Cartas desde la heterosexualidad

Foto de www.isabeldiaz.es
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Ya he comentado varias veces en el blog que hay una cosa que me encanta de las redes sociales  y es la de “escuchar” conversaciones ajenas, sobre todo cuando en esas conversaciones están hablando mal de mí. Es raro, lo sé, soy rara, supongo, pero me resulta un placer muy morboso, no lo puedo remediar. Me refiero, por ejemplo, a esos momentos en Twitter donde no te etiquetan pero te nombran y te ponen a parir… me encantan.

Últimamente, cuando miro por la cerradura de Twitter o de Facebook, me encuentro demasiado a menudo con personas que se autodenominan queers (sin serlo) poniéndome a caldo. Debo recordar al auditorio que yo soy una feminista que odia a los hombres, de esas que hacen flaco favor al feminismo. Debe ser por eso que me caen mal los que van por ahí con  un cuerpo leído como el cuerpo de un hombre, que visten como hombres, llevan nombre de hombre en el carnet de identidad y se presentan a las entrevistas de trabajo como hombre. Me caen como el culo. Pero si encima el sábado por la noche esos señores se colocan una boa de plumas y dicen que ellos no son hombres, que son queers, ya entonces no sólo me caen mal, entonces también me tocan mucho el coño. Pero allí que van ellos, con su masculinidad de quita y pon, a decir por Twitter que ya no me siguen porque soy heterosexual. Tócate las narices.

La cuestión es que, en general, a la gente parece importarle mucho el hecho que yo actualmente esté en una relación heterosexual. No me lo perdonan, lo ven como una contradicción, algo que me desacredita, algo que me hace perder credibilidad. Y yo me pregunto: todas estas lesbianas de pedigrí y señores machos disfrazados de modernos con plumas que se llaman queers sólo a la hora de la asamblea ¿Qué saben de la heterosexualidad? Porque, por lo que cuentan, son pura raza oprimida, lxs inmaculadxs del privilegio (son todxs blancos y/o burgueses pero vamos a hacer como que no lo vemos). A ver, que gilipollas no soy, que me doy cuenta de la posición de privilegio en la que me coloca mi relación heterosexual con respecto a mucha gente, pero también me pregunto si estas personas se han parado a pensar que somos las mujeres en relaciones heterosexuales a las que más están matando en la guerra en la que este país está y que nadie nombra: la guerra del machismo. Las mujeres heterosexuales estamos sometidas a violencias de las que las mujeres lesbianas están a salvo (y por decir esto me va a caer lo más grande en Twitter las próximas semanas, pero me da igual). Lo mismo se podría decir al contrario, eso no lo niego, pero, por favor, que no me digan que la heterosexualidad es sólo una posición de privilegio porque no es así. Esa es una lectura simplista del asunto. La heterosexualidad es un régimen político, social y económico diseñado para el sometimiento, tortura y asesinato de las mujeres. Eso no quiere decir que las lesbianas no estén oprimidas por otras razones, he tenido y tengo relaciones también con mujeres, nadie me va a contar qué es la lesbofibia, la vivo en mis carnes, pero lo que yo no entiendo es esa manía feminista de negar una opresión para reivindicar otra en el binarismo de turno. Madres/no madres; burka/top-less; teta/biberón y ahora también lesbianas/heteras. Existe un privilegio hetero sobre las lesbianas, pero también existe un privilegio del varón sobre la mujer del que una mujer lesbiana se libra en el plano de pareja.

Sé que va a ser imposible que este artículo sea leído desde la serenidad. En menos de 24 horas Twitter estará lleno de citas sacadas de contexto en las que perecerá que por las noches ceno filete de lesbiana.  Intento remediarlo con el siguiente párrafo (que será obviamente ignorado): la Ley Integral de Violencia de Género es lesbófoba, putófoba y está diseñada para defender sólo a mujeres heterosexuales. Eso es verdad. Y también es verdad que las mujeres heterosexuales son las que más probabilidades tienen de morir a manos de un hombre. Las dos cosas pueden ser verdad, ni siquiera estamos hablando de una contradicción.  Las mujeres heterosexuales dormimos con el enemigo, estamos expuestas día y noche a situaciones de riesgo, abuso y tortura psicológica, emocional, económica y física. Las lesbianas, a su vez, sufren  acoso y violencia callejera cuando salen en pareja, rechazo familiar y laboral, discriminación en adopciones e inseminaciones y un larguísimo etc. que las heteras desconocen. Todo ello es verdad, las dos realidades son jodidas, pero ninguna más que otra, porque no nos joden ni por ser heterosexuales ni por ser lesbianas, nos joden por ser mujeres.

