De vuelta en Marruecos, tras una especie de vacaciones en España. Me adormento allí, me olvido, encuentro de nuevo el placer de vivir, redescubro mi cuerpo, pienso en el teatro, sueño cosas… y apenas el avión aterriza de nuevo en Marrakech otra vez las historias que ni siquiera me atrevo a contar por miedo a saturaros ¿Qué pasaría si realmente escribiera todo lo que veo aquí? Supongo que la gente lee blogs para informarse o para divertirse o para pasar el rato o quizás para crearse una opinión. Hace unos días un lector me dijo no te entiendo, acaso no es la felicidad la finalidad de la vida. No puedo venir aquí a vomitaros toda la mierda de una sola vez, sería contraproducente, debo dosificárosla, por el bien de mi salud, por la resistencia de este blog y la constancia de sus cuarenta lectores diarios, por vuestro bienestar, por el mío, porque la información salga por fin, aunque sea poco a poco, de esta ciudad sitiada.
Yoani Sánchez no está sola. En Cuba son muchos los blogueros/as que se han unido para contar como están las cosas. En cambio aquí en Marruecos nadie habla, nadie canta, nadie sueña. Soy la primera en Google y eso es ciertamente triste. En realidad no soy la primera en los motores de búsqueda, soy sólo la única.
Ahora un mapa de fin de semana: un niño con el rostro marcado por las cicatrices de un incendio sonríe y vende clínex en la Av. Mohamed VI; en un semáforo dos adolescente me piden los yogures que llevo en la bolsa de plástico de Marjane; en la Medina una cría en harapos se agacha a recoger las palomitas de maíz esparcidas por el suelo (algún turista las dejó caer distraídamente, para ella son un tesoro); mis niños dibujan las puertas del orfanato; hacen falta zapatos; aún no he comprendido bien si lo que esnifan los críos por la calle es gasolina o cola…
Ya estoy en casa.