Hace un par de días escribí un artículo repleto de palabras raras de cuatro soporíferos folios. Casi no me lo leo ni yo, pero necesitaba escribirlo. Doy las gracias a las pacientes lectoras que dedicaron un precioso día vacacional de agosto, no solo a leerlo, sino también a intentar entenderlo, porque ya digo que era espesito. Gracias de corazón a todas ellas. Ahora os voy a hacer un resumen para explicar lo que quería decir y, en un intento de llegar a más gente y de quitarme un poco de pedantería casposa de encima (me pongo muy jartible a veces, lo reconozco), voy a ponerle muchas fotos. Para que nos entendamos, esta es la versión mainstream de lo que colgué antes de ayer.
Allá voy…
Cuando las feministas decimos: «Las guerras y las miserias políticas las realizan hombres», alguien siempre nos responde lo de ¿Entonces Merkel y Thatcher?. Queridos, tal y como voy a mostrar gráficamente, cuando las mujeres entran en política sufren una transición FtM (female to male). Existe, está ocurriendo, y voy a llamarlo el transgénero del poder. Atención a las fotos porque no tienen desperdicio… las palabras mágicas son «traje de chaqueta». Allá voy:
Esta es Margaret Thatcher mucho antes de ser primera ministraAquí ya es «La Dama de Hierro»De anciana, ya jubiladísima, vuelve a los vestidos y abandona el traje de chaqueta.La Hillary primera dama, esposa como Dios mandaAquí ya es Secretaría de Estado, saluda con un apretón de manos ¿Os imagináis que diera dos besos?Es prácticamente imposible encontrar el logo del PP en una imagen oficial asociado a una mujer sin traje de chaquetaOtro ejemploAna Botella estudianteAna Botella AlcaldesaCifuentes en una foto personalCifuentes ejerciendo el poderEn esta evolución de Angela Merkel vemos como el uso del traje de chaqueta llega en el mismo momento en el que ostenta un cargo político
La prensa a menudo usa imágenes donde nuestras políticas lucen aspectos más femeninos para desprestigiarlas:
¿Sabéis que Pedro J. Ramírez se la jugó a Soraya Saenz haciéndola posar para una supuesta entrevista informal en un dominical para después publicar esta imagen en la portada de El Mundo? Se la acusó de frívola, inoportuna y cosas mucho peoresEso sí, nuestras políticas tienen permitido volver a la feminidad siempre que sea para reproducir valores judeocristianos
“No se nace mujer: llega una a serlo” de Simone de Beauvoir y “Es de puta madre ser mujer” de Daniela Ortiz, son dos frases con las que podríamos resumir este artículo.
Ser mujer es la construcción social no opresiva cuyos “defectos” no parten más que de la confianza puesta en que la sociedad y en que el hombre vaya a tratarnos de forma igualitaria. Cuando, hablamos entre amigas y alguna de mis compañeras, o yo misma, contamos alguna discriminación sexista que hemos vivido, es común escuchar la frase “en parte es culpa tuya, por haberlo permitido”. No me gusta esa frase, por muchas razones. Primero porque la palabra “culpa” me eriza la piel, prefiero usar “responsabilidad”. Y en, segundo lugar, porque entiendo que lo que se nos está diciendo es “eres merecedora de esa discriminación por haberte confiado”, como si confiar en la gente que amamos fuese algo malo. Las mujeres no somos ni culpables, ni merecedoras ni, ni mucho menos, generadoras de las discriminaciones y violencias patriarcales. Tampoco somos víctimas pasivas, somos sobrevivientes de un sistema que intenta aniquilarnos, violarnos, aprovecharse de nuestro trabajo gratuito, etc. Ocurre que, cuando la confianza que depositamos en el hombre, en el sistema, viene traicionada, a veces nos damos cuenta del engaño y logramos ser conscientes de que nunca seremos tratadas desde la igualdad ni en pareja, ni laboralmente, ni, en general, como ciudadanas. En ese momento, las mujeres entramos en lo que Lagarde denomina un proceso de luto. Es un proceso, doloroso pero necesario, en el que las mujeres tomamos conciencia de nuestra verdadera posición en el mundo para poder, por fin, empezar a negociar. Cuando alguien nos dice “en parte es culpa tuya por permitirlo” es como si se diera por supuesto que se partía de la misma posición en la negociación o como si se nos estuviera echando en cara el haber sido una mala negociadora o demasiado “buena” (¿Se puede ser demasiado buena o es que me estás llamando tonta? Porque yo creo que el tonto es él). No creo que ninguna mujer verdaderamente consciente de su posición de segunda en esta sociedad pueda decir esa frase y creérsela. Ninguna mujer que haya realizado el luto de saber que su compañero o su jefe la mirarán siempre desde el pedestal del primer sexo, puede creer que las mujeres somos culpables de las violencias machistas.
