El rosa por bandera

 

Para Frida.

Cuando digo que el 90% de los hombres que conozco son unos gilipollas me refiero a esto: desmontar la masculinidad es el único modo que encuentro para entender la inclusión de las personas diagnosticadas hombres al nacer dentro de la lucha feminista. Pero desmontarla de verdad, no haciendo una paella el domingo mientras aseguras que la cocina se te da mejor que a tu mujer. Conozco a muy pocas personas que estén realmente en ese proceso. Desmontar la masculinidad no es hablar de ti en femenino en la asamblea de los miércoles (esa que organizas TÚ, anarcomacho, y que pones a las 7 de la tarde impidiendo a las mujeres que criamos poder asistir). No te nombres en femenino si no eres capaz de pasearte por tu barrio con un vestido rosa. El rosa y la -a son privilegios a los que no te vamos a dejar acceder de forma intermitente, en fiestas feministas, en centros sociales, allí donde de repente, ese color es lo políticamente correcto. El vestido rosa hay que sudárselo en una entrevista de trabajo, por ejemplo, o en una cena de Navidad. Creo que el movimiento feminista no es suficientemente consciente de hasta qué punto debe integrar la transexualidad en sus filas y en sus reivindicaciones.

Cuando era pequeña yo también fui princesa, me infectaron el cerebro con héroes salvadores en caballos blancos pero eso se me pasó al primer polvo en la adolescencia. Intuí la gilipollez masculina en seguida, afortunadamente. Es decir, muchos de los aditivos del rosa, esos que quisieron meterme a base de pollazos, fueron desmontados a tiempo.

Me sigue fascinando la manera en que la libertad de las mujeres se manifiesta donde menos te lo esperas. El rosa es para Y*** una bandera que delimita un espacio no mixto, un lugar donde los opresores del balón no entran a menos que demuestren que lo merecen ¡Quiero banderas rosa ondeando en los balcones de las casas! ¿Cómo pude olvidarme? La purpurina fucsia es la construcción del bando de las buenas, es la prueba de fuego. Si un niño era capaz de sentarse con nosotras a jugar con las Barbies y aguantar las burlas (y las agresiones físicas y verbales) de los opresores del balón, ese niño merecía ser aceptado entre nosotras como una más. Era “el test de la Barbie”, que hacíamos sin ni siquiera ser conscientes. No había amor romántico con ese chico, ninguna construía mierdas de dependencias con él, era realmente una más… una niña más del bando de las buenas, del bando de las que no pegaban balonazos, de las que estudiaban, de las que no abrían la puerta del baño cuando alguien estaba dentro, de las que no pegaban patadas, de las que no levantaban las faldas para humillar, de las que no cogían el culo sin permiso… era el bando de las niñas, el bando rosa. No había nada de malo en esa construcción más que el provecho que sacaba de él el bando de los niños. No se me ocurre nada más anarquista: nos respetábamos porque era lo justo, sin necesidad de que una autoridad adulta nos estuviese castigando a cada rato como ocurría con ellos.

No es malo ser complaciente, es malo aprovecharse de la complacencia. No es malo sonreír, es malo que te nieguen la rabia. No es malo vestir de rosa, es malo pensar que es un color de lerdas. No, machirulo de patio de colegio, las niñas que visten de rosa no son lerdas, es que te están poniendo a prueba para ver cómo de gilipollas eres.

Las princesas no éramos (no somos) imbéciles. Me he faltado al respeto a mí misma en otra época pensándome más lista en el presente. La Alicia de ahora se olvidó de aquel chico, se llamaba Juan. Él sonreía y nos hablaba, contaba cosas y nos escuchaba. A veces jugaba al balón y otras a las Barbies. Era receptor del acoso masculino infantil de mi barrio, pero afortunadamente supo siempre donde estaba el bando de las buenas, el bando rosa. También hubo quien recorrió el camino a la inversa. Hubo niñas que prefirieron el balón. Muchas se unían al acoso hacia el bando rosa y eso no lo perdonábamos porque lo vivíamos como una traición. En cualquier caso eran siempre machos de segunda así que el mismísimo bando enemigo se encargaba de vengarnos. Otras en cambio, sencillamente, eran mejor en los deportes y los tutús de purpurina les impedían moverse con libertad, por eso no los llevaban, tan sencillo como eso. Con esas no teníamos problemas.

