Nuevo vídeo de El Conejo de Alicia

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Comienza la 3ª temporada de El Conejo de Alicia en Pikara Magazine y lo hace con este vídeo dedicado al final de las vacaciones. Como ya sabéis, a partir de ahora, El Conejo de Alicia se publicará en el canal de Youtube de Pikara Magazine, en lugar de en el mío personal, así que… ¡No olvides suscribirte!

Cirugía, libertad y venganza

Sara Carbonero. Foto de http://www.televisionando.es/
Sara Carbonero. Foto de http://www.televisionando.es/

Vaya por delante que hace siete años, en un hospital gringo, me rajaron el vientre de lado a lado y me sacaron a mi hijo. Mientras me cosían se acabó la anestesia. Y esto es solo el resumen de lo que fue el peor día de mi vida. De hecho, las violencias sufridas durante esos días de hospital, así como sus consecuencias emocionales y físicas, fueron numerosas. Algunas de estas consecuencias ya han sido restauradas y superadas, otras no sanarán nunca. Digo esto lo primero porque para mí es fundamental la posición desde la que se habla y no quiero que nadie venga a decirme: esto lo dices porque no sabes lo que se puede llegar a sufrir en un paritorio. Yo lo sé, yo fui torturada en un paritorio y lo hicieron todo “por mi bien”. Así que si algo de este artículo te ofende, o no estás de acuerdo en alguna cosa que escribo, usa cualquier argumentación para rebatirme menos la de “no sabes de lo que estás hablando” porque resulta que sí lo sé. Si eres hombre, simplemente, no opines, que como este es mi blog, no te voy a publicar el comentario. Bueno, a lo mejor sí, ya veré por lo que me da (normalmente funciona que me hagas la pelota).

Dicho esto quiero volver a la misma pregunta que hago siempre: “¿Por qué cuando una mujer es discriminada por una razón da por sentado que no es posible que esta sociedad discrimine a otra por la razón contraria? Es más ¿Por qué creemos en los contrarios? ¿Por qué seguimos pensando en los binomios patriarcales como en figuras descriptivas de la realidad? Como si hubiese solo una realidad… o peor aún si cabe, dos realidades encontradas.

A mí me rajaron. Yo vomitaba, me desmayaba y me despertaba para seguir vomitando mientras un grupo de señorxs metían sus manos en mis vísceras para sacar a mi pequeño. Tardé años en superar aquello. Durante un año no pude acercarme a una ventana con mi hijo en brazos porque pensaba que yo misma iba a arrojarlo al vacío (parí en un rascacielos). Sé de lo que hablo cuando digo las palabras “violencia obstétrica” pero eso no me hace caer en la estupidez de pensar que la mujer que decide, por las razones que le salga a ella del coño, programar una cesárea, es tonta o mala o no sabe lo que hace o la están engañando o es víctima de una sociedad que la oprime o la presiona. Dejemos que cada mujer haga con su vida lo que le dé la gana ¿es tan difícil de entender? Yo no comprendo cómo es posible que no nos demos cuenta de la diferencia que hay entre estas dos opciones (toma binomio):

OPCIÓN 1- Desentendámonos de las violencias patriarcales y llamemos “libre decisión de las mujeres” a la “imposibilidad de elegir”.

OPCIÓN 2- Luchemos cada día porque las mujeres tengan un mayor acceso a la información sobre cualquier proceso sanitario, político, social, etc. y porque las opciones sean cada vez más. Una vez hecho esto respetemos siempre la libre decisión de las mujeres y no las tratemos nunca con paternalismo diciendo “ha tomado una decisión diferente a la mía porque no estaba bien informada”.

Por alucinante que nos pueda parecer las personas somos diferentes unas a otras, tenemos vivencias distintas, proyectos distintos, ideas distintas, valores distintos, formas de amar distintas y todo ello, entre otras cosas, influye en los procesos hormonales, por ejemplo. Decir que una mujer que programa su cesárea es una irresponsable, está desinformada o es una mala madre, es lo mismo que decir que una persona que ha decidido transformar su cuerpo para realizar una transición de hombre a mujer o viceversa, está siendo sometidx a presiones patriarcales que  nos imponen el binomio de género hombre /mujer.

Cada vez que una famosa programa su cesárea y se realiza una liposucción llega la horda de biomadres ofendidas pensando en la pobre criatura que no ha tenido la oportunidad de nacer por la vagina, que verá dificultada su lactancia y que blablablá. Ay, omá, yo desespero. Menos mal que las shakiras de turno ni se enteran de estas críticas, es lo que tiene estar “por encima”. Pero querida biomadre, quizás esas mujeres, gracias a esas liposucciones, van a ganar una pasta gansa con la que van a pagar a gente que harán todas esas cosas que a ti y a mí nos impide pasar más tiempo con nuestros hijos (limpiar el cuarto de baño, cocinar o pasar 8 horas diarias delante de un ordenador). También puede que con esa pasta les paguen colegios estupendos (quien sabe, lo mismo de esos de enseñanza libre, con mucho césped y margaritas). O puede que, simplemente, pasan de sus hijxs, pero a lo mejor tú que no te la has hecho una cesárea programada, tampoco eres un ejemplo de nada. Así que dejemos de criticarnos entre nosotras, el enemigo es otro.

No entiendo el purismo naturalista, el esencialismo de creernos seres perfectos corrompidos por la sociedad, como si no fuese natural ser sociales. Cómo si fuese posible no estar influidos por la sociedad. No hay nadie puro, eso es mentira, porque si hay algo real en nuestra esencia es que somos seres sociales.  Somos biológicamente sociales y socialmente biológicos. Somos naturalmente artificiales y artificialmente naturales. La ciencia es otro terreno a poner a nuestro servicio. Para mí el empoderamiento no está en condenar una cesárea, sino en difundir información sobre sus consecuencias y dejar elegir sin juzgar a nuestras congéneres.