Y con estas reflexiones no estoy llamando a las mujeres al victimismo generalizado, al contrario, estoy llamando a una negociación consciente. Tampoco estoy haciendo alarde de una receta mágica de estrategias feministas para llegar a la igualdad, entre otras cosas porque no creo que la igualdad sea posible aún. Este artículo pretende ser una propuesta a las mujeres para que lloremos el luto de sabernos el bando con menos artillería y usemos las armas que tenemos (que son muchas) de forma consciente, inteligente y de la manera más conveniente para nuestras vidas. Esto es la guerra, pero no es una guerra de hombres, una de esas en las que se bombardean ciudades, esas de las de Bush o Merkel. No, esta es la guerra de las mujeres y no creo que haya que convertirse en hombres para ganarla, es más, creo que al convertirnos en hombres la perderíamos. Es la guerra donde, hasta el momento, solo han habido bajas de nuestro bando(a excepción de Andy Warhol, muerto a causa de las secuelas del único ataque feminista de la historia) y algunos gloriosos casos de autodefensa. Definitivamente, “la culpa es tuya por permitirlo”, es una trampa lingüística odiosa que no permitiré que me vuelvan a decir.
La segunda falacia que quería desmontar es esa, molesta como una mosca siestera, que aparece en casi todas las conversaciones cuando se habla de política heteropatriarcal y que se hace verbo en la frase: “Pues la Thatcher era mujer”. La Thatcher, al gobernar, no era mujer. La apropiación de una identidad de género diferente a la asignada al nacer no siempre es un acto de subversión política que busca la libertad y la justicia. A veces asumimos identidades de género de forma opresiva. Merkel, Thatcher, Aguirre o Botella no usan testosterona en gel porque no quieren transformar sus cuerpos, pero todas ellas se enfrentaron al rol que les fue asignado al nacer, el de mujer, asumiendo la identidad masculina con fines corruptos. Otra cosa es lo que ellas fueran antes y después de asumir sus cargos públicos. A lo mejor en muchas situaciones fueron mujeres, pero como gobernante son hombres. El género es una construcción social y desde el momento en que las mujeres abandonan la posición de “no opresión” en política están adoptando un rol masculino. La identidad no es una etiqueta fija, inamovible o intrínseca a los cuerpos, no es biológica y no es única. Cada una de nosotras asume decenas de identidades durante el día: la de alumna, madre, paciente, hija, hermana, abogada, blanca, gitana, precaria… Somos la suma de muchas identidades que podemos ir cambiando con bastante flexibilidad. La sociedad asume estos cambios de rol con naturalidad hasta el momento en el que la asunción de un rol se convierte en subversión. Merkel no es mujer cuando gobierna y al patriarcado no le molesta (demasiado) que subvierta su rol de género porque está sirviendo para perpetuar otros valores opresivos de raza, clase, etc. Pero, por ejemplo, sí le molestaría que subvirtiera su género hormonándose con testosterona porque el vello corporal y otros rasgos físicos pondrían de manifiesto el absurdo de la asignación de los géneros al nacer por razones esencialistas y biologicistas. Por tanto, el ir en contra del género asignado al nacer, aunque en un principio nos parezca un acto de subversión por definición, puede llegar a ser un acto de perpetuación de valores opresivos si, transversalmente, se alía con identidades de clase, raza, especie, edad, etc.
Por otro lado, una vez más nos damos cuenta de cómo el uso del lenguaje suaviza la lucha hasta camuflarla y finalmente cancelarla. Cuando el feminismo denuncia las violencias heterosexuales aparece la palabra “heterocentrismo” como si la heterosexualidad fuese mala pero sólo si se abusa de ella. Cuando denunciamos el coito como fuente de control del cuerpo de las mujeres a través de la reproducción, de la dificultad de acceso al placer y como base de contagio de enfermedades, aparece “coitocentrismo” para avisarnos de que el coito es malo, pero solo si se abusa. Cuando denunciamos que el rol masculino, el ser hombre, es por definición el ostentar la posición opresora, nos venden los términos “nuevas masculinidades”, “hombres por la igualdad” o “hembrismo” para decirnos “también hay hombres buenos y mujeres malas”.
