El fracaso escolar masculino ¿Las niñas al poder?

Ayer Silvia Nanclares hacía referencia a la frase de Cristina López Schlichting : «El feminismo es la causa del fracaso escolar masculino”. Meditando enlacé con mi reciente experiencia de maestra de prácticas en un colegio de mi barrio en Sevilla, en concreto sobre algo que pude observar en las aulas: las niñas son educadas en la sumisión, por eso tienen mejores resultados académicos. Es triste pero es así. En cualquier caso sería una necedad pensar que las mujeres somos biológicamente superiores a los hombres o viceversa, no van por ahí los tiros. Y para ilustrar el concepto me remonto aún más atrás, a mi experiencia como maestra en el orfanato D. T. de Marrakech. Casi todos/as los/as internados/as de ese centro provenían de familias humildes que no podían ocuparse de ellos/as. Me gustaría centrarme en el hecho de que en la mayoría de los casos las familias debían, literalmente, elegir a qué hijo o hija dejaban en el centro de acogida porque la mayoría de las veces se les concedían sólo una plaza. Pero ¿cómo se hace eso? Diremos desde occidente ¿Bajo qué criterio decides a cuál de tus hijos/as no arroparás cada noche, cuál pasará la fiebre sin poder agarrar tu mano? Y al mismo tiempo ¿Cómo decides quién de ellos/as, al entrar en el centro, tendrá un plato de comida asegurado cada día, todas sus vacunas y un par de zapatos casi dignos? La respuesta a este tipo de preguntas viene siempre del absurdo del pragmatismo: se abandona a los chicos porque las chicas dan menos problemas. Las niñas reciben una educación más centrada en la disciplina, la censura, la sumisión y, en general, la limitación de libertades por eso es menos complicado sacarlas adelante, incluso con pocos recursos y en barrios marginales. Y esto, que desde Europa nos parece una injusticia, viene sin embargo repetido en nuestra sociedad tal y como se repiten todas las actitudes machistas del tercer mundo: con mucha hipocresía. Metemos a nuestras niñas en las mismas aulas que los niños y atendiendo al mismo curriculum educativo pero las bombardeamos de mensajes subliminares que vienen de los cuentos de hada, de la televisión, del propio trato de los/as padres y madres, del disfraz de princesa en carnaval, de los modelos de belleza de las revistas. De nuestro ejemplo, en resumidas cuentas. Les decimos sois iguales pero no los/as tratamos de igual manera y así, desde pequeños, ellos aprenden a ser guerreros y ellas damas, ellos gamberrotes y ellas obedientes, ellos a correr y a mancharse y ellas a permanecer limpitas en el banco comiendo pipas, ellos a hacer deporte y ellas a estudiar, ellos activos y ellas pasivas, ellos libres y creativos y ellas asimiladoras sumisas de las reglas del juego. Y, también, claro, ellos malos estudiantes y ellas empollonas.

Porno casero, porno igualitario


En varias ocasiones hemos tratado en este blog el tema del porno desde la perspectiva feminista. También se ha hablado de la distribución de las diferentes formas artísticas a través de internet y hoy, en este post, todo se trenza.
La democratización que ha hecho internet de lo doméstico ha puesto entre las cuerdas a editoras y distribuidoras. Aquí ya todos/as somos artistas, intérpretes, performers o lo que sea y lo importante es que no hay que pasar por el despacho de un señor (normalmente varón, cincuentón y mafioso) para que nos otorgue su beneplácito. Este hecho es, desde mi punto de vista, lo mejor que le ha pasado al arte en las últimas décadas. Pero, centrándonos en el tema en cuestión e independientemente de que consideréis o no el porno una forma artística, no podréis negarme el nuevo rol que, de repente, ha adquirido la mujer en esta forma de expresión. De pronto somos autoras (o coautoras), directoras, guionistas y, sobre todo, por fin somos consumidoras de porno.

A los/as que opinan que la industria sexual es por definición machista o a los/as que creen que la sexualidad femenina es reprimida por naturaleza yo les diría que se diesen una vuelta por páginas como www.cam4.com para que comprobasen como en las circunstancias adecuadas también nosotras sabemos disfrutar del sexo por el sexo.

Y por situaciones adecuadas entiendo situaciones de respeto. Yo no voy a comprar jamás una peli en la que ya en el título empiezan insultándome (el otro día en una gasolinera vi que vendían el DVD “Zorras en la cuneta”, lo digo así, por poner un ejemplo). La cuestión es que hasta hoy el porno estaba dirigido a los hombres porque lo diseñaban los hombres. Ojalá que algún día sectores como la prostitución se diseñen por fin pensando también en nosotras así, además de demostrar al mundo que sabemos disfrutar de nuestro cuerpo tan desinhibidamente como ellos, además, digo, nos podremos divertir más.

