Hemorragia

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Escribir una leyenda

Los ataques de ira en las criaturas desamparadas son como hemorragias: sirven para expulsar todas las emociones enfermas, igual que la sangre emana de una herida abierta. El problema es que la hemorragia puede no parar nunca y ante la posibilidad de verla desangrada tenemos el impulso de taponar, pero eso es contraproducente. Las emociones contaminadas, como la sangre, no pueden quedarse dentro. La dificultad mayor de una acogida reside en asumir el riesgo de ver un día a tu criatura desangrada de emociones. Así que, cuando ya has hecho todo lo que te tocaba como cuidadora, queda lo más difícil: esperar sin intervenir presenciando un proceso desgarrador que debe gestionar el/la menor en una soledad inevitable y necesaria.

Limosnas emocionales

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San Luis dando limosna de Luis Tristán

Nuestra sociedad tiene aún un problema con la compasión y la caridad cristiana. Lo vemos, por ejemplo, en los presidentes del gobierno que «elegimos». Siempre dan algo de penilla. Las personas seguras de sí mismas bien posicionadas y afianzadas en sus ideales no son leídas como coherentes sino como personas «poco humanas», frías, tercas y engreídas, personas a las que hay que temer, de las que hay que escapar. Hace falta llorar para que tu interlocutor empiece a tener en cuenta lo que estás diciendo. Sólo conseguimos empatizar y escuchar desde la idea judeocristiana de ayuda, íntimamente relacionada con la verticalidad.

Para mí esto es un problema grave. No es que me importe mostrar mi vulnerabilidad, pero tampoco tengo necesidad de ello en cada momento del día. No me gusta dar pena ni tener pena de nadie porque eso interfiere con la búsqueda de un código ético que me satisfaga.

A menudo siento que mi llanto empaña la relación sincera con los demás. A menudo siento que mi fortaleza empaña la relación sincera con los demás.

Nunca me ha conmovido el llanto de una persona adulta per sé. Me conmueven las situaciones de injusticia que puedan provocarlo, pero ver llorar a alguien no es para mí un motivo de escucha mayor, ni de abrazo mayor. Sólo me interesa lo político, las lágrimas bien podrían ser de cocodrilo o puro narcisismo destilado.

La mujer como opresora

Hannah Arendt
Hannah Arendt durante la entrevista realizada por Günter Gauss y emitida por la televisión de Alemania Occidental el 28 de Octubre de 1964.

Hannah Arendt afirma tajantemente que cree que debe defenderse desde la identificación de un grupo oprimido si se ha sido atacada por la pertenencia al mismo. “Debo defenderme como judía si soy atacada como judía”. Y al mismo tiempo afirma no amar al pueblo judío y no sentir que la pertenencia al mismo le venga de más allá que de un mero hecho circunstancial de nacimiento. No debemos, por tanto y según ella, una lealtad a nuestro grupo de iguales si este grupo de iguales presenta características opresoras.

Modernas lecturas sociales y políticas, en cambio, enumeran los ejes de transversalidad mediante el binarismo opresor/oprimido. He asumido durante mucho tiempo esta descripción del poder que hoy se me tambalea.  Desde el feminismo afirmamos tajantemente que un hombre no puede ser maltratado. Puede serlo un negro, un neurodivergente, un ciego, un pobre, por el mero hecho de pertenecer a las categorías oprimidas de negritud, neurodivergencia y ceguera, pero no por ser hombres todos ellos ya que una negra, una neurodivergente, una ciega o una mujer pobre sumarían a esas transversalidades la del género siendo así, doblemente maltratadas. Es decir, las nuevas corrientes de Trabajo Social o Sociología, al contrario de Arendt, establecen en la pertenencia a un grupo un valor intrínseco e invariable de población oprimida u opresora.

Arendt presenció de primera mano y como judía la Segunda Guerra Mundial en Alemania y, más tarde, tanto las acciones de reconstrucción del país como los juicios en Israel a los militares nazis. Ella somete a estricta crítica ambas acciones y declara distanciarse de la actuación judía en tanto que sólo le interesaba la pertenencia a este grupo a través de la defensión del mismo como colectivo perseguido. Es decir, según ella, el cambio en la población judía, establecida en el tiempo a través del desarrollo de la guerra y de las posteriores acciones jurídicas y políticas, hacen que esta población pase de oprimida a opresora. Para ella fue fundamental el paso del tiempo y el cambio del orden político.

Lo que yo me pregunto hoy es ¿puede un grupo oprimido, en su identidad accesoria al tiempo o al orden político, albergar al mismo tiempo la calidades de opresor y oprimido? ¿Podemos las mujeres oprimir desde nuestra identidad de mujer y no desde las paralelas de, por ejemplo, adultas o blancas?