Y esto mismo es aplicable, por ejemplo, a la cirugía estética, a los tacones altos, al matrimonio por dinero o a la depilación o a cualquier elemento que sea utilizado como violencia machista. Creo que debemos luchar para que las mujeres podamos tener el mayor número de opciones, pero esa lucha no debe acabar en “cómo es posible que elijas eso, pudiendo escoger lo otro”.

Por otro lado me pregunto si esta historia del “mayor número de opciones” no es una idea un pelín capitalista.

Quiero ser santa, porque el coito apesta

Cilice
Cilicio

Me encanta leer las cosas que la gente escribe sobre mis post en lugares donde piensan que no voy a leerles (foros, muros de Facebook “alejados” de mi perfil, comentarios en blogs donde se me linkea…). Soy egocéntrica y cotilla, lo reconozco. Hay cosas peores como… no sé… ser hombre, por ejemplo. Hace poco escribí en este mismo blog una entrada dedicada al coito. Le puse un título, a mi entender y aunque me esté mal el decirlo, muy acertado, que llamaba a la reflexión, al debate y al intercambio respetuoso de ideas: “El coito apesta”. Se me debió entender mal porque todo el mundo se enfadó conmigo. Yo solo pretendía que se enfadasen los hombres, pero al final se enfadaron también las personas. Cosas que pasan, pero bueno, también hubo alguna gente a la que le gustó. A lo que voy es que en uno de esos lugares de Internet donde la gente comenta sobre mí, leí a una señora que decía algo así como que no entendía como una chica con unas ideas sexuales “tan subversivas” podía, al mismo tiempo, “defender las bases fundamentales del Opus Dei”. Me encantó la idea de esa señora no entendiendo nada de nada y pensando sobre el tema del coito en su casa, en otro continente, muy lejos, muy lejos… me encantó, de verdad. Ese tipo de comentarios son los que me llenan de vida y me dan más ganas de seguir escribiendo y tocando las narices al personal. Hoy me he acordado mucho de esa señora porque he ido a visitar el convento de las Clarisas Descalzas de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). En el grupo de visitantes, que conducía una guía que se llama Regla (como me gusta ese nombre), íbamos: dos curas de los que van vestidos de cura, un vestidor (vestidor, de vestidor de una Virgen de nosequé pueblo) con su aprendiz, un capillita andaluz de patilla y pantalón de pinza y esas cosas, un par  de turistas y yo. Todo muy friki lo que cuento hoy, lo sé. Pero por favor, no os rindáis, seguid adelante con la lectura que al final todo esto lleva a algún sitio (o eso espero). Estaba claro que cada uno buscaba algo muy diferente en ese lugar. A mí las monjas de clausura siempre me han fascinado porque se trata, a fin de cuentas, de un grupo de mujeres que viven en un sitio donde no pueden entrar hombres, que son independientes económicamente, que tienen trabajos preciosos (hacer pasteles y bordar, dos de las cosas que más me gustan en el mundo) y que están predispuestas con todo su cuerpo al rechazo del coito, porque, señoras, esas monjas y yo lo sabemos: el coito apesta. Por si todo esto fuera poco, muchas se pegan latigazos. Me enamoran, en serio. En mi próxima vida, si no hemos arreglado ya el asunto este de que manden los hombres (y tiene toda la pinta de que nos queda aún un poco) quiero ser monja de clausura.

En la capilla hay unas ventanas con rejas ¡Con pinchos hacia afuera! No sé si me estoy explicando: con-pin-chos. Eso es muy feminaNcy, señoras, los tíos no podían ni acercarse a las ventanas. Contó Regla (precioso nombre) que la congregación la fundaron unas pocas monjas que fueron de aquí para allá, dando tumbos por el pueblo, compartiendo espacio con machirulos con los que tuvieron grandes enfrentamientos, hasta que consiguieron lo que querían: un espacio reservado para ellas de forma exclusiva.

A un cierto punto de la visita me puse a charlar con el vestidor de la Virgen de nosequé. La tradición sevillana dice que las camareras deben ser mujeres porque a las vírgenes no las pueden ver desnudas los hombres, así que ellas les ponen la ropa interior y luego ya entran los vestidores (hombres gays, tradición no escrita pero, creedme, es así) que se encargan de vestirlas con lo que se ve desde fuera. Le pregunté a este vestidor que si no existían vestidoras mujeres y me dijo que no porque “las mujeres no tienen esa sensibilidad”. Entonces, ya sabéis, me pasó lo de siempre, se me volvieron los ojos hacia atrás y cuando ya los tenía blancos del todo empecé a echar espuma por la boca y a recitar algo que, según me dijeron, sonaba a arameo o a latín medieval, no se aclaran bien los testigos a este punto del relato. El caso es que gracias al espectáculo de mis convulsiones, escupitajos y, sobre todo, ya cuando eyaculé y me meé encima, al chico le dio cosilla y reculó. Me dijo entonces que no era “que no tuvieran sensibilidad”, sino que solo unas pocas se habían acercado a “aprender el oficio”. Le perdoné la vida porque había mucha gente delante y no me iba a ser fácil encontrar coartada, pero lo odio. Mucho.

 Bueno, pues eso, que voy a seguir visitando a monjas de clausura, a muchas, a partir de ahora. Lógicamente ninguna de ellas me va a contar “eso” que estoy segura que pasa intramuros, y hacen muy bien, pero nada me haría más feliz (y la esperanza es lo último que se pierde). A lo mejor ocurre un milagro y alguna confía en mí o… quién sabe, quizás incluso me inviten a participar.