Sobre la sumisión masculina


Y como no podía ser menos, he aquí la segunda entrega de esta novela pseudosado de dos capítulos, porque sexos hay muchos pero géneros, por suerte o por desgracia, sólo dos. Y también ellos se someten, también ellos tienen su yugo. Desde pequeñitos/as nos hacen conscientes de nuestros deberes y los de los hombres son los públicos. Tal y como la mujer es esclava de su abnegación en lo familiar, el hombre lo es de su cobardía como empleado.

Hay quien dice (y también quien no) que el orgasmo femenino es superior al masculino. El clítoris es ocho veces más grande de lo que parece a simple vista por eso el placer femenino quedaría oculto tras el velo de la incomunicación y la madriguera física porque ¿Cómo se mide eso? Mi orgasmo fue mejor, tú que sabes el mío moló más, el mío fue así pues el mío también qué te crees. Hombres y mujeres estamos condenados a no llegar jamás a comprendernos. Por eso yo, a veces, en la intimidad de mi lecho, intento imaginar qué se sentirá siendo hombre y encontrándose delante de ese jefe omnipotente al que no se le puede ni si quiera decir: hoy no vengo a trabajar porque mi hijo tiene 39 de fiebre. El jefe de los maridos es esa entidad que vigila constante, un Gran Hermano que duerme en medio de la cama de matrimonio porque suyo es el poder, suya la gloria. El jefe de un marido es como el placer del clítoris de una esposa: un ser oculto de dimensiones y poderes indescriptibles y, siempre, incomparable con el de la pareja. Aunque, debo decir que, si bien me he escuchado decir eso de si tú pides la baja no se ve tan mal como si la pido yo, no puedo afirmar que la cosa me excitara.

Sobre la sumisión femenina

Me resulta harto curioso y entretenido consultar la página de estadísticas de este blog. Allí veo cómo me encuentra, a través de búsquedas improbables en san Google, quien en realidad no me busca. Así, esta es la web de los que buscan chaperos y prostitutas en Marrakech, de los/las que quieren ilustraciones infantiles o también de los/as que necesitan fotos de humo. En fin, supongo que con el título del artículo de hoy atraeré también a los/as amantes del cuero. Bienvenidos/as todos/as. Para avivar estas confusiones cibernéticas colocaré una foto acorde que espero sea de vuestro agrado. Me gusta que mi blog sea visitado por gente que se divierte, aunque sea de rebote. Nunca se sabe, a lo mejor alguno/a se queda.
En cualquier caso, de lo que yo quiero hablar no es de sexo sino de la incapacidad femenina para renunciar a la abnegación. Quizás por un complejo social de inferioridad (que, como sabemos, es pescadilla mordiente de cola del de superioridad) pensamos que es nuestro el poder, es nuestro el deber, es nuestro el hacer. Somos las supermujeres del XXI. Nosotras mamamos de las tetas de unas madres también abnegadas pero al menos ellas estaban exentas de pagar facturas con su sueldo. Y así compartimos vida, cama, plato, hijos/as e hipotecas con unos señores que a veces nos parecen de otro planeta o mejor, de la luna, porque es ahí donde están la mayor parte del tiempo nuestros consortes. También visitan Babia. Caminan a nuestro lado, intentando seguir la esquizofrenia de nuestros pasos y preguntándose, quizás, las mismas cosas qué nosotras.

Ahora mejor


Me gusta no ir a por todas en un certamen, incluso, si así lo decidimos, no ir al certamen. Me gusta levantar, vestir y peinar a Iván, darle el desayuno y muchos besos y llevarlo al colegio a pesar de que todo ello no sea contributivo. Me gusta pasar por delante del edificio de la Seguridad Social. Me gusta pasar por delante del Teatro Maestranza y por delante del Conservatorio. Pasar, pasar y pasar, del certamen, de la Seguridad Social, de las contribuciones, de las subvenciones y de las audiciones. Me gusta sentarme a componer y pensar sólo en componer. Y ahí queda eso. Ya me estaré volviendo majara, dirán, pero hay que ver lo bien que sienta esta crisis a los/as artistas que en cualquier caso nunca habíamos llegado a fin de mes y al menos ahora no tenemos que diseñar el programa de mano a gusto del Sr. Consejero, D. Rosario Torres (en masculino a posta). Qué bien, que os den a todos un poquito por el saco. Y que vivan los cables que os dejan con el saco al aire. Porque aunque las direcciones de los teatros estén en manos de hombres, aunque las subvenciones estén concedidas de forma escandalosa mayoritariamente a hombres, aunque el mundo esté gobernado por hombres, aunque mi labor de madre no sea ni retribuida, ni contributiva, ni valorada, a pesar todo de ello y mal que os pese, aquí estoy y ahora más que nunca, paso de vosotros (en masculino a posta).

