselo. La segunda escena muestra el baño que Jane Russel se da en un mar de cuerpos masculinos, tal cual, sin más pretensiones ni cerebros, sin menos perjuicios ni sentimientos de culpa. Es la reivindicación del hombre cachas que, por fin, hace justa y digerible su equivalente: la mujer objeto.

Espero que os gusten. Besos a todos.

(*) Todos los cines de verano del mundo gozan de una transformación medioambiental por la que se hace necesario el uso de “el rebequita”, independientemente de las circunstancias atmosféricas que den lugar en el resto de la superficie metropolitana).

Video 1: (Si preferís la versión original : http://www.youtube.com/watch?v=oHp3OO0DalE&feature=related )

Video 2:

El día que nací en serio

El día que Iván nació permaneció sereno durante muchas horas. Lo recuerdo en una cuna muy bien iluminada, a escasa distancia de mi cama. La habitación estaba llena de gente, unos entraban y salían, otros lloraban y se abrazaban y nosotros, mi hijo y yo, nos limitábamos a lucir pasivamente varios manojos de tubos y cables que nos colgaban de los brazos y de la nariz. Iván permanecía en su cuna rodeado del aura de armonía más bella que yo hubiese visto nunca. Hacía tan sólo unos minutos que dormía al abrigo de mis vísceras, con el latido de nuestros dos corazones como única compañía y de pronto se vio literalmente arrancado de mi barriga, rodeado de un grupo de enfermeras que lo movían de forma alarmada, de una camilla a la otra, comprobando sus reflejos, su peso, su respiración, para por fin situarlo en una cuna iluminada con aquel foco implacable. Y a pesar de todo Iván permaneció tranquilo, parecía un anciano acostumbrado a las cosas, un experto de vivir, de la luz, de los ruidos, del frío. Iván no lloraba, sólo estaba en un estado de quietud en el que no añoraba nada. Yo en cambio agredía el tiempo. Me habían sedado contra mi voluntad y luchaba con el sueño y las expectativas de los demás. No deseaba tomar a mi hijo en brazos o al menos no tenía prisas por hacerlo. Tenía miedo, pero no era un miedo normal, no era ese miedo de querer salir corriendo, ni el de taparte la cabeza con el edredón. Tampoco era un miedo de rezar, ni un miedo de desear que te trague la tierra o de querer morir. Era un miedo distinto, era la conciencia nueva de estar atada a la vida hasta el final de mis días sin tener la menor idea de qué era precisamente vivir. Era el saber de golpe que nunca podría hacer las cosas tan bien como Iván merecía, darme cuenta de que nunca podría estar a la altura de esa paz de la que Iván disfrutaba. Qué graciosos/as son los/as médicos/as cuando hablan de la depresión postparto.

Torrot, torrot

Cada mañana está hecha de una lista de cosas difíciles que hay que hacer. También de sueños. Yo tenía una Torrot roja. Era una pequeña bicicleta para mí pequeña. Me gustaba pedalearla mientras le leía la marca del derecho y del revés, torrot-torrot, y siempre sonaba igual y cada vez era fascinante descubrirlo. Como el anorak azul reversible, como la dinamo de la luz de la Torrot, que se enciende sólo mientras pedaleo, la palabra rodaba en una dirección u otra si yo la pedaleaba en mi mente, torrot-torrot, torrot-torrot, torrot-torrot…

Cada mañana está hecha de cosas difíciles. A veces pienso que no voy a ser capaz de realizar ninguna. Esas mañanas tengo miedo de la lista de cosas y de las ventanas. Esos son los días en los que me da miedo dejar de dar vueltas en mi Torrot. Porque una bicicleta tiene sólo dos ruedas. No siempre fue así, antes había cuatro, pero un día mi padre me dijo Alicia, le vamos a quitar las ruedas pequeñitas, no te preocupes que yo te agarro, y así aprendí a ir sola sobre dos ruedas que dejaban de moverse cuando yo dejaba de pedalear y de pensar torrot-torrot. Cuando me paraba se caía, a derecha o a izquierda, torrot-torrot. Ahora es igual por las mañanas, la lista de cosas se cae hacia los lados, pierde el equilibrio con gran facilidad y sólo la acción la mantiene en pie. Antes, cuando pensaba que la lista de cosas era demasiado difícil para mis piernas, cerraba los ojos, respiraba hondo y hacía una cosa fácil, como cambiarme de país o casarme con alguien que no conocía. Así la lista de cosas difíciles no tenía más remedio que esperar, creo que lo que yo quería era que desapareciera, pero nunca se dio el caso, jamás se cansaba de esperarme y al final siempre había un día en el que me levantaba con miedo a ir a la tienda de la esquina a hacer una fotocopia y cosas así, de esas difíciles, ya sabéis a cuales me refiero.

Las mañanas están hechas de una lista de cosas difíciles y de hacerlas.

¿Nos alteramos que ya va tocando?

No somos turistas transparentes, ni votantes en blanco, ni viejas/os sentadas/os al fresco observando la juventud pasar, ni inofensivas moscas. No somos nada de eso porque, en el mejor de los casos, según dicen, las mariposas crean un efecto arrasador con sólo un aleteo y, en el peor, nuestra visita a una ciudad exótica, llena de niños comidos por moscas inofensivas, está arropada por un hotel de camareras a 180 € al mes, 12 horas al día, sin descansar el domingo. Las/os viejas/as, nunca observan pasivamente, sino que analizan, intentan comprender y, finalmente, critican. No nos vamos a engañar, aquí nadie pasa por el mundo sin tomar partida. Los nihilistas miran hacia arriba y silban y después hacia abajo y ríen. Más tarde, junto a la almohada, también ellos se cagan de miedo, y quién sabe, puede que con más fuerza y concentración que los mortales. La cuestión es que la vehemencia es quizás ridícula, pero al menos es un intento.