
La vida debe ser algo así como una hoja de papel que vamos doblando. A cada amigo un pliegue, a cada amor otro, a cada muerte, a cada nacimiento, a cada música doblamos una vez más la hoja que, con el paso del tiempo, cada vez está más prieta, más pequeña y más intensa. Si alguna vez desplegamos esa hoja, en el intento de volver a ser lo que fuimos – jóvenes inmortales sin miedos y sin pasado – nos daremos cuenta de que está atravesada por las señales de los pliegues que dejaron sus huellas en nosotros como si de las líneas de las manos se tratase. A cada canción un pliegue, a cada voz, a cada caricia, a cada mentira, a cada decepción, a cada reconstrucción. Y cuántas veces me reconstruí en el pasado, me pregunté anoche al escuchar a Ute que surgía como una aparición ante mis ojos, después de doce años de huirme sin saberlo por los teatros del mundo. Desde aquella tarde en el salón de mi apartamento frente al Adriático, escuchando atónita el CD que alguien creyó que me iba a gustar, hasta la noche de anoche, abrazada a David, contemplando a la dueña de la voz que más ha influido en mí. Y tenía rostro y pies y cara y no eran los de las portadas de los discos. Eran unos pies reales. Me recordé escuchándola pero hoy ya no me reconocía.
Después de aquella tarde en la que descubrí a Ute y en la que mi vida profesional dio un giro de 180º no hice más que copiarla, copiarla y copiarla y que por favor nadie lo llame inspiración que me da mucho coraje. Sólo copiando se aprende, la inspiración nada tiene que ver con esta historia. El caso es que yo la copiaba y la perseguía pero si yo llegaba a Seattle en septiembre, ella había cantado en agosto, si venía a visitar a mis padres en Navidad, ella cantaba en Sevilla en primavera, si yo estaba de gira por Holanda, ella también pero justo en las ciudades que yo no visitaba… y así durante 12 años de desencuentros que terminaron ayer.
Hay varios pliegues musicales en la hoja de mi vida pero sin duda el más intenso se realizó una tarde de invierno en un apartamento de estudiantes de Pesaro, ante un estéreo barato. Ayer volví a doblar mi hoja, extasiada, dolorosa e intensamente.