-¿Qué traes de deberes?
-Tengo que colorear una gallina.
-Pues venga, cielo, empieza.
Saca lentamente los colores y la fotocopia de la gallina, arrastra la silla hasta el escritorio como si pesase cien kilos, bosteza, se sienta. Espera. Mira al techo.
-Iván, colorea, por favor.
-Sí, sí, ya voy.
Coge el color rojo, su favorito, rojo pasión, rojo duda, rojo presión. Mira el dibujo. Mira al techo. Dice:
-Mamá ¿Tú sabías que las gallinas son ovíparas y omnívoras?
-Es verdad, muy bien.
-Me lo ha dicho el abuelo Fernando, que es el que más sabe de animales del mundo. Pero es que además yo sé que es un ave y… ¿Sabes qué, mamá?
-Iván, colorea…
-Sí, sí, ya voy, pero quería decirte solo una cosa ¿tú sabías que las aves son los únicos descendientes de los dinosaurios que existen? Es que resistieron a los cambios climáticos que produjo el impacto del meteorito que cayó en el Yucatán, en México…
-Iván, por favor, ponte a hacer los deberes.
-…vale- se le cambia la cara, se le enrojecen los ojos, se encorva, agarra el lápiz con tanta tensión que los dedos se le doblan por todas las falanges. Finalmente empieza a colorear. Cinco segundos y arranca a llorar. Quiere levantarse, que nos preparemos el pan con chocolate y que veamos un documental de Paleontología de la BBC. Pero debe colorear una gallina, una estúpida gallina que lo mira y sonríe estúpidamente desde un papel estúpido invitándolo a ser estúpido.
Ayer tuvimos reunión con la tutora. La cosa terminó mal, a gritos. Se acabó, no van a hacer de la infancia de mi hijo un pulso: su inteligencia contra la imbecilidad de un sistema que nos quiere áridos, muertos. Se acabó, le dije. Y os puedo asegurar que se ha acabado. Se han acabado los castigos sin recreos y los deberes de colorear gallinas estúpidas. Sus tardes a partir de hoy van a estar llenas de ciencia, porque él es Iván y siempre dice: “Hola, me llamo Iván y soy paleontólogo”. Ayer me transformé en una leona, algo me hizo click dentro y salí a defender a mi cachorro de una manera nueva. No sabía que llevaba eso dentro de mí. En seis años de ejercicio ha sido la primera vez que he sentido eso que llaman instinto materno y mi hijo ni si quiera estaba presente. Fue una iluminación, un saber exactamente qué tenía que hacer, a pesar de ser consciente de todas las consecuencias que iba a acarrear. Lo supe y lo hice. Nunca más, Iván no va a volver a llorar por una estúpida gallina sonriente, porque las gallinas no sonríen, las gallinas son dinosaurios.
Hay un mar azul de caritas sonrientes, chispeantes, bellas. Hay un mar de criaturas que sonríen a una cámara, derechitas las espaldas, manos sobre las rodillas. La fila de detrás está de pie, también espaldas derechas. La maestra es una esfinge, en su rostro hay algo así como una sonrisa, es muy mona-lisa. Muy mona, muy lisa. Mona de simia, todos somos simios porque venimos del mono, eso de que nos creó Dios es algo muy raro, mamá. Dice la prima Paula que quienes no creen en Dios, cuando se mueren, van a un sitio donde los queman… ¡Ja! Ya lo veremos, ya veremos, a ver quién tiene razón. Debería respetar más mis ideas la prima Paula. El año pasado les hicieron otra foto, otra marea azul de espaldas derechitas, pero Iván estaba de lado y saludaba con el pulgar en alto: “¡OK!”. Nunca entendí como se las avió para salir así, seguramente nadie se dio cuenta y cuando imprimieron la foto ya era demasiado tarde. Me preguntaba cómo sería la de este año y resultó ser, otra vez, otra marea azul con un Iván rojo detrás… Iván. Iván es el único que es mi hijo en toda la foto. Hay muchas caritas preciosas que sonríen, pero Iván es el único que es mi hijo. Iván es el único. La marea azul y él de rojo, rojo pregunta, rojo sangre, rojo pasión por la ciencia. Un murciélago se come a una rana. Qué asco me da ver eso, ya lo sé, mamá, pero yo me tengo que aguantar, si eres científico te tienes que aguantar, es lo que tiene ser científico… Iván esconde algo. En medio de una marea azul, un bellísimo punto rojo sin uniforme y algo escondido: un pulgar que señala al cielo… ¡Sí, ha vuelto a hacerlo! ¡Lo ha conseguido una vez más! Me mira desde la foto, con su pulgar camuflado y me dice: “Tranquila, mamá, todo va… ¡OK! Estos cabrones no podrán conmigo, mi pulgar sigue en alto porque yo sigo encendido. Mi piloto rojo está encendido y siempre va a estarlo. Confía en mí, mamá”. Confío en ti, mi amor.
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