Escribir se me ha quedado corto. La ironía no me basta. Algo tengo que hacer con toda esta rabia porque no es justo que al final sea yo la que encima me autolesione con el cabreo. Estoy harta de que se victimice al violador y se juzgue a la víctima. Estoy cansada de que todos los directores de los teatros sean hombres. Me jode cada vez más que las empresarias teatrales tengamos que ver como nuestros compañeros salen adelante mientras nuestras empresas quiebran porque el macho ayuda al macho. No soporto el paternalismo con el que me hablan los gilipollas cincuentones que aún no se han dado cuenta de la inferioridad que su género lleva demostrando en los últimos veinte años. Me da cada vez más asco la pasividad de los treintañeros, su manera de dejarnos hacer todo, su cómoda crisis de identidad de género. Los hombres de este planeta se han quedado en cueros, el género masculino está haciendo el ridículo desde hace años, dan pena y no logro asimilar el hecho de que aún así sigan aferrados al poder de una forma tan ridícula. Tenemos mejores expedientes académicos, somos trabajadoras más eficaces además de mil veces más capaces en el cuidado de las personas. Resumiendo: en una vida logramos lo mismo que ellos en tres y aún así seguimos sin poder acceder a lo que es nuestro.
Me ha ocurrido otras veces. Es como la famosa gota que colma el vaso. Llega un día en el que algo me supera y entonces mi vida da un giro de 180 grados. No sé qué forma voy a darle a esta intuición que me ha dicho hoy que he llegado al límite, pero algo tendré que hacer.