Basta, empecemos a llamar a las cosas por su nombre.
Hay frases prohibidas. No podemos decir Esperanza Aguirre es un hombre aunque se comporte como tal (y ser hombre no se nace, se llega a serlo, lo recuerdo por si alguien se despista). Eso no se puede decir porque conviene que creamos que se puede ser mujer y ser opresora. Pero la cuestión es que Aguirre no es opresora por tener útero. Ni si quiera es opresora por ser mujer en algunos momentos de su vida. Es opresora por ser hombre mientras gobierna, por ser rica, por ser blanca, o por ser adulta, pero nunca por ser mujer. No se puede ser mujer y opresora porque es una contradicción lingüística y conceptual. Tampoco podemos decir que existen “hombres maltratados” no porque no haya hombres que estén siendo maltratados sino porque no están siendo maltratados por ser hombres. Estarán siendo maltratados por ser negros, pobres, inmigrantes, tímidos, discapacitados, etc. pero no por ser hombres.
La Thatcher y la Cospedal, en cuestión de raza, son blancas, y por tanto racistas, en cuestión de clase, ricas y por tanto, clasistas, en cuestión de género, hombres y por tanto machistas. En su vida privada no tengo ni idea de lo que son, pero como gobernantes lo tengo muy claro. Para mí es esencial empezar a identificar el rol social con la discriminación que provocan. Es lo mismo. No hay blancas buenas, si somos blancas estamos adoptando el papel de opresoras y una vez más no es una cuestión de culpa judeocristiana, no debo pedir perdón por ser blanca, ni siquiera por las atrocidades que mis antepasados y mis coetáneos realizaron como colonizadores. Pero sí debo ser responsable y consciente de mi posición de opresora y no decir tonterías como: yo soy blanca pero no provoco racismo. Podrás estar incluso en contra del racismo, podrás tener una hija negra adoptada e intentar asumir su problemática como si fuera tuya, podrás intentar subvertir tu rol a través de la transracialidad, pero te guste o no, la identidad que te asignaron al nacer te perseguirá el resto de tu vida en forma de opresión hacia las personas no-blancas.
Por último quería explicar que no creo en el binomio biológico versus social. Somos socialmente biológicos y biológicamente sociales y lo ético, a mi entender, es ser mejor en cuanto nos acercamos a las identidades no opresoras. Creo en la identidad como ente político exento de cuerpos y personas desde el punto de vista subversivo pero no desde un punto de vista factible a corto plazo y es imprescindible que tomemos consciencia de quiénes somos, nos guste o no, a ojos de la sociedad.
Hay dos cabecitas locas que se apoyan en mi regazo. Una desde el primer día. La otra poco a poco, al principio desconfiada, después huidiza y ahora, cada vez, más y más relajada. Son cabecitas rápidas, preciosas y un poco duras. La cabeza de Iván luce una hermosa melena que todos se empeñan en cortar. La presión social para que eso ocurra es casi tan fuerte como la determinación de la criatura que se enciende y contesta una y otra vez a quien le invita a pasar por el barbero: acabas de añadir cinco semanas a la fecha que tenía prevista para cortarme el pelo.
Si no lo cortas el pelo crece. El pelo de los demás niños es cortado una vez al mes, sin más. Pero Iván no hace nunca nada sin más y no sabe ir al peluquero sin más como no sabe aprenderse las tablas sin más, no sabe, no puede, no quiere. No entendemos muy bien qué verbo es. Hay quien dice que es perezoso del verbo remolonear, pero yo sé que se equivocan. Iván es cualquier cosa menos perezoso. Su cabeza va a mil por horas, nunca para, nunca descansa.
La cabecita de Y*** pasa por momentos interculturales cuanto menos… curiosos. Tiene dos madres, como ya sabéis. Una es feminista y se lee cosas de mujeres afroamericanas que reivindicaron en los 60 el amor por sus cabelleras naturales frente al trenzado tradicional africano. Pero la realidad es que esta madre postmoderna y leída no sabe lidiar con el día a día del concepto afro y la cabeza de Y*** siempre termina llena de rastas.
