Me llama mi hermana esta mañana, improvisadamente, para preguntarme si podía hacerle el favor de ayudarla a impartir un curso sobre igualdad de género en su curro. Tomo mi bicicleta y, con mi habitual despiste, no consigo encontrar el lugar así que bajo de la bici y me pongo a caminar algo desorientada por la calle. Llevo minifalda. Un grupo de hombres fuman en la calle. Al pasar entre ellos uno me dice por lo bajini, así, en plan fiesta nacional, oooooleeee. La valentía torera se le acaba en cuanto me vuelvo y le pregunto abiertamente que qué quiere. Nada, no quería nada, obviamente. O si lo quería no se atrevió a pedirlo, así de cara, de igual a igual. Sigo adelante, cruzo la acera, aparco a la bici, llamo a mi hermana, niña, no encuentro el sitio, espera, Ali, que salgo, te estoy viendo, date la vuelta ¿me ves?… Y sí, la veo, agitándome la mano entre el grupo de hombres con el que yo acababa de cruzarme. Al acercarme me los presenta: son mis alumnos, el torero incluido. Al entrar en la clase la tensión y la guasa se respiran por partes iguales. Yo, haciendo gala de mi habitual mala leche, comienzo con el vídeo que os cuelgo a continuación y les hablo, entre otras cosas, del acoso callejero. El torero no abre boca durante toda la hora.
Con respecto al resto del curso, lo de siempre, tener que andar explicando que machismo y feminismo no son términos antagónicos.
Jajajajjaaaaa… buenísimooo… qué par de ovarios.