Era un puto paso de cebra y ese vehículo, además de estar mal aparcado, dio marcha atrás inesperadamente y casi nos atropella. Avisé al conductor con un par de golpes leves pero sonoros en la parte trasera de su coche. La tarde era soleada, habíamos dejado al niño con mi padre y estábamos contentos de haber ido al cine. El coche era muy hortera, igual que el tipo que lo conducía, igual que su novia, igual que su cerebro.
Pasó seguro más horas en el gimnasio que en la biblioteca. Mens sana in corpore sano, chaval, que no te enteras. De qué te sirve ese coche tan brillante y tan negro, para qué todos esos músculos y sobre todo, nene ¿Es que no piensas? ¿Para qué coño te depilas el pecho? De nada sirve todo aquello si dentro no eres más que un pávido.
A pesar de nuestra sonrisa dominguera y de un ten cuidadito que casi nos atropellas, el capullo va y nos suelta vale pero poquitos golpes en el coche ¿Eh?
David, Alicia, Alicia, David… tanto monta, nosotros sí que sí… (¿Dónde vas tetitas infladas? Pobre, no sabía que había dado con el esperpento hecho humanismo) y ahí mi David y yo exigiéndole una disculpa como si a un conductor subnormal le pudieses exigir un libro de reclamaciones. Esperpento y humanismo hasta que nos tocan las narices, yo un poco más, eso sí, que David está más leído y evolucionado, pero igual hacemos un equipo de puta madre.
Del coche se bajaron músculos y más músculos y un gilipollas los sostenía sobre el esqueleto de un cobarde que asomaba avergonzado de no atreverse con una mujer y un canijo. Y su chati que va y me pide disculpas ¿Eres su madre? – Le dije – ¿O es que conducías tú, acaso? Pero en realidad la pregunta clave era ¿Qué puede ver una mujer en un saco de mierda semejante?
Se puso chulo, le alcé la voz y le lancé toda la rabia que, por fin, he conseguido hacer salir. Ya no hago más yoga, decidido, esto es mucho mejor.
El de las tetas infladas a base de esteroides nos pidió disculpas. Sus ojos desprendían miedo, los míos rabia.
Chicas, en serio, están acojonados, no dejéis que el miedo os bloquee nunca más.
Cierto, una tontería que nos han enseñado y es hora de olvidar: la de inhibir nuestros sentimientos y tragárnoslos. Y quedarnos con cara de gilipollas para ver qué se le ocurre hacer al señorito.
¡Y que lo digas!