La heterosexualidad es un mojón y el estar en una relación heterosexual no me impide ser crítica con este sistema. Es entonces cuando viene la pregunta del millón: “¿Y entonces, por qué no dejas a tu marido?”.  Cuando me la hacen no sé si responder, echarme a llorar de puro aburrimiento o pegarle una colleja a mi interlocutor (un día lo hago, me tengo que quitar el antojo). En este país hemos pasado del “algo habrá hecho” a “pues si no lo deja, que no se queje”, lo importante es siempre culparnos a las tías ¿Pues sabéis qué? Que podría daros muchas razones de por qué no lo dejo, pero en realidad hay una que las resume a todas: porque no me sale del coño. Ala, nos vemos en Twitter.

No es postureo, es abstención

ABSAyer, mientras ejercía como vocal en una mesa electoral, vi a algunas personas con demencia senil “votando” ayudados de sus familiares. También vi a otras con discapacidades psíquicas (que les impedían hasta saber dónde estaban en ese momento)  también «votando» con la desinteresada asistencia de sus familiares.  Además  vi decenas de papeletas al Senado en los que no se había señalado a ningún/a candidatx. Y, por favor, no me vayáis a decir que eran votos en blanco porque esos, si se hacen a conciencia, suelen expresarse con un sobre vacío. Esas papeletas sepias, sin nada tachado, eran la expresión de la gente, sí, que expresaba ignorancia, despiste, desinterés y también un poco de idiotez, por qué no decirlo. Otra cosa que vi ayer fue a personas votando sólo al Senado diciendo que había que eliminar al Congreso porque era un ente inútil (¡Guau! ¡Campeón, te lo has estudiado de maravilla!).

Ayer, además de ver, oí. Oí cosas que hubiese preferido no oír, como nombrar a PACMA con paternalismo y sin respeto “el partido de los animalitos». También tuve la oportunidad de saludar a muchos de mis vecinos,  a los que conozco desde hace 40 años, esos que jamás van a una manifestación, que no están implicados en ninguna actividad política ni humanitaria durante el resto del año, que consumen telebasura de forma compulsiva, que no sabrían, no ya explicarme qué es el socialismo, ni el comunismo, ni el feminismo, ni el capitalismo, sino decirme quién es el alcalde de nuestra ciudad. Y a todos esos vecinos no sólo los vi votando, sino también haciéndose selfies con las papeletas en la mano. Vi todo eso y luego una señora me dijo :

-¿No votas? Pues hay que votar, sino luego no puedes quejarte. Eso es la democracia.

-Ya veo, ya.- le respondí.

Durante estos días de campaña mucha gente ha dicho públicamente qué iba a votar y por qué y ha pedido el voto para los partidos políticos que han considerado la mejor opción. Yo, sin embargo, dije que no iba a votar porque no era demócrata pero jamás invité a nadie a hacer lo mismo que yo, nunca. Sólo expresé mis sentimientos de repulsa ante las instituciones y partidos políticos. Lo expresé con sentido del humor, pero jamás faltando el respeto a nadie. Todo eso sucedió  tal y como lo cuento y, aún así, me han reprochado, entre otras muchas cosas, que lo hacía por postureo, por hacerme la malota. Me han tachado, además, de persona frívola, de cínica y de alguien anclado en sus privilegios y ajena a los problemas “de verdad”. Esto de los privilegios no os vayáis a creer que me lo decía una señora colombiana, tetrapléjica, ciega, pobre, lesbiana y puta a quien acababan de desahuciar cuando me vio sacar dinero del cajero donde vivía. No, me lo decían mujeres blanquitas como yo desde sus ordenadores conectados con ADSL a la vida democrática.

Fui muy educada y tuve mucha paciencia durante semanas hasta que el otro día mandé a tol mundo a tomar por culo en mi muro de Facebook porque me tenían hasta el mismísimo endometrio. Pero lo mejor de todo es que la gente sigue erre que erre, contactándome por privado y públicamente, para informarme de lo mala persona que soy o, en la mejor de las opciones, de lo equivocada que estoy.  También escriben posts donde no me etiquetan ni nombran pero me llaman cosas (omitiendo mi nombre) y que al final alguien me envía para que lo lea no sé muy bien para qué.

Yo lo que digo es que el personal no debe ser muy demócrata si no respeta la opción de la abstención. Os estaría agradecida si os estudiarais la ley del sistema este que  intentáis venderme antes de venir a pedir que yo no lo viole. Abstención y democracia van de la mano. Me reprocháis la victoria de la derecha dando por sentado que yo prefiero que gane la izquierda. Sois vosotros quienes preferís que gane la izquierda, no yo. Amigx y maestrx de morales desviadas del sendero de la Gran Verdad, no respetar mi abstención es la muestra de que no me estás escuchando, no estás escuchando mi silencio electoral y eso, te informo, no es muy demócrata por tu parte. A ver si al final va a resultar que la más demócrata de la fiesta voy  a ser yo.

