
Es acudir al centro de tu barrio, ese nuevo donde te orientan muy bien acerca de la actitud que debes tomar cuando ese ex vuelva a llamarte con insistencia. Hasta el momento no te ha puesto la mano encima pero lo sabes capaz. Es meterte en un taxi para evitar la vuelta a casa, paseando tranquila por una preciosa y fresca madrugada de julio, para no poner en riesgo tu seguridad y, una vez dentro del vehículo, entablar una conversación tensa con el que conduce que cree que si vas sola y maquillada a esas horas es porque buscas con quien follar y que bien podría ser él. Entonces piensas eso de quién guarda al guarda y que quizás hubiese sido más seguro después de todo irse andando. Coger un taxi de noche no deja de ser subir a un coche con un perfecto desconocido.
Crúzate de acera si unos obreros reparan el alcantarillado de tu calle, usa sujetador aunque te estés muriendo de calor, depílate las ingles aunque te sangren, trabaja el doble para conseguir la mitad, resígnate a no alcanzar ciertas posiciones profesionales, pasea por una ciudad cuyas calles no hacen honores a sus mujeres, lee periódicos que no hablan de deporte femenino, vota a partidos que incluyen mujeres entre sus candidatos/as sólo si se ven obligados por la ley y prácticamente nunca como cabeza de listas, paga la mitad del alquiler y encárgate siempre de limpiar tú el baño, escúchate decir por profesionales de la medicina que los dolores menstruales son dolores psicológicos.
Y después de todo ello alguien te esputa que todo está ya conseguido en materia de feminismo.
Me paro a pensar en cuanta energía diaria empleo en el mero hecho ser mujer e intento imaginar cómo sería mi vida si todo ese esfuerzo pudiese emplearlo en otra cosa: en mi música, en mi hijo, en mi ocio. Pero también me doy cuenta del privilegio que supone ser la parte oprimida. Siempre ocurrió y siempre ocurrirá: el sector subyugado es el sector más vivo. Ser mujer me ha dado la oportunidad de crecer, de hacerme más fuerte, de tener miedo y poder así afrontarlo. Y así puedo decir que ni yo ni la casi totalidad de las mujeres que conozco tenemos ojos de buey. Esa mirada reside sólo en los ojos de los hombres que no ven más allá de sus testículos ¡Y son tantos!
Alicia, siempre motivándonos a no desistir. Gracias eternas!
Tú debes tener ojos de gacela despierta. Un beso fuerte, Anhelo.
Muy buen post! me he sentido super identificada sobretodo con estas dos frases: «Se llama ser mujer y salir de noche. Se llama miedo.». Es triste pero es asi, y solamente por el hecho de ser mujer… que injusto… pero como tu bien dices ser consciente de esto te hace crecer y ser más fuerte. un abrazo! Amaia
Gracias, Amaia. Efectivamente es importantísimo identificar ese miedo. Estamos tan acostrumbradas a él que nos parece «normal» pero un día te paras a pensar y te das cuenta de que los hombres no lo sufren. Ellos caminan por la calle de una forma mucho más libre, sobre todo por la noche.