Y llegó el buenrollismo didáctico, la “educación” como palabra comodín que todo lo puede, la mal entendida educación libre. Según escucho y leo se está generalizando la idea de que “educar” es la solución a todos los problemas de la humanidad. Eduquemos de forma libre, eduquemos a la sociedad, a lxs niñxs, a la audiencia televisiva, a lxs votantes, eduquemos a mi abuela. Eduquemos a los maltratadores, a los acosadores, a los asesinos en serie, a los violadores. Educar. Decimos “educar” y ya todo el mundo dice eso de “exacto, eso es lo que yo quería decir, ya estamos de acuerdo”. Lo odio, odio la corrupción de las palabras, odio que un término se vuelva políticamente correcto, que pierda lo subversivo de su origen. Todas las palabras son subversivas en potencia pero muy pocas lo son en la práctica hablada.
El proceso educativo no es algo que ocurra sin más. Se trata, en realidad, de un suceso maravilloso que parte siempre del centro de nuestras emociones, de las ganas. Si no hay ganas no hay proceso educativo que valga y, por favor, que nadie me venga a hablar del “motivar” la otra palabreja corrupta por el uso que se sirve en el mismo plato de fast food que “educar”, “libertad” y “creatividad”.
Las palabras y las expresiones son peligrosas si unas se usan y otras se rechazan por sistema. Ya no podemos decir “límites” cuando hablamos de educación. En la misma frase no puedes poner la palabra “educar” y “dureza”. No se puede porque no lo pone en el libro de la Montessori o de Kodaly. Si no lo pone en el libro no se dice. Pues, queridxs todxs, si pretendemos educar sin dureza y límites a las nuevas generaciones vamos mal.
Mi hijo nunca “me ha pillado” follando y eso es porque en mi casa nunca cerramos la puerta cuando se hace sexo, aunque en la cama, David y yo, tengamos invitadxs. No “me pilla” porque no me escondo. Ahora bien, soy consumidora de postporno y, creedme, censuraré una y mil veces a mi hijo los vídeos en los que salen cosas como un señor poniéndole un gancho en el ojo a otro en busca de placer, aunque los dos se estén corriendo de gusto ¿No queréis llamarlo “censura”?¿Os da miedo la palabreja? A mí no, ni me da miedo nombrarla ni me da miedo usarla de forma práctica: yo censuro lo que mi hijo ve, pongo límites a la realización de sus deseos y, cada día, intento que aprenda que la vida es dura y que debe “esforzarse”. Y ya van saliendo más palabras prohibidas en la educación del buenrollismo: “esfuerzo”, “dureza”. Soy muy dura con mi hijo y lo hago porque le exijo cada día que él lo sea conmigo, de hecho no me deja pasar ni una y hace muy bien porque yo a él tampoco. No hago realidad todos sus deseos, le pongo “límites”, no le compro todo lo que me pide, no le dedico todo el tiempo que me reclama, no soy suya, ni él es mío, por eso “limitamos” nuestra entrega.
Cada día me asaltan mil dudas acerca de cómo educar a Iván. No he vivido una experiencia más desconcertante que ésta en toda mi vida. Este artículo no pretende dar verdades absolutas porque no las tengo, pretendo solo decir eso precisamente, que nadie las tiene, ni la Montessori o cualquier otrx pedagogx siquiera.
Qué postmoderna soy, me acabo de dar cuenta de que estoy criticando la educación libre.












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