Deja de ser hombre y dejaré de considerarte un gilipollas. Yo, mientras, desmontaré mi blancura, lo prometo, y prometo también no llamarme negra, gitana, mora o mestiza hasta que no haya sido capaz de desmontar mi etnia y mi clase allá a lo lejos, muy lejos de la asamblea de los miércoles. Quizás así empiece a ser, yo también, un poco menos gilipollas.

 

Todo perdido

DSCN6832Soy agresiva, violenta, soberbia y testaruda. Usé tacones y colorete y sonreía. Me iba como el culo. Bueno, tampoco tanto, me iba diferente. Pero hoy soy muy antipática. «Tienes dos caras, una violenta y otra tierna que conozco solo yo» me dijeron una vez en la época misma del colorete, lo que me hace pensar que quizás ya entonces era bastante rancia y que a lo mejor ahora tampoco lo soy tanto como parezco.

Si fuese un hombre tendría carácter. Pero me diagnosticaron hembra así que soy una gilipollas. Me miden cada movimiento y me recuerdan dónde estoy, quién soy, quién debo ser, qué podría ocurrir si…

Me revuelvo por dentro ante los chantajes, sobre todo ante aquellos en los que tengo todo perdido. Acabaré, mal supongo. No me parece descabellado, ni triste, ni poco atractivo. Acabar mal, mucho más violenta que ahora, mucho más antipática y sin rastro ya de colorete. No es un mal plan.

Manifiesto dirigido a las prostitutas

dominio-13-10Existe una institución que fiscaliza el cuerpo de las mujeres y comercia con sus relaciones sexuales. Esta institución es una de las que más protege y bajo la que más abusos sexuales se cometen. También ampara el asesinato y maltrato machista sistematizado. Esta institución lleva a las mujeres al estado de la esclavitud y está sostenida sobre la manipulación de los conceptos llamando amor y sexo a lo que no es más que pura especulación del esfuerzo, el trabajo y la humillación femenina a través del cuerpo.

La ley de muchos países permite que menores de edad sean sometidas a formar parte de esta terrible institución. Existen un verdadero tráfico internacional de mujeres cuyas organizaciones cuentan con la colaboración y el apoyo de las propias familias de las víctimas las cuales son, literalmente, vendidas para ejercer una “profesión” indigna y deshonrosa.

Pero no hace falta irse a países lejanos, en nuestra progre Europa muchas mujeres se ven obligadas a formar parte de este horror y a asumir el vacío legal que supone para su vida como ¿trabajadoras? y lo hacen porque no les queda otra, porque a veces es la única opción. Las mujeres inmigrantes encuentran en ella una manera de sobrevivir.

Pero esta lacra en Europa no solo llega a las inmigrantes, también muchas mujeres blancas y de clase media alta se ven afectadas por el machismo del que hablamos, obviamente con perspectivas económicas y culturales diferentes, pero con idéntica problemática en cuanto a las violencias patriacales que esta institución favorece (violaciones, vejaciones, asesinatos, fiscalización del cuerpo, control de la economía, etc.).

Sé que muchas me vendrán a decir que pueden darle la vuelta, que las instituciones machistas están ahí también para negociar con ellas y saberles sacar partido… pero eso lo dicen porque están alienadas por el maltrato y son incapaces de ver la realidad. Una mujer maltratada deja de ser ella misma…

Queridas putas, como muchas de vosotras ya habréis imaginado la institución de la que hablo es el matrimonio. Por eso escribo este manifiesto pidiendo vuestra solidaridad. Visto que hay tantas mujeres casadas pidiendo la abolición de la prostitución, os ruego que nos ayudéis. Putas, no seáis chungas, luchad por nuestra dignidad igual que las abolicionistas de la prostitución están luchando por la vuestra. Es verdad que estaría bien que cada cual decidiera donde quiere poner su dignidad, pero visto que no se puede, vamos a dignificarnos ya unas a otras y así nos quedamos tranquilas.

Y las putas casadas… no sé, chicas, a este punto os veo muy indignas por todos los lados.

