
Todas las mujeres somos víctimas a diario de un tipo de agresión camuflada de opinión respetable. Este tipo de agresiones parte a menudo de personas que no se creen machistas e incluso se autodenominan feministas (porque mola mucho y es muy guay decir eso de yo creo en la igualdad). Suelen basarse en la negación de hechos fácilmente comprobables con una simple visita a Google (referentes, por ejemplo, a la discriminación laboral, al índice de maltrato, a la colaboración de los hombres en las tareas domésticas, etc.). Te sueltan, por ejemplo: “No es verdad que las mujeres estén discriminadas en tal o cual sector” y se lo dicen a una, que, pongamos el caso, ha sido despedida precisamente en ese sector al quedarse embarazada.
La cuestión es que negar el Holocausto tiene cárcel en muchos países y hacer apología del terrorismo también pero negar las discriminaciones a las mujeres ni si quiera puede considerarse un insulto. Es decir, a mí un señor me viene a decir que cuando me despidieron por quedarme embarazada fue por casualidad y que cuando mi puesto se lo dieron a un hombre también y, encima, no se me permite ni ser irónica al responderle, por ejemplo: “No entremos en el tema porque soy feminista y cuando hablo con personas que me dicen esas tonterías me pongo muy fea, muy histérica y me salen muchos pelos en las piernas y los sabacos”. Es entonces cuando nos llaman maleducadas, porque aquí la cuestión es que no se alce nunca la voz ni se nombren partes del cuerpo que huelan mal, aunque el de delante te esté llamando embustera. Es el malentendido respeto mutuo que, parece ser, es algo así como el cristiano poner la otra mejilla.
A mí, la verdad, cada vez me divierte más ver la carita del muchacho en cuestión cuando suelto una de mis burradas. La Ziga llama directamente gilipollas a quien entra en su blog con ánimos de insultar educadamente. Yo, cuando sea mayor, quiero ser como ella.
Las palabras tienen una erosión social enorme y hay cosas que no deberían decirse simplemente porque son falsas y el faltar a la verdad es una agresión en sí.
He observado el acojone que genera la actitud borde de nosotras las transfeministas. El macho es cobarde, ignorante y tiene poca actitud de lucha, por eso no aprende. Es muy efectivo soltarles las zigadas, así se callan y se niegan a seguir discutiendo contigo con lo cual ganas dos cosas: evitas que siga diciendo chorradas y dejas de tener que hablar con un capullo.






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