Hoy mamá V*** llegó enfadada a la visita mensual. A veces se pone nerviosa y habla mal a las personas que están cerca. Es una mamá-hija porque es una mamá que debe ser cuidada. Sacó unas tijeras y cortó los rizos de esa cabecita dura como el coco. Dura por testaruda pero también dura por resistente. Cortó y cortó mientras resoplaba y decía lo mal cuidada que Y*** está en nuestra casa y cortó tanto que la dejó pelona por detrás. Al verle las calvas nos asustamos pensando que eran cicatrices antiguas. El cuerpo de Y*** está lleno de historias, es el mapa de una vida demasiado grande, una vida que no cabe en 7 años. No te preocupes, Y***, en un par de semanas se cubrirán estos vacíos, le dije al verla.
Hemos hecho fotos. Algunas las podemos colgar aquí, otras no. Hay una muy bonita en la que Y*** sonríe mientras enseña el carnet. Toda la familia está muy contenta y lxs amigxs le dan la enhorabuena. Ella pregunta una y otra vez para qué sirve. Se lo hemos intentado explicar muchas veces y de maneras muy diferentes pero sigue sin entender para qué puede valer un permiso de residencia. Sí que ha entendido que podrá por fin montarse en avión para ir a ver a sus yayos este verano y eso la ha puesto muy contenta.
Hace seis años una niña muy pequeña atravesó el mar en un dulce viaje que terminó en mis brazos. Pudieron haber pasado muchas cosas terribles, pero no pasaron. Bueno, algunas sí, pero no las peores, esas que no tienen marcha atrás no ocurrieron, no quedaron los sueños flotando aunque sí muchos vacíos. Pero se están llenando, poco a poco.
Hoy celebramos un carnet que no entendemos muy bien para qué sirve ni comprendemos por qué no se lo dan a todo el mundo si es tan bueno que las personas lo tengan. También celebramos que este verano Y*** va a estar fresquita en la playa con su nuevo corte de pelo. Y, puestos a celebrar, celebramos el cabreo de las personas normales que no entienden que un niño lleve melena y diga que, aunque su nombre le encanta y no se lo quiere cambiar, no estaría tampoco mal llamarse Lucy.
Pide disculpas al padre de Marta del Castillo. A la madre no. Así están las cosas. Cuando ofendes a una víctima de violencia de género le pides perdón al padre y ya está todo arreglado. No hace falta que pidas perdón al resto de mujeres supervivientes de violencias machistas o a la madre que la parió, no, le tienes que pedir perdón al padre. Esto me recuerda a aquel primer vídeo de El Cazador Cazado en el que unos acosadores sindicalistas le piden perdón a mi marido después de haberme acosado a mí.
Las cosas de Internet van rápido. Lo mismo mañana cambia todo el panorama pero dudo mucho que Soto dimita y que Zapata vaya a pedir perdón a las mujeres, ojalá me equivoque. Ha pedido perdón a las víctimas del terrorismo y a las del holocausto y se ha apresurado a afirmar que no es ni proetarra ni antisemita, pero ni una palabra del machismo que desprenden algunos de sus mensajes en Twitter. Me da igual el contexto, estoy del contexto hasta el coño. Si eres hombre no puedes hacer un chiste sobre una pobre niña estrangulada a la que no hemos podido aún ni dar sepultura. No puedes. Malena Pichot lo dijo muy claro: es muy difícil que el hombre blanco cuente un buen chiste porque es el que tiene la culpa de todo. El humor siempre hacia arriba y hacia dentro, jamás hacia abajo, porque si no es opresión, tal y como apunta Brigitte Vasallo.
Pero lo que más triste me pone de todo esto es ver como Soto ha salido de rositas, como todas las críticas que ha recibido han sido centradas en sus declaraciones contra Gallardón sin que haya tenido que pedir disculpas específicas a las mujeres por haber dicho lindezas tales como aquello de “tiremos la puta al río” o que a las mujeres nos apesta el coño. Debe pensar que su polla huele a lavanda, así que le recomiendo este vídeo.
¿Por qué Zapata dimite y Soto no? Pues porque Zapata ha hecho humor antisemita y proetarra y Soto humor machista y en el ranking de incorrección política lo de meterse con las mujeres no ocupa los primeros puestos. Desde las cuentas antifascistas, de hecho, preguntan que qué problema hay con Soto, que tampoco ha dicho nada malo.