En cualquier caso: ¡ABOLICIÓN DEL MATRIMONIO YA!
Firmado:
Una mujer casada

Soy como la Pantoja, soberbia y trianera

TRAJE DE FLAMENCA DE RAYAS VERTICALES BLANCAS Y NEGRASSe establece el acuerdo tácito de que lo masculino es normativo: cuando se habla de “deporte” se habla en realidad de “deporte masculino”, cuando se habla de “prensa generalista” se está hablando de “prensa hecha por hombres que habla de hombres”. El problema gordo empieza cuando se implanta una prótesis con forma de rodilla de hombre en la pierna de una señora o hablan de la clase obrera como si fuese exactamente lo mismo un obrero que una obrera. También  me jode cuando un tribunal juzga igual a una mujer que a un hombre bajo la máxima de “todos somos iguales ante la ley”. La verdad es que a estas alturas de la vida empiezo a cagarme un poco en eso de la igualdad. La igualdad fue el timo del s. XX y parece que pretende implantarse también en el XXI. Las mujeres somos iguales ante la ley criminal pero no lo somos ante la ley civil, esto ya lo decía Concepción Arenal en 1861, así que la cosa viene de antiguo. Pero además yo añado que, aparte de en lo civil, tampoco somos iguales en lo económico, lo social, lo educacional y un largo etc. ¿Por qué entonces sí lo somos ante un juzgado? Ser mujer debería ser un atenuante. Se pasan la vida recortándonos derechos y libertades en nombre del paternalismo social e institucional y de nuestra supuesta incapacidad para poder decidir sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos pero a nivel penal se nos exige luego igual que a los hombres.

Hoy quiero hablaros de corrupción. Me cansa, la verdad, que se hable de ella sin añadir el adjetivo “masculina” porque resulta que los corruptos de este país son hombres, así que dejemos de generalizar, que bastante tenemos con ir con prótesis que no se adaptan a nuestras piernas.  Según este artículo sobre corrupción de Elena Ledda y June Fernández “el 87,4% de las personas condenadas en 2011 fueron varones, así como el 83,6% en delitos de falsedad documental. Esa clara predominancia masculina exige matizaciones, como que la brecha de género es todavía mayor en el dato total de personas condenadas (90,6% de hombres frente a 9,4% de mujeres)”. ¿Por qué entonces no hablar de “hombres corruptos”? No es corrupción, es corrupción masculina. No debemos hablar de “personas”, así en general, sino de machos: varones, de clase media-alta, heterosexuales, de mediana edad, con estudios superiores, blancos y sin discapacidad. Sí existe un modelo de persona corrupta.

Bien es cierto que existe un modelo de mujer corrupta que no debe ser ignorado. Es más, analizar ese modelo me va a ser muy útil para redactar este artículo. Hay que fijarse atentamente en esos pocos casos y darnos cuenta de cómo el género atraviesa el fenómeno social de la corrupción y, al hacerlo, nos damos cuenta de que ellas están implicadas casi siempre a través de los negocios sucios de sus parejas hombres. Estamos ante una de las consecuencias más nefastas del amor romántico y que, por cierto, no solamente  afecta a la clase alta: el amor romántico como estafa económica.

Yo no estoy diciendo que las mujeres de los corruptos no sean corruptas y no deban ir a la cárcel. Lo que estoy diciendo, amigas, es que las mujeres debemos hacernos dueñas y señoras de nuestra vida fiscal y dejar de delegar cuestiones en nuestros maromos a pesar de que nos hayan educado para lo contrario. Esto no es solo un asunto solo de ricas.  Tradicionalmente a las mujeres se nos educó en la gratuidad. Nos enseñaron que existían unos trabajos “de mujeres”, unas labores feminizadas, que se caracterizaban, entre otras cosas, por estar mal pagadas o no pagadas, por ser carne de cañón de economía en negro y abusos laborales y por implicar asuntos como el acoso sexual o la disponibilidad plena. Las cosas no han cambiado tanto como pensamos. Las amas de casa pobres antes conciliaban la crianza y los cuidados con el coser o lavar ropa “para la calle” o amamantar a bebés de las/os ricos/as. Nosotras, mientras criamos, damos clases particulares mal pagadas, también en negro, por cierto. Y quejarse ante esta situación es ser una mala mujer porque las mujeres como deben ser no tienen que preocuparse por el dinero, que es cosa de hombres. Nosotras somos mejores, unas santas, nosotras somos unas santas… mi madre fue una santa… más buena… ni una queja, nunca… una esclava del hogar, siempre entregada sin pedir nada a cambio, resignada… Me contaba una amiga abogada que uno de los problemas más grandes que tiene cuando trabaja para defender a mujeres maltratadas es lo desastre que son para los asuntos del papeleo: “Eso lo lleva mi marido” y no saben ni si quiera qué es lo que tienen en propiedad (negocios familiares, deudas, vivienda, coches…). Esto es un problema grave señoras, nos tienen pilladas por la economía y en una sentencia de divorcio un juez solo va a ayudar a nuestros hijos porque ante la ley las mujeres no somos personas, somos madres.

