A mí me enseñó a escribir sor Feliciana, una monja de mi pueblo que resultó ser una buena maestra. El mecanismo me fascinó y me recuerdo en el asiento trasero del coche de mi padre leyendo todos los letreros que se cruzaban con mi mirada: Ultramarinos Manolo, peluquería de señoras, se vende coche… quería aprender a leer y escribir rápido y un año y medio más tarde ya tenía clarísimo que de mayor iba a ser escritora. No me abandonó nunca esa vocación aunque sí que se cruzó la música de por medio, a los 14, ya lo he dicho antes.
Esta semana he empezado a escribir por primera vez siendo remunerada por ello. Que mi relación con el dinero es tormentosa no hace falta que lo diga, quien lee este blog se habrá percatado. Vivo en el limbo de una adolescencia perpetua que no logra comprender que el sentido práctico no es un extra como la loncha de queso en un whopper. Me repugna tenerlo y me angustia su carencia. Por eso estos artículos pagados marcan un antes y un después en mi vida de escritora. Es raro, sentarse ante el ordenador y realizar el que ha sido el gesto más libre que he realizado siempre con la pregunta de ¿Lo estaré haciendo bien? rondando mi cabeza. Digo raro, no malo, porque en cualquier caso no hay dramas, pagan tan bien los artículos que si escucháis que me quejo podéis hacer huelga de lectura. Ahora que he instalado el contador de visitas me dolerá muchísimo.
Me alegro mucho de que te remuneren por lo que estas haciendo, no te quepa duda de que lo haces bien. Espero que te sigan fluyendo las ideas como hasta ahora, suerte.