Estos tíos no me representan y me da mucha pena ver a feministas con la cabeza muy bien amueblada justificando acciones que no le consentirían a ningún otro tío solo porque estos son “camaradas”. Por favor, que esta nueva izquierda me devuelva a mis compañeras , las echo de menos.
Cuando tenía 15 años y me iba a comer el mundo siempre me decían: «con el tiempo se te pasará». Voy a cumplir 40 este mes y ya no tengo ganas solo de comerme el mundo, ahora quiero comérmelo entero y, además, cagarlo después. A mis 15 no me habría atrevido a llevar el peinado que llevo hoy por miedo a que los adultos estuvieran en lo cierto. No decía tantas palabrotas como ahora, no gritaba tan fuerte, no arrasaba a mi paso del mismo modo que lo hago ahora. Estoy llena de fuerza, la adolescencia no se me pasa, solo se me empecina. Dejarse ser… cada minuto que pasa la radicalidad me envejece: soy más y más vieja, más y más incómoda. Y miro el miedo de la mayoría de las personas que me rodean y como educan a sus criaturas en la obediencia y ya ni siquiera pueden tocarme. Incluso cuando me dañan no me tocan. Tocáis mis derechos, pisoteáis mi identidad, dañáis a mis hijxs, hacéis todo eso, es verdad, pero nunca, nunca, nunca conseguiréis que deje de engullir el mundo sin masticar. Y no durmáis tranquilos porque, cada noche, antes de ir a dormir, acuno con besos de amor a dos criaturas a las que crezco con con dolores enormes sí, pero regándolas con cuentos que son la semilla de las pesadillas de vuestras crías opresoras, burdas y vulgares. Mira a tu hijo. Luego mírame a mí. No dormirán tranquilos, no les dejaremos hacer.
Iván dice que la tristeza vive entre las costillas y la piel, que está ahí siempre aunque no la sientas y que solo se hace notar cuando entra o sale de ti. La tristeza puede estar dentro o fuera de tu cuerpo y, dependiendo de donde se ponga, las cosas se te presentarán bien distintas. Estar triste por dentro y estar triste por fuera es diferente. Dice que cuando lo estás por dentro es más difícil de quitar, se pasa solo a ratos, cuando haces cosas que te gustan como jugar o dibujar, pero cuando dejas de hacerlas te vuelve esa «tristeza de dentro». En cambio la de fuera dura solo un instante, un ratito al máximo, y viene cuando ocurre algo fuera de ti «por ejemplo cuando te tienes que despedir de alguien que se tiene que ir y con quien te gusta estar». Estos días Iván ha tenido tristeza de dentro y decía que no sabía por qué era hasta que esta mañana ya se ha dado cuenta: «Papá, mamá, nos hemos dado pocos besos estos días».
Habla de las emociones con una precisión que impresiona. Define sensaciones, elabora preguntas, da soluciones, explica concienzudamente… camina rodeado de cosas que solo él ve: el miedo, la vergüenza, la alegría, la tristeza. Ve un triceratops que se lleva mal con un T-Rex. Ve Maincraft. Crece muy rápido, más que cualquier otro niño de su edad. Un mes para él es como un año para cualquier otro. En un mes le da tiempo de aprender muchas palabras, de percibir estados de ánimo, de convencer a mamá para que vote en su nombre, de que el miedo le salga y entre mil veces de las costillas.
Todo eso hace. Pero otras veces solo se acurruca conmigo en el sofá, me saca una teta de la camiseta y mama como si fuese un bebé.
En el mercadillo:
Iván- (Emocionado) Mira, mamá, una tela de estampado de leopardo de colores.
Yo- Ay, qué bonita, la compramos y te hago una capa.
La vendedora (gitana), pone cara de asombro. Le explico:
-Es que a mi niño le encantan las telas de brillos y los estampados de leopardo.
Un momento de silencio y reflexión por parte de la señora y suelta:
–Po a vé ci es que er niño es gitana…
Yo pienso que eso es algo así como Foucault de mercadillo o cómo entender la identidad sin ser una feminista blanca repelente y muy leída.
La noche antes fuimos a ver un teatro de mimo. Y*** parecía diferente, había algo distinto en ella. Había visto a los mimos hacer cosas y las traducía: «ahora anda deprisa porque está nervioso» …estaba en un mundo sin palabras y eso la relajaba. Y*** habló inglés hasta los 4 años. A esa edad la separaron de su familia biológica y en pocos meses aprendió el español, en el centro de acogida. En menos de un año olvidó por completo su lengua madre. Ahora tiene un ezpañol flamenco, con seseos y ceceos que no obedecen a ninguna lógica geográfica y con un deje africano que la acompaña cuando habla, anda y baila.