El imaginario social dibuja a mujeres despiadadas que se quedan con todo tras los divorcios. La realidad son madres luchando inútilmente porque se respeten unos acuerdos mínimos.

Por otro lado, si te atreves, si pones precio a las labores que, como mujer, se te permiten realizar, debes pagar el precio del estigma: la puta que vende lo que debe entregarse por amor; la mala madre que pretende cobrar por gestar y/o criar; la esposa del millonario que ascendió en la escala social cobrando con diamantes por dejarse tocar las tetas, la cantante que se hizo rica en un género musical femenino y que, por ello, es  inculta y casposa.

La Pantoja es una señora que estafó a Hacienda y por ello está en la cárcel, de acuerdo, pero está pagando una pena doble (¿triple, cuádruple?) porque ser coplera es ser casposa y ser andaluza, inculta, claro y tener orígenes humildes y familiares gitanos es ser cateta. Además no es Infanta de España como otras que yo me sé (no quiero señalar a nadie). Da igual que conozcas e interpretes como ninguna un patrimonio musical único en el mundo, como es la tonadilla, que en tu juventud te apadrinaran y apoyaran gracias a tu talento los mejores compositores y letristas de la historia de la tonadilla (varones, sí, pero muy maricones ellos), dan igual todos tus méritos culturales porque reinas en un mundo de segunda, un mundo andaluz y femenino: la copla.

¿Pues sabéis que os digo? Que yo nací en el mismo barrio que la Pantoja y que mi acento es el mismo y que tengo su misma soberbia. Me gusta ser soberbia. No tengo el más mínimo interés en que digan de mí lo que dicen de los hombres cuando son como yo: “Qué carisma y qué carácter tiene”. No, las mujeres somos soberbias, no fuertes. Pues sí, yo soy muy soberbia, ya lo habréis notado. Y también muy mala madre, muy zorrón, muy inculta, muy casposa y muy bollera. Soy muy Pantoja de hecho, ahora que lo pienso. Lo siento, no todo el mundo tiene la suerte de ser trianera. Viva Triana y viva la Virgen de la Estrella y su hermana la Virgen de la Esperanza. Dicho esto, sacúdanse la caspa si les preocupa, prosigamos.

Me parezco mucho a La Pantoja pero hay una cosa que nos diferencia: ella confió en el hombre del que se enamoró y cuando vio que su cuenta bancaria se inflaba se hizo la longui o se siguió fiando o pensó que eso eran cosas de hombres y no se metió en el asunto… y así se ve ahora. Yo en cambio no pienso poner mis asuntos fiscales en manos de ningún tío y si un día me equivoco, o estafo o me hago rica o me arruino, será porque mi soberbia feminista me hizo controlar y ser conscientes de la existencia de todos mis euros. Esto que digo es muy soberbio, lo sé.

La mujeres no podemos

Iglesias-economico-realista-PP-PSOE_EDIIMA20141127_0846_13No, we can’t. No podemos elegir entre el binomio izquierda-derecha, no podemos, no debemos volver a hacernos esto a nosotras mismas. Es una violencia histórica, antigua… tan antigua como el hombre. No hay vía hacia el feminismo desde ninguna de las dos posiciones políticas y esto es algo que el feminismo debe entender de una vez por todas.  El discurso izquierda/derecha es reduccionista e invisibiliza la lucha de las mujeres. Hay que acabar con él y partir del feminismo como herramienta de lucha básica. Las reglas las ponemos nosotras o no se juega. Todo lo demás es hacerles la cama a ellos. Basta leer un poco de historia para darse cuenta, no hay revolución de izquierdas que no haya sido una estafa para las mujeres… y lo peor de todo es que muchas feministas están volviendo a caer en esa mierda.

