
Ya he comentado varias veces en el blog que hay una cosa que me encanta de las redes sociales y es la de “escuchar” conversaciones ajenas, sobre todo cuando en esas conversaciones están hablando mal de mí. Es raro, lo sé, soy rara, supongo, pero me resulta un placer muy morboso, no lo puedo remediar. Me refiero, por ejemplo, a esos momentos en Twitter donde no te etiquetan pero te nombran y te ponen a parir… me encantan.
Últimamente, cuando miro por la cerradura de Twitter o de Facebook, me encuentro demasiado a menudo con personas que se autodenominan queers (sin serlo) poniéndome a caldo. Debo recordar al auditorio que yo soy una feminista que odia a los hombres, de esas que hacen flaco favor al feminismo. Debe ser por eso que me caen mal los que van por ahí con un cuerpo leído como el cuerpo de un hombre, que visten como hombres, llevan nombre de hombre en el carnet de identidad y se presentan a las entrevistas de trabajo como hombre. Me caen como el culo. Pero si encima el sábado por la noche esos señores se colocan una boa de plumas y dicen que ellos no son hombres, que son queers, ya entonces no sólo me caen mal, entonces también me tocan mucho el coño. Pero allí que van ellos, con su masculinidad de quita y pon, a decir por Twitter que ya no me siguen porque soy heterosexual. Tócate las narices.
La cuestión es que, en general, a la gente parece importarle mucho el hecho que yo actualmente esté en una relación heterosexual. No me lo perdonan, lo ven como una contradicción, algo que me desacredita, algo que me hace perder credibilidad. Y yo me pregunto: todas estas lesbianas de pedigrí y señores machos disfrazados de modernos con plumas que se llaman queers sólo a la hora de la asamblea ¿Qué saben de la heterosexualidad? Porque, por lo que cuentan, son pura raza oprimida, lxs inmaculadxs del privilegio (son todxs blancos y/o burgueses pero vamos a hacer como que no lo vemos). A ver, que gilipollas no soy, que me doy cuenta de la posición de privilegio en la que me coloca mi relación heterosexual con respecto a mucha gente, pero también me pregunto si estas personas se han parado a pensar que somos las mujeres en relaciones heterosexuales a las que más están matando en la guerra en la que este país está y que nadie nombra: la guerra del machismo. Las mujeres heterosexuales estamos sometidas a violencias de las que las mujeres lesbianas están a salvo (y por decir esto me va a caer lo más grande en Twitter las próximas semanas, pero me da igual). Lo mismo se podría decir al contrario, eso no lo niego, pero, por favor, que no me digan que la heterosexualidad es sólo una posición de privilegio porque no es así. Esa es una lectura simplista del asunto. La heterosexualidad es un régimen político, social y económico diseñado para el sometimiento, tortura y asesinato de las mujeres. Eso no quiere decir que las lesbianas no estén oprimidas por otras razones, he tenido y tengo relaciones también con mujeres, nadie me va a contar qué es la lesbofibia, la vivo en mis carnes, pero lo que yo no entiendo es esa manía feminista de negar una opresión para reivindicar otra en el binarismo de turno. Madres/no madres; burka/top-less; teta/biberón y ahora también lesbianas/heteras. Existe un privilegio hetero sobre las lesbianas, pero también existe un privilegio del varón sobre la mujer del que una mujer lesbiana se libra en el plano de pareja.
Sé que va a ser imposible que este artículo sea leído desde la serenidad. En menos de 24 horas Twitter estará lleno de citas sacadas de contexto en las que perecerá que por las noches ceno filete de lesbiana. Intento remediarlo con el siguiente párrafo (que será obviamente ignorado): la Ley Integral de Violencia de Género es lesbófoba, putófoba y está diseñada para defender sólo a mujeres heterosexuales. Eso es verdad. Y también es verdad que las mujeres heterosexuales son las que más probabilidades tienen de morir a manos de un hombre. Las dos cosas pueden ser verdad, ni siquiera estamos hablando de una contradicción. Las mujeres heterosexuales dormimos con el enemigo, estamos expuestas día y noche a situaciones de riesgo, abuso y tortura psicológica, emocional, económica y física. Las lesbianas, a su vez, sufren acoso y violencia callejera cuando salen en pareja, rechazo familiar y laboral, discriminación en adopciones e inseminaciones y un larguísimo etc. que las heteras desconocen. Todo ello es verdad, las dos realidades son jodidas, pero ninguna más que otra, porque no nos joden ni por ser heterosexuales ni por ser lesbianas, nos joden por ser mujeres.
La heterosexualidad es un mojón y el estar en una relación heterosexual no me impide ser crítica con este sistema. Es entonces cuando viene la pregunta del millón: “¿Y entonces, por qué no dejas a tu marido?”. Cuando me la hacen no sé si responder, echarme a llorar de puro aburrimiento o pegarle una colleja a mi interlocutor (un día lo hago, me tengo que quitar el antojo). En este país hemos pasado del “algo habrá hecho” a “pues si no lo deja, que no se queje”, lo importante es siempre culparnos a las tías ¿Pues sabéis qué? Que podría daros muchas razones de por qué no lo dejo, pero en realidad hay una que las resume a todas: porque no me sale del coño. Ala, nos vemos en Twitter.
Yo de mayor quiero ser como tú!! Qué grande eres!!!
Ese aluvión de críticas viene de cuñados a los que fácilmente se les cuelan falacias del falso dilema, en mi opinión