Y*** ha descrito verbalmente su rechazo a nuestras muestras de amor. Le ha costado mucho, le llevó exactamente cuatro días conseguirlo y como es la niña más valiente del mundo (por lo menos pa mí que soy su madre), una mañana lo soltó: me agobia, me enfada y no me gusta (lo dijo con ímpetu porque va para alcaldesa o para algo de mandar mucho). El resto es todo un dibujar árboles y enseñárselos a los mayores haciendo especial referencia en las raíces. «Mira qué raíces ¿Has visto qué raíces? Yo antes no pintaba raíces, la gente no se da cuenta de lo importante que son las raíces, sin las raíces los árboles se mueren». También dibuja a su mamá V*** pero no le pone la palabra mamá con una flecha, solo su nombre de pila. Al rato borra el nombre y escribe «mummy». Ella se dibuja en el mismo folio, pero a cierta distancia. Las dos tienen la misma estatura, a veces incluso Y*** parece más grande y lleva el peinado que mamá V*** le hacía antes, cuando aún le dejaba peinarla. Es como una caja cerrada incapaz de abrirse. Sus dibujos son gritos. Sus palabras milagros. Y ella la valentía hecha animal.
A veces pienso que no tengo hijxs, tengo dos leoparditos.
-Y***, si este verano no quieres irte al pueblo con los yayos me lo dices, nadie te obliga. Si te da vergüenza porque hay gente que no conoces o lo que sea, me llamas y vamos a por ti.
– Es que yo no cé que es la vergüenza.
-La vergüenza- dice Iván- es lo que hay entre el miedo y la alegría.
Al escuchar a Iván a Y*** se le ilumina la cara porque se ha dado cuenta de dos cosas: ya sabe lo que es la vergüenza y se acuerda de un momento en el que la sintió:
-¡Cuando os conocí tuve vergüenza!
Ya sé que es poco. Es solo la expresión de algo que para los demás es una obviedad, pero en mi familia las obviedades no existen. La identificación de una emoción, el poder dar nombre a algo que Y*** siente o sintió es siempre un acontecimiento intenso porque ella habla en un idioma que le dificulta expresarse y vivió cosas que no deberían existir. Son cosas con nombres raros y dolores intensos, por eso cuesta nombrarlas. Así que dice eso y me abraza, ella que nunca abraza, lo dice y me abraza. Y me pregunta:
-¿Cuándo Iván os conoció también tuvo vergüenza?
-Iván salió de mi barriga, Y***, con él fue todo muy diferente.
-Ah, claro, entonces cuando llegó ya te conocía a ti pero no a papá.
-Bueno- dice Iván- es que conmigo fue distinto, Y***, yo me fui acostumbrando a ellos poco a poco.
El hijo del obrero a la universidad era lo que la generación de mis padres gritó y consiguió. Yo fui a la universidad sí, pero hoy me pregunto ¿cuál era el objetivo? Lo que mi familia pretendía era que yo “no pasase por lo que ellos tuvieron que pasar”. Lo que el obrero quiere es que su hijo deje de ser obrero. La clase obrera quizás quiera derechos para la clase obrera, así en general, pero en particular, para sus hijos, lo que quieren es que pasen a ser clase media. Asimismo algunos chicanos intentaban que sus hijxs no aprendiesen español porque sabían que el bilingüismo solo les cerraría puertas en un país racista como EEUU. Quizás quisieran derechos para la población inmigrante pero sobre todo querían que sus hijos fueran lo menos parecido a un inmigrante que les fuese posible. Y así educamos, intentando salvar el culo de nuestra prole, sin darnos cuenta de hasta qué punto perpetuamos el círculo vicioso del que no saldremos hasta que no cambiemos el punto de vista.
La educación suele consistir en convertir a nuestras criaturas en el modelo opresor para intentar salvarlas de la opresión.
Obama no es un presidente negro. Obama es blanco. Viste como un blanco, habla como un blanco, estudió donde estudian los blancos y oprime de la misma manera en la que oprimen los blancos. Para que nos entendamos, quizás sea negro pero no se le nota.
