Hay dos cabecitas locas que se apoyan en mi regazo. Una desde el primer día. La otra poco a poco, al principio desconfiada, después huidiza y ahora, cada vez, más y más relajada. Son cabecitas rápidas, preciosas y un poco duras. La cabeza de Iván luce una hermosa melena que todos se empeñan en cortar. La presión social para que eso ocurra es casi tan fuerte como la determinación de la criatura que se enciende y contesta una y otra vez a quien le invita a pasar por el barbero: acabas de añadir cinco semanas a la fecha que tenía prevista para cortarme el pelo.
Si no lo cortas el pelo crece. El pelo de los demás niños es cortado una vez al mes, sin más. Pero Iván no hace nunca nada sin más y no sabe ir al peluquero sin más como no sabe aprenderse las tablas sin más, no sabe, no puede, no quiere. No entendemos muy bien qué verbo es. Hay quien dice que es perezoso del verbo remolonear, pero yo sé que se equivocan. Iván es cualquier cosa menos perezoso. Su cabeza va a mil por horas, nunca para, nunca descansa.
La cabecita de Y*** pasa por momentos interculturales cuanto menos… curiosos. Tiene dos madres, como ya sabéis. Una es feminista y se lee cosas de mujeres afroamericanas que reivindicaron en los 60 el amor por sus cabelleras naturales frente al trenzado tradicional africano. Pero la realidad es que esta madre postmoderna y leída no sabe lidiar con el día a día del concepto afro y la cabeza de Y*** siempre termina llena de rastas.
Hoy mamá V*** llegó enfadada a la visita mensual. A veces se pone nerviosa y habla mal a las personas que están cerca. Es una mamá-hija porque es una mamá que debe ser cuidada. Sacó unas tijeras y cortó los rizos de esa cabecita dura como el coco. Dura por testaruda pero también dura por resistente. Cortó y cortó mientras resoplaba y decía lo mal cuidada que Y*** está en nuestra casa y cortó tanto que la dejó pelona por detrás. Al verle las calvas nos asustamos pensando que eran cicatrices antiguas. El cuerpo de Y*** está lleno de historias, es el mapa de una vida demasiado grande, una vida que no cabe en 7 años. No te preocupes, Y***, en un par de semanas se cubrirán estos vacíos, le dije al verla.
Hemos hecho fotos. Algunas las podemos colgar aquí, otras no. Hay una muy bonita en la que Y*** sonríe mientras enseña el carnet. Toda la familia está muy contenta y lxs amigxs le dan la enhorabuena. Ella pregunta una y otra vez para qué sirve. Se lo hemos intentado explicar muchas veces y de maneras muy diferentes pero sigue sin entender para qué puede valer un permiso de residencia. Sí que ha entendido que podrá por fin montarse en avión para ir a ver a sus yayos este verano y eso la ha puesto muy contenta.
Hace seis años una niña muy pequeña atravesó el mar en un dulce viaje que terminó en mis brazos. Pudieron haber pasado muchas cosas terribles, pero no pasaron. Bueno, algunas sí, pero no las peores, esas que no tienen marcha atrás no ocurrieron, no quedaron los sueños flotando aunque sí muchos vacíos. Pero se están llenando, poco a poco.
Hoy celebramos un carnet que no entendemos muy bien para qué sirve ni comprendemos por qué no se lo dan a todo el mundo si es tan bueno que las personas lo tengan. También celebramos que este verano Y*** va a estar fresquita en la playa con su nuevo corte de pelo. Y, puestos a celebrar, celebramos el cabreo de las personas normales que no entienden que un niño lleve melena y diga que, aunque su nombre le encanta y no se lo quiere cambiar, no estaría tampoco mal llamarse Lucy.
Tengo la extraña costumbre de que cada vez que leo lo que escribes sobre tus hijxs, se lo cuento a mi madre. Y las dos hacemos ruidos de amor.
Abrazos.
Minerva.
Qué bonito, gracias!