Tengo claro que lo mejor que hay en Podemos son sus mujeres y, más concretamente, sus feministas. Y al mismo tiempo tengo claro que el trabajo de esas feministas está siendo obviado y ninguneado por la cúpula de un partido machista como el que más. La foto de Pablo Iglesias con los dos patriarcas economistas detrás lo dice todo. Y las propuestas de igualdad que han hecho dicen aún más si cabe.

1385745_10152844868164785_5413528506690847576_nFeminismo radical de base con transversalidades de clase, raza, diversidad funcional, ecología, etc. Esa es la única vía. Cuando hago estos planteamientos, las mentes resumen, adaptan para poder entender y sueltan:

ARGUMENTO  1:“¡Qué fascista es lo que acabas de decir!”. Porque si no es blanco, claro, es negro. No comprenden que no me dé la gana elegir entre las dos caras de un binomio patriarcal.

ARGUMENTO 2: “¿Y se te ocurre algo mejor? ¿Por qué no aportas ideas en vez de criticar a las que luchamos contra el capital?”. Claro que se me ocurren ideas, de hecho estoy llena de ideas, propuestas, planes que expongo en este blog, en conferencias, en talleres… dedico mi vida a luchar contra el capitalismo. Y también contra su aliado, el patriarcado,  pero el de derechas y el de izquierdas.

ARGUMENTO 3: “Muchas de las herramientas que usas en tus planteamientos son de izquierdas” claro, porque reciclo, me inspiro, aprendo y, finalmente critico y elaboro mi propio pensamiento. Pero que haya elementos reciclables en la izquierda no lo hace una corriente respetuosa con las mujeres y su lucha.

Da pena ver como las mujeres, las propias mujeres, etiquetan, enmascaran y colorean la violencia y las demostraciones públicas machirulas en nombre de la lucha antifascista. Un ejemplo de esto que hablo es el fútbol, por eso me cago en el ese deporte,  me cago en él como instrumento de violencia machista de masas, como justificación de usurpación de espacios públicos por la masculinidad, como enmascaramiento de violencias patriarcales y como uso de ideologías políticas que esconden  agresiones machistas en toda regla.

Los colectivos de izquierdas están llenitos de machirulos deseando medirse las pollas con los fachas ¿Qué hacemos, mujeres, les pasamos el metro o nos liamos a cortárselas a unos y a otros? Estos “camaradas con complejo de Jonh Wein”  no me representan, no son héroes, ni compañeros. Estos tíos no quedan para pegarse con los fascistas porque crean en un mundo mejor, quedan para demostrar que son más machos. De hecho entre sus insultos favoritos están «maricón» y «puta» y quien no se lo crea que se vaya a un estadio un domingo y espere fuera.

Todos los sistemas comunistas han sido ejemplos de un machismo estructural brutal y es importante darnos cuenta de que ese machismo parte precisamente de los planteamientos teóricos que obvian el análisis de género e incluso lo niegan. Hace poco leí  a Gisela Zita Pérez Danczi, en Facebook algo así como: “Meterse en un grupo comunista o anarquista para introducir en él el feminismo es lo mismo que meterse en el Ku Klus Klan para intentar meter el respeto a los negros: una contradicción”. Creo que todo este post puede resumirse en esa frase.

El feminismo debe dejar de ser condescendiente con la izquierda porque ese ha sido el cáncer de la lucha de las mujeres: el aportar nuestras energías a los intereses de estos “camaradas» que tenían y tienen objetivos patriarcales como los que más.

Yo estoy, sencillamente, del lado de las mujeres. A menudo, cuando suelto cosas del tipo “las mujeres somos menos violentas que los hombres” o “las  mujeres follamos mejor que los hombres” siempre hay alguien que me viene con…

ARGUMENTO 4: “¿Y entonces las mujeres trans?”… ¿Pero qué mierda de pregunta es esa? Las mujeres trans son mujeres y punto. Es como si alguien me preguntara ¿Y entonces las mujeres rubias?”. La masculinidad es una performance, es un rol que asumimos o no según se nos facilita, obliga o elegimos, dependiendo del caso. Y hacer performance de la masculinidad es hacer performance del elemento que asume el poder y la violencia en el patriarcado.