A las niñas les ponemos películas Disney de última generación, de esas que han cambiado a la Cenicienta por la Indomable. Les hemos dicho: “Convertíos en guerreras” y eso en principio nos pareció un buen plan. El problema es que si seguimos por ahí nos van a salir rollo Esperanza Aguirre o Angela Merkel… es decir, hombres. No hay mujeres en política, es mentira. Para ser política tienes que ponerte un traje de chaqueta, a ser posible negro o de un color aburrido, y tienes que dejar de saludar dando dos besos. Si quieres ser política debes dar la mano al saludar, como hacen los machotes. ¿Qué queréis que os diga? Si hay mujeres en política, no se nota que lo son.
La cuestión no está en vestir a las niñas de guerreras, la verdadera revolución está en vestir a los niños de princesas. Eso es lo difícil. Las mujeres no hemos logrado hacer política aún porque el hecho de que un ser humano con útero y vagina ostente el título de presidenta no significa que lo esté ostentando una mujer. El género es una construcción social, por tanto entenderé que el verdadero éxito feminista habrá ocurrido cuando una persona lleve un vestido rosa de purpurina y lazos y dé dos besos en las recepciones oficiales mientras pregunta cómo está la familia independientemente de la forma de sus genitales.
Nos demonizaron la feminidad diciendo: “Las mujeres, muchas veces, también tienen culpa del machismo”. Nos acusaron de perpetuarlo a través de la educación, de ser complacientes, de ser consentidoras, de representar un rol construido de la misma pasta que el antagónico, el masculino. Pero las cosas no son así si las miramos desde la raíz.
Palabras raras… estoy harta de mitos lingüísticos que restan radicalidad al feminismo: el problema no es el coitocentrismo, es el coito porque es una práctica relacionada con la reproducción que dificulta enormemente el placer femenino y expone el cuerpo de las mujeres al control patriarcal y a enfermedades que no contraeríamos con cualquier otra práctica. El problema no es la heteronorma, es la heterosexualidad en sí, no entendida como la relación sexual entre un cuerpo con pene y otro con vagina sino como un régimen político que establece el orden amo/esclava. No existen los micromachismos porque no hay discriminaciones invisibilizadas por la cultura, hay personas no escuchadas, de hecho el término micromachismo lo inventó un hombre blanco con estudios superiores. Además las discriminaciones a las que el término en sí hace referencia llevan siglos siendo enarboladas por nuestras madres y abuelas desde los hogares con el “me tenéis hecha una esclava” y a nadie pareció importarle hasta que se escribió desde una universidad.
Lo estamos haciendo mal, en la feminidad no hay nada de malo. Es la masculinidad el problema. Igual que es falso y simplista decir “los gitanos no se integran porque no quieren” es también de necios decir “las mujeres tienen parte de la culpa de que este mundo sea tan machista”. Un gitano no se integra porque el término integración presupone la aceptación de un sistema de payos, es decir, un sistema de mierda porque es el sistema del opresor. “La cultura gitana es muy machista y muy retrograda”, sí, puede ser, pero resulta que eso es precisamente lo que tenemos en común con ellos. La razón de por qué no se “integran” es porque no quieren dejar de ser lo que son, no quieren convertirse en blancos opresores de mierda y yo les aplaudo por ello. Y de la misma manera yo no tengo ganas de dejar de ser mujer y de convertirme en hombre porque un ser humano complaciente no es un ser malo, el ser malo es el que vive aprovechándose de la complacencia ajena.
Las mujeres no perpetuamos el machismo, las mujeres resistimos negociando como podemos con un mundo hecho a la medida del macho. Y de igual manera lo hacen el resto de identidades periféricas. El rol de mujer es reconocido, existe en las reglas del juego, pero hay además todo el amplio abanico de personas que se sitúan en identidades no binarias que tampoco participan de la construcción del machismo, por mucho que quieran hacérnoslo creer. Ni si quiera las butchs o un hombre tansexual. El macho es Esperanza Aguirre no la camionera que te sirve copas en Chueca, no nos equivoquemos. Y es que podemos adoptar la masculinidad para subvertirla. Para mí un hombre trans es al feminismo como una abogada nigeriana que lucha por los derechos de los inmigrantes en el sistema judicial europeo, es alguien infiltrado en el bando enemigo. El otro día leía en Facebook el estado de un hombre trans que decía algo así como que no tenía ningún interés es identificarse con la masculinidad cis. Bingo, pensé, esa es la clave de todo.
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