Sinceramente creo que hay un ejercicio muy sano que todas las mujeres deberíamos hacer: empezar a diferenciar, de una vez por todas, estructura social de libertades personales. Son dos conceptos que se tocan y se influyen y a veces pueden parecer lo mismo, pero, queridas congéneres, no lo son. Realizar este ejercicio es, sin duda, un hábito mucho más saludable que comer zanahorias.
Lo que yo os propongo es que, cada vez que estéis a punto de analizar alguna cosa desde el punto de vista feminista, cada vez que queráis señalar cuán machista es un hecho, no señaléis a la mujer que lo sufre o lo comete, sino a la estructura social que lo impone. Esto nos ayudará sin duda a permanecer unidas y, por tanto, a ser más fuertes.
Y saltarán ahora las listillas: “¿Estás diciendo que las mujeres no tenemos responsabilidad sobre nuestros actos y que hay que perdonarnos todas las cosas machistas que hacemos durante el día?” Obviamente no. Lo que estoy diciendo, más bien, es que dejemos de mirar la paja en el ojo ajeno, practiquemos más la autocrítica y desistamos de pensar que el “pecado” machista de la otra es más grave que el nuestro porque, estimadas amigas, aquí todas estamos pringadas ¿O es que nunca te depilaste las piernas?¿O es que siempre respondiste con valentía al acoso callejero?¿Acaso no agachaste la cabeza aquella vez que tu jefe se propasó por miedo al despido?¿Seguro que tus prácticas sexuales no contienen ningún resquicio de patriarcado, ni si quiera en el subconsciente?¿Nunca tomaste medicamentos sin plantearte que el médico estaba medicalizando tu cuerpo innecesariamente? ¿Has respondido a todo esto negativamente? Vale, pues ponnos verdes a las demás si tan pura y limpia estás de influencia del entorno, este artículo no va contigo. En cambio, si eres un ser humano, quería proponerte que pienses en cada una de las veces que, durante el día, negocias con el sistema y sus estructuras patriarcales y que te des respuestas sinceras, total, no se va a enterar nadie. Una vez hayas realizado el elenco de faltas veniales (o mortales… ¡Oh, diosas!) piensa que quizás una señora musulmana, de esas que llevan telas en la cabeza, no ha cometido tus faltas o que René Zellweger, la del careto nuevo, tampoco. Piensa que quizás la que decidió dedicarse a criar a sus hijos y renunciar a la independencia económica, lleva pelos en los sobacos y tú en cambio te los quitas. O también, por qué no, que la que se quita los pelos de las ingles tiene en casa un arsenal de juguetes sexuales con los que se provoca más placer del que podrá imaginar jamás tu chocho peludo. Que la diputada del partido de derechas supo pasar por encima de un machirulo y ascender y eso es también un logro para las demás. Que la que no quiso dar la teta para triunfar en la oficina, se opuso a hormonarse y consiguió que el marido se hiciese la vasectomía. Que la puta que le cobra a tu marido (sí, a tu marido), es cinturón negro en judo y al caminar se le nota. Que, queridas amigas putas, las esposas que atendemos hijos y cocinamos no somos unas estrechas ni unas reprimidas. Que tu abuela, esa que aguantó a tu abuelo hasta el día en que murió, supo aliarse con las vecinas y se ayudaron unas a otras sin necesidad de poner a ese acto el nombre cursi y rebuscado de “sororidad” o “comunidad”. Que hay mujeres que no se nombran feministas porque no les sale del coño y están más liberadas que tú. Te propongo que pienses que, cuando las cosas empiezan a nombrarse con palabras raras es quizás porque no se conocen o porque pretenden ser transformadas en otras cosas o porque quieren nombrar un concepto que ya vivía, intentando negar la existencia que han tenido hasta ese momento. O por las tres cosas a la vez.
Una vez hecho esto ¿Qué tal si, todas juntas, vamos a la yugular de quien oprime a las mujeres? ¿Y si hundimos a los gobiernos que obligan a quitar o a poner velos en las cabezas de las mujeres? ¿Qué os parece si nos aliamos para frenar una industria sexual dominada por hombres y apoyamos a las mujeres que quieren y pueden hacerse cargo de dicho mercado? ¿Qué me decís de pedir más derechos, más libertades, más posibilidades sin dañarnos de forma personal? ¿Qué tal si dejamos de ofrecer nuestra creatividad y esfuerzo en sacar adelante proyectos que intentan convencernos de que un obrero es lo mismo que una obrera y nos dedicamos a luchar por lo nuestro? ¿Qué ocurriría si todas las mujeres nos uniéramos y entendiésemos que la lucha de nuestro género solo triunfará si atacamos a la estructura y no a la negociación o acción de supervivencia que, cada mujer por separado, realiza cada día?
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