Que ponga verde a Podemos y no significa que no me pueda ir vinos con sus feministas, porque nosotras lo valemos y estamos por encima de enfrentamientos machos. María del Río es una de las muchísmas feministas potentes que luchan porque la voz de las mujeres se abra paso en las nuevas opciones políticas.
Que ponga verde a Podemos y no significa que no pueda irme de vinos con sus feministas. Nosotras estamos por encima de enfrentamientos machos. María del Río es una de las muchísimas feministas potentes que luchan porque la voz de las mujeres se abra paso en las nuevas opciones políticas.

El caso de los hombres trans, es para mí, en cambio, un asunto diferente porque ahí sí hay subversión: es la asunción del poder a través de un cuerpo que había sido predestinado para la sumisión, pero es el único caso en el que acepto la masculinidad como aliada del feminismo.

Por todo ello mi lucha está del lado de las mujeres y punto, me da igual que sean mujeres trans, rubias o bizcas. Por supuesto que no obvio la crítica a  las teorías de los feminismos blancos y de clase alta, pero como transversalidad y sin obviar que el terrorismo machista afecta a todas, si bien a través de vías diferentes y nunca por igual.

La base de mi lucha es y será siempre la unión entre mujeres y mi enemigo cualquier ser humano que asuma la performance de la masculinidad como instrumento de poder y no como subversión.

¿Qué ocurriría?

_MG_8679Sinceramente creo que hay un ejercicio muy sano que todas las mujeres deberíamos hacer: empezar a diferenciar, de una vez por todas, estructura social de libertades personales. Son dos conceptos que se tocan y se influyen y a veces pueden parecer lo mismo, pero, queridas congéneres, no lo son. Realizar este ejercicio es, sin duda, un hábito mucho más saludable que comer zanahorias.

Lo que yo os propongo es que, cada vez que estéis a punto de analizar alguna cosa desde el punto de vista feminista, cada vez que queráis señalar cuán machista es un hecho, no señaléis a la mujer que lo sufre o lo comete, sino a la estructura social que lo impone. Esto nos ayudará sin duda a permanecer unidas y, por tanto, a ser más fuertes.

Y saltarán ahora las listillas: “¿Estás diciendo que las mujeres no tenemos responsabilidad sobre nuestros actos y que hay que perdonarnos todas las cosas machistas que hacemos durante el día?” Obviamente no. Lo que estoy diciendo, más bien, es que dejemos de mirar la paja en el ojo ajeno, practiquemos más la autocrítica y desistamos de pensar que el “pecado” machista de la otra es más grave que el nuestro  porque, estimadas amigas, aquí todas estamos pringadas ¿O es que nunca te depilaste las piernas?¿O es que siempre respondiste con valentía al acoso callejero?¿Acaso no agachaste la cabeza aquella vez que tu jefe se propasó por miedo al despido?¿Seguro que tus prácticas sexuales no contienen ningún resquicio de patriarcado, ni si quiera en el subconsciente?¿Nunca tomaste medicamentos sin plantearte que el médico estaba medicalizando tu cuerpo innecesariamente? ¿Has respondido a todo esto negativamente? Vale, pues ponnos verdes a las demás si tan pura y limpia estás de influencia del entorno, este artículo no va contigo. En cambio, si eres un ser humano, quería proponerte que pienses en cada una de las veces que, durante el día, negocias con el sistema y sus estructuras patriarcales y que te des respuestas sinceras, total, no se va a enterar nadie. Una vez hayas realizado el elenco de faltas veniales (o mortales… ¡Oh, diosas!) piensa que quizás una señora musulmana, de esas que llevan telas en la cabeza, no ha cometido tus faltas o que René Zellweger, la del careto nuevo, tampoco. Piensa que quizás la que decidió dedicarse a criar a sus hijos y renunciar a la independencia económica, lleva pelos en los sobacos y tú en cambio te los quitas. O también, por qué no,  que la que se quita los pelos de las ingles tiene en casa un arsenal de juguetes sexuales con los que se provoca más placer del que podrá imaginar jamás tu chocho peludo. Que la diputada del partido de derechas supo pasar por encima de un machirulo y ascender y eso es también un logro para las demás. Que la que no quiso dar la teta para triunfar en la oficina, se opuso a hormonarse y consiguió que el marido se hiciese la vasectomía. Que la puta que le cobra a tu marido (sí, a tu marido), es cinturón negro en judo y al caminar se le nota. Que, queridas amigas putas, las esposas que atendemos hijos y cocinamos no somos unas estrechas ni unas reprimidas. Que tu abuela, esa que aguantó a tu abuelo hasta el día en que murió, supo aliarse con las vecinas y se ayudaron unas a otras sin necesidad de poner a ese acto el nombre cursi y rebuscado de “sororidad” o “comunidad”. Que hay mujeres que no se nombran feministas porque no les sale del coño y están más liberadas que tú. Te propongo que pienses que, cuando las cosas empiezan a nombrarse con palabras raras es quizás porque no se conocen o porque pretenden ser transformadas en otras cosas o porque quieren nombrar un concepto que ya vivía, intentando negar la existencia que han tenido hasta ese momento. O por las tres cosas a la vez.

