Todos/as hacen como si ir al banco fuese una cosa de lo más normal, es más, todos hacen como si el hecho de que el banco exista fuese algo natural y entran y salen de él disimulando una cotidianeidad completamente absurda. El caso es que el día de la huelga Marcos vino al mundo. La pequeña Irene ya no es pequeña, salió del paritorio en la camilla, con su hijo en brazos y nos miraba con absoluta paz. Irene se ha convertido en una experta de vivir, pensé. También pensé en mi abuela que no iba a conocer a Marcos y en lo colorao que estaba mi sobrino y en que era la cosa más hermosa que había visto en mi vida. Pensaba muchas cosas, todas juntas, en mi hermana arqueándose en la cama durante una contracción, sola en el pasillo del hospital, a escasos metros de mí que la miraba atónita a través de un cristal (de ella me separaba una puerta y una normativa machista y deshumana que hace a las mujeres pasar por el trance de un parto en la más absoluta soledad). En todo eso pensaba y también en mi cuñado al que le permitieron entrar en los 15 minutos de la fase de expulsión. Yo era el plan B, si él se desmayaba al ver la sangre me llamarían a mí porque todos se creen que soy muy valiente. Se lo creen porque he vivido en África y en muchos sitios raros. Nadie sabe que esos viajes han sido sólo un disimulo, como aquellos de las personas que entran y salen de los bancos.
El plan B
He comprado una botella de cristal con una vaquita, es made in China. En realidad la leche sabe igual en el tetrabrik pero me da muchísimo gusto mirarla cada mañana al servir el café. Me sonríe, la vaquita, y yo le sonrío a ella, qué arte tiene, pienso, y me pongo contenta, de un contento tonto, raro, nuevo, al que no me acostumbro. Pero en ello estoy. A veces pienso que me va a dar algo, el otro día sin ir más lejos fui a pagar el recibo de la luz al banco. Yo llevaba paseando la factura exactamente dos semanas, dobladita entre las páginas de mi agenda, esperando encontrar el momento adecuado para entrar en la oficina de la Caja Rural más cercana para abonar los 12,5 €, pero ¿Cómo se elige el momento adecuado para hacer una cosa así? Yo espero y espero pero nunca me llega una señal y la cuestión es que no consigo hacer que las cosas (esas cosas) ocurran con naturalidad. Así que me paso los días esperando el momento para ir al banco o para comprar la pintura de la ventana, hasta que ya veo que la cosa, de ir adelante, se iba a convertir en síntoma de depresión nerviosa y entonces voy y lo hago sin más. El señor del banco toma los 12,5 € y me extiende el recibo que yo cojo con asombro. No lo comprendo pero actúo como si sí. Tengo una ansiedad que te cagas pero le doy los buenos días y me largo de la oficina de la Caja Rural intentando pensar en la vaquita de la botella de leche. Después, en el curro, pongo a mis alumnas/os a hacer ejercicios de respiración, relajación y estiramiento antes de cantar y de paso suelo aprovechar y los hago yo también a ver si aprendo algo.