 Y, bueno, todo esto lo he escrito para deciros que, joda a quien joda, estas elecciones las hemos ganado los abstencionistas y eso me hace muy feliz. También quería deciros que es la primera vez que me abstengo de una manera tan convencida. A veces no pude votar por estar en el extranjero y cosas así, pero eso es diferente. Esta es la primera vez que me he decidido a que nadie me convenciera con sus presiones, sus insultos, sus chantajes electorales y emocionales y su intransigencia. No ha sido fácil pero lo he conseguido y hoy ha sido el primer día, en  todas estas décadas de democracia, en el que me he sentido bien conmigo misma en la resaca de unas elecciones.

 

La heterosexualidad es un mojón: sus 4 fases

hombre-mujerDe los productores de “el coito es solo una práctica más”, llega “a ver si ahora nos van a discriminar a los/as heterosexuales”. Pues no, ni el coito es una práctica como cualquier otra ni la heterosexualidad debe ser leída sencillamente como una preferencia sexual inocente y carente de una base política corrupta. Acepto pulsión sexual como elemento intuitivo, pero para todo lo demás hay un sistema social que distribuye opresiones, prácticas, privilegios, costumbres y demás, bajo unas reglas determinadas que no podemos seguir obviando.

Así que insisto: la heterosexualidad es un mojón y suele desarrollarse en cuatro fases:

1. FASE 1: LA ILUSIÓN. Periodo de confianza en el proyecto de pareja. En esta fase damos la oportunidad a la relación para que se creen lazos desde la horizontalidad.
Frases de ella: “Todo se arregla hablando”, “La comunicación es muy importante” o “Sé que puedes cambiar si te lo propones”.
Frases de él: “Me cuesta mucho expresar mis sentimientos”, “Tú sacas lo mejor de mí” o “Sé que puedo cambiar si me ayudas”.

2. FASE 2: LA DESILUSIÓN. Periodo de reconocimiento de la situación real en el que la verticalidad se hace tan evidente que no podemos dejar de obviarla.
Frases de ella: “Será cabrón”. Hay más, pero esa lo resume todo muy bien.
Frases de él: “Los hombres estamos siempre en el punto de mira, no hay presunción de inocencia”, “Te aprovechas porque tus reivindicaciones se apoyan en discursos políticos de moda” o “Lo que yo digo es políticamente incorrecto pero…”.

3. FASE 3: EL DUELO. Marcela Lagarde habla de esta fase como el periodo en el que las mujeres asumimos por fin que nuestra relación nunca será horizontal. Es el momento de llorar la muerte del amor romántico: aceptamos que no es posible hacer realidad la idea de que nuestra pareja va a estar a salvo de un sistema machista global. Admitimos también que no vivimos en una urna de cristal feminista. Es una etapa durísima en la que te sientes estafada, rota y triste.
Frases de ella: “Él nunca va a cambiar”. Hay más, pero esa lo resume todo muy bien.
Frases de él: No hablan mucho en esta fase. Se limitan a intentar culpabilizarte por cosas. La culpa es ya la única arma que les queda. Recordemos que en esta fase ya no cuentan ni con nuestra disponibilidad, ni con nuestra complacencia, ni con nuestra esperanza, ni, ni mucho menos, con nuestra confianza. Así que usarán la culpa y se harán los ofendidos.

4. FASE 4: LA RECONSTRUCCIÓN. Aunque no es fácil llegar a esta última fase, se puede.
En ella las mujeres reconstruimos la propia independencia emocional, social, económica. Por fin ponemos más cuidado en cuidarnos a nosotras mismas y destruimos los lazos de dependencia del hombre. A menudo las mujeres que estamos en una relación heterosexual nos encontramos a nosotras mismas fluctuando entre las fases 1, 2 y 3 durante largos períodos de nuestras vidas. De hecho el esquema no es lineal sino circular. Pero a veces este círculo vicioso se rompe y, no sé vosotras, pero yo he podido presenciar como tantas y tantas mujeres han sido capaces de crear cosas maravillosas desde esa ruptura: vidas autónomas e independientes en una soledad elegida o relaciones lésbicas construidas sin la reproducción de los vicios románticos de Disney. También, incluso, un nuevo orden de valores con los que convivir con los hombres pero con las cartas sobre la mesa y llamando a las cosas por su nombre (esta última opción sin grandes cantidades de sentido del humor es inviable).

Frases de ella: «Qué bien se está sola», «No aguanto yo a otro tío ni borracha» o «Si llego a saber lo del sexo lésbico antes no habría esperado tanto en dejar a Paco».

Frases de él: «María, vuelve» o «Mamá, soy yo otra vez ¿Cómo se pone la lavadora?».

En cualquier caso, queridas amigas, andémonos con ojo porque, incluso desde la impresionante fase 4 podemos volver a caer en picado a la patética fase 1 sin saber muy bien cómo. La heterosexualidad es una adicción de las peores y más tóxicas que existen. En resumen, la heterosexualidad es un mojón.