La mujer machista no existe, existe la mujer en un mundo de hombres que debe agarrarse a negociaciones para poder sobrevivir. Estoy de acuerdo con esa idea y al mismo tiempo creo que existe un límite a esa afirmación porque no es honesto negociar con la piel de otro. Por ejemplo: podemos escolarizar a las criaturas en cárceles llamadas colegios para evitarles males mayores como la retirada de una custodia por el Estado que nos alejaría definitivamente de ellas. Pero no debemos escolarizarlos para eludir nuestro compromiso social de cuidados de personas dependientes. El cuidado debe ser colectivo y público pero no institucionalizado. Ahora bien, en la medida en que los dos primeros adjetivos son, por ahora, sólo un ideal a perseguir, el último debe aparecer sólo como la inevitable obediencia a un Estado opresor que nos amenaza con un castigo aún más duro que la escolarización si no acatamos sus leyes, pero no como la liberalización de la mujer.  No debemos justificar el maltrato de un colectivo aludiendo la lucha de otro. La revolución feminista no puede basarse en la opresión infantil o de las personas no productivas en general. La institucionalización no es una solución para alcanzar la justicia, es un parche, un mal menor o una negociación con un Estado demasiado poderoso al que hacer frente, por ahora.

El primer abandono es siempre patriarcal. La crianza tradicional se basa en el abandono masculino de los cuidados que quedan en manos de las mujeres. El hombre-padre es el hombre que se desentiende de los cuidados en la familia judeocristiana. La mujer-madre, en cambio, se conforma en la imagen y en la acción de cuidadora que, dependiendo de la época, ha contado más o menos con una ayuda colectiva dentro de la sociedad, pero siempre desde manos femeninas o feminizadas. Esta descompensación genera crianzas basadas en el maltrato de la negligencia y el abandono paterno y en el maltrato físico  y psicológico materno. La maternidad tradicional viene pues conformada en lo femenino, en lo cuidador y también, nos guste o no admitirlo, en la figura del maltrato físico y de ejecución última de las violencias estatales (escolarización, uniformación, perpetuación de valores tradicionales). Si bien, en el mejor de los casos, esta posición de mujer-opresora no la elegimos sino que la asumimos como subterfugio para evitar males mayores, sí que es inevitable reconocer que la mujer es en sí misma soldado del sistema y cumple, le guste o no, la función de perpetuación de estas violencias contra las personas dependientes (criaturas, ancianos/as, enfermos/as).

Nos duele verlo y el feminismo actual no soporta esta idea. El ser humano no tiene normalmente dificultad en situarse en los parámetros sociales de oprimidos (mujer, negro, neurodivergente, homosexual…) pero no soporta que se le coloque un espejo delante de sus privilegios (hombre, adulto, clase media, estudios superiores…).  Pero la realidad es que no existen ejes de opresiones tal y como nos los intentan hacer ver desde las modernas interpretaciones sociales. Como siempre, las cosas son mucho más complejas que un par de adjetivos colocados en los extremos de una línea recta. Huir del binarismo debería ser un ejercicio mental para practicar sin descanso en política social.

La desobediencia es, para mí, la más interesante de las opciones que nos quedan pero no en cuanto a rebelión contra el sistema sino, al contrario, como ignorancia del mismo. Debemos construir al margen de él, esa es la única manera de estar de forma coherente en el mundo. Activismo es posicionamiento, nada más y nada menos. Pensar, comprender y posicionarse es actuar. En cambio, actuar a contracorriente por el mero hecho de cansarse, es una forma más de dar poder al Estado y a la norma.

Por todo esto creo que las mujeres podemos ser agentes opresoras dentro del sistema. La sociedad nos ha reservado espacios precisos para dichas funciones. Según mi opinión, la forma más honesta para ocupar dichos puestos debe partir, primero, de una autocrítica voraz y, después, de una acción de posicionamiento honesto que debe basarse en la proclamación, desde lo personal, de un manifiesto de resistencia al Estado. No estamos obligadas a llevar nuestras rebeliones personales a lo público en cuanto podría incluso ser contraproducente para la lucha, en cambio sí estamos obligadas a no mentirnos y a no sostener el orden del sistema sobre el sufrimiento de nuestros hijos e hijas y demás dependientes para conseguir nuestra liberación como mujeres.

Por último, es imprescindible hacer una distinción entre lo privado y lo personal. Lo privado debe ser expuesto en cuanto es el lugar donde ocultamos nuestra vergüenza, la traición a la lucha. Lo personal, sin embargo, es la parcela reservada a la resistencia en la que ignoraremos al Estado y construiremos desde la creatividad y la justicia y por tanto debe ser protegido. Si tu vida viene expuesta sin desvelar lo personal y eso te avergüenza, hay algo en tu lucha que está traicionando un valor fundamental de tu ética.

Gracias, gracias, gracias

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Queridas mecenas,

Una vez más, gracias al esfuerzo colectivo, se hace realidad uno de mis proyectos profesionales.

Hemos triplicado las expectativas y por tanto la segunda parte de Comando Je (de güenorras) sale adelante con el subtítulo: “El robo de Astarté”.

Os mantendré informadas periódicamente de las novedades que vayan surgiendo.

Un abrazo a todas y gracias de corazón.