Los pantalones, la universidad, el tiro corto y mis genitales presionados

Este mundo tiene el tiro corto, lo noté hace años, me encantaba usar la ropa de mi padre y salía a la calle con ella puesta y todo. Me divertía, aunque mi culo profuso se peleaba con el tiro masculino del diseño. De ombligo para abajo los hombres tienen menos espacio, eso es un hecho irrefutable a menos que pongamos en entredicho qué es un hombre y tampoco estrenaríamos tema en este blog. Pero vamos, que no van por ahí los tiros hoy porque yo quiero contaros lo contrario, partir de lo establecido socialmente y preguntarme y preguntaros una vez más si fue la gallina o el huevo lo primero que surgió en esta sociedad de miras y tiros estrechos: ¿Las actividades socialmente poco prestigiadas se otorgaron a la mujer o fue por el hecho mismo de ser realizadas por las mujeres por lo que alcanzaron escaso prestigio? En cualquier caso, hoy las mujeres caminamos con un tiro aproximadamente 10 cm. menor del que realmente necesitamos. Tengo los genitales bastante comprimidos y empiezo a correr como un pato. Andar no, porque las mujeres andamos poco, siempre corremos, no tenemos tiempo. Por ejemplo, no hay espacio en esta sociedad para una vagina que quiera ser universitaria y madre. Dice la Universidad de Huelva que a la modalidad de estudios no presenciales podrán acceder solamente las personas que:
1. Tengan una minusvalía o enfermedad.
2. Sean deportistas de élite (faceta, el deporte, también de tiro corto como ya hemos tratado en otras entradas).
3. Desempeñen actividad laboral o prácticas de empresa.
4. Y por último, mi favorito: “Estudiantes que puedan acreditar una situación de baja médica por riesgo durante el embarazo, durante la lactancia y/o una situación de baja por maternidad, esta situación se asimilará a aquellos estudiantes que sin generar derecho a baja laboral por maternidad puedan acreditar dicha circunstancia y hasta un máximo de 16 semanas o 18 en caso de parto múltiple”.
(El punto cuatro es para enmarcarlo, por el uso del masculino y por el pseudoprogresismo del contenido).
En fin, lo de siempre, que mis genitales se libran de asistir a clases no por mi trabajo como madre, ese que me ocupa la mayor parte de mi tiempo, mi esfuerzo, mi corazón y mi concentración, no es por eso sino por mi actividad remunerada, con la que cotizo, con la que me parezco a lo que siempre fue un hombre, aquella diseñada con tiro corto que las feministas de los 60 me dejaron de herencia con la consigna “realízate”.

Yo no sé si mi trabajo de madre no se valora porque tradicionalmente lo hicieron mujeres o si tradicionalmente lo hicieron mujeres porque no se valora. En cualquier caso, gallina y huevos a parte, es lo más bello e importante que he hecho nunca y mis genitales están cansados de no ser aplaudidos por ello.

La calle, otro espacio masculino (segunda parte) o nueva embestida hacia el desconocido hortera que se dirige a su amigo, refiriéndose a mi culo


Tienen los grandes lastres sociales aquello de cotidiano y lo otro de dramático al mismo tiempo y es por lo primero que a veces hasta se puede originar la comedia. Así, lo de esta mañana, por ejemplo, eran tres veinteañeros de vida sexual inexistente admirando mi profuso trasero y las curvas de mi amiga y de ahí sacamos poesía y chistes todos los que queráis pero la verdad es que no me hace ni puta gracia. No consigo reírme de todo y sé que eso es un defecto, pero sepan que no tengo ni el más mínimo interés en evolucionar de aquel flanco. Soy más de la otra acera, de pensar si cuando un/a negro/a en Marrakech (o un/a gitano/a en Sevilla, o un/a Peruano/a en Barcelona) ve pasar las taxis uno tras otro sin que ninguno le pare se siente igual que cuando yo salgo de mi casa y voy hablando en inglés con mi preciosa amiga rubia de las curvas y tengo que aguantar a cuatro veinteañeros diciendo sandeces porque creen que las dos somos guiris y no los vamos a entender. Porque esa es la muerte del piropeador, el masturbarse con la palabra, en hacer un uso exhibicionista de la lengua, en pasear su fantasía como pasea flácido un pene el viejo que lo enseña en el parque a unos niños que no comprenden qué es eso colgón que el hombre agita, en no compartir el verbo, en no usarlo en su principio único e infalible que debe ser la comunicación, en disfrazarse con él de valiente ante los amigos porque las guiris no se enteran de nada. Esa es la muerte rancia y hortera del seductor de mediodía: el balbuceo incomprensible, la palabra sesgada, escondida, humillada, porque en el fondo ambos lo sabemos, que no ofende quien quiere pero hasta el coño, ese que él nombra, estoy de aguantar ofensas que no pueden serlo. Y si yo me vuelvo y me encaro a la risita paternalista del amigo y al acojone o la poca vergüenza del susodicho, me encuentro con unos ojos vacios, redondos, lerdos que jamás podré atravesar porque no habla inglés, pero tampoco domina el español, ni para ir ni para venir. Que te jodan bien jodido, machista paseador de palabra flácida, la calle es mía porque la merezco más que tú.