Alicia

El divorcio heterosexual

Dentro de la realidad de las parejas heterosexuales, el divorcio no es una varita mágica que libera a las mujeres. De hecho, el divorcio es un instrumento más que el patriarcado ha resignificado para hacernos ver que las cosas cambian sin cambiar. Como la píldora, esa pastillita “para controlar la natalidad” que al final resultó servir para que ellos pudieran correrse dentro sin condón y que tantas crisis de ansiedad, ETS y cánceres de útero nos ha generado a nosotras. O el trabajo remunerado, que en principio era una nueva situación laboral que llevaría a las mujeres a realizarse de forma personal y que en cambio sirvió para que contribuyéramos con un sueldo en casa y encima trabajáramos el doble que antes. Y así podría seguir adelante con mil ejemplos.
El divorcio no es la solución porque:
1. RAZONES DE SEGURIDAD: En la mayoría de los casos las mujeres siguen sufriendo maltrato machista después de llevarlo a cabo, de hecho muchas veces empeora. El que el maltratador viva en otra casa no le impide seguir ejerciendo violencia ni física, ni psicológica, ni económica, ni de ningún otro tipo. Es más, la mayor parte de las mujeres que mueren por violencia machistas estaban separadas o en trámites de separación. El divorcio, en la teoría, es un intento de liberación, de escapar del control del maltratador, pero en la práctica no existen instrumentos ni legales ni estructurales que ayuden a las mujeres a completar ese proceso de forma segura por lo que, en un número notable de ocasiones, las circunstancias empeoran para ellas.
2. RAZONES ECONÓMICAS: Este punto es tan amplio que me daría para tres artículos: señores que trabajan en negro para no pasar la pensión de sus hijos, mujeres con cargo de conciencia judeo-cristiano que salen de casa sin exigir nada, con una mano delante y otra detrás, verdaderos divorcios-estafas que los maridos llevan a cabo porque “las cosas de los papeles siempre las ha llevado él” y un largo etcétera.
3. RAZONES DE MALTRATO INFANTIL Y “SOLUCIONES” ADULTOCENTRISTAS:
3.1. Cuando ya no pueden maltratarte a ti directamente, van a maltratar a tus criaturas. Y lo harán de forma sutil y cruel: tras unas vacaciones de quince días con papá habrán perdido tres kilos, volverán los fines de semana de las visitas diciendo que no se han bañado desde el viernes, comerán a base porquerías, serán abandonados frente a la televisión durante horas, serán entregados a terceras personas (abuelas, novias, etc.) que en muchas ocasiones no pueden o no quieren o no tienen por qué asumir la responsabilidad con el mismo interés con el que debería hacerlo su padre.
3.2. Serán víctimas de abusos sexuales porque éstos los cometen, en un porcentaje aplastante, los padres, tíos y abuelos cuando las criaturas escapan a la protección materna o, en general, de las figuras cuidadoras femeninas. Y esto es un hecho indiscutible, hablan las cifras. Los violadores no están acechando en los callejones oscuros, están en las casas y son parte de la familia.
3.3. Su hogar será la mochila. Viajes en trenes y aviones solitas cuando aún no tienen ni 5 años, a veces. Un día en casa de papá, dos con la abuela, esta tarde con mamá, mañana aquí, pasado allí… con sus posteriores trastornos del comer y del sueño que a veces les acompañarán para el resto de sus días. Me pregunto cuándo los jueces de nuestro país empezarán a dar la casa familiar en usufructo a los/as hijos/as de las parejas divorciadas y que sean madres/padres las personas que deban irse a dormir fuera cuando no les toca cuidar. Me pregunto también, si esa medida se llevase adelante, cuántas parejas decidirían seguir juntas “porque en el fondo tampoco estamos tan mal”.
No, definitivamente el divorcio no es la solución y mucho menos un divorcio sin un previo asesoramiento psicológico y jurídico con perspectiva de género. Las mujeres, si no tenemos más remedio que acudir a esa estafa que es el divorcio hoy día, deberíamos llegar a los juzgados armadas hasta los dientes a todos los niveles: bien informadas, fuertes anímicamente, con un fuerte apoyo social y económico… pero por desgracia suele ser al contrario.
No, la solución no es el divorcio, el divorcio es otro brazo del Estado que contribuye a que nos sigan estafando y matando a nosotras y maltratando a nuestras criaturas.
La única solución es el conflicto: es empezar a exigirles.
Porque la píldora no es la solución, hay que exigirles que se hagan la vasectomía o que, directamente, eliminemos de una vez por todas el coito de nuestras prácticas sexuales, que empiecen a follar abandonando la posición masculina y se enteren de lo que nos gusta de verdad, que saquen la loba que llevan dentro, que abandonen el privilegio macho en la cama.
Porque el trabajo asalariado no es la solución, hay que exigirles que limpien el baño y asuman los cuidados y se dejen de paellitas los domingos.
Y porque el divorcio no es la solución hay que exigirles, mediante el conflicto y la acción en grupo, que asuman una posición justa ante nosotras económica, social y sexualmente y en todo lo referente a la crianza. Si el divorcio es una manera de evadir el conflicto, no vamos a llegar a nada. No hay revolución sin conflicto y cada casa es un campo de batalla donde podemos morir sin luchar, morir luchando o vivir venciendo.