Una vez hecho esto ¿Qué tal si, todas juntas, vamos a la yugular de quien oprime a las mujeres? ¿Y si hundimos a los gobiernos que obligan a quitar o a poner velos en las cabezas de las mujeres? ¿Qué os parece si nos aliamos para frenar una industria sexual dominada por hombres y apoyamos a las mujeres que quieren y pueden hacerse cargo de dicho mercado? ¿Qué me decís de pedir más derechos, más libertades, más posibilidades sin dañarnos de forma personal? ¿Qué tal si dejamos de ofrecer nuestra creatividad y esfuerzo en sacar adelante proyectos que intentan convencernos de que un obrero es lo mismo que una obrera y nos dedicamos a luchar por lo nuestro? ¿Qué ocurriría si todas las mujeres nos uniéramos y entendiésemos que la lucha de nuestro género solo triunfará si atacamos a la estructura y no a la negociación o acción de supervivencia que, cada mujer por separado, realiza cada día?

Cirugía, libertad y venganza

Sara Carbonero. Foto de http://www.televisionando.es/
Sara Carbonero. Foto de http://www.televisionando.es/

Vaya por delante que hace siete años, en un hospital gringo, me rajaron el vientre de lado a lado y me sacaron a mi hijo. Mientras me cosían se acabó la anestesia. Y esto es solo el resumen de lo que fue el peor día de mi vida. De hecho, las violencias sufridas durante esos días de hospital, así como sus consecuencias emocionales y físicas, fueron numerosas. Algunas de estas consecuencias ya han sido restauradas y superadas, otras no sanarán nunca. Digo esto lo primero porque para mí es fundamental la posición desde la que se habla y no quiero que nadie venga a decirme: esto lo dices porque no sabes lo que se puede llegar a sufrir en un paritorio. Yo lo sé, yo fui torturada en un paritorio y lo hicieron todo “por mi bien”. Así que si algo de este artículo te ofende, o no estás de acuerdo en alguna cosa que escribo, usa cualquier argumentación para rebatirme menos la de “no sabes de lo que estás hablando” porque resulta que sí lo sé. Si eres hombre, simplemente, no opines, que como este es mi blog, no te voy a publicar el comentario. Bueno, a lo mejor sí, ya veré por lo que me da (normalmente funciona que me hagas la pelota).

Dicho esto quiero volver a la misma pregunta que hago siempre: “¿Por qué cuando una mujer es discriminada por una razón da por sentado que no es posible que esta sociedad discrimine a otra por la razón contraria? Es más ¿Por qué creemos en los contrarios? ¿Por qué seguimos pensando en los binomios patriarcales como en figuras descriptivas de la realidad? Como si hubiese solo una realidad… o peor aún si cabe, dos realidades encontradas.

A mí me rajaron. Yo vomitaba, me desmayaba y me despertaba para seguir vomitando mientras un grupo de señorxs metían sus manos en mis vísceras para sacar a mi pequeño. Tardé años en superar aquello. Durante un año no pude acercarme a una ventana con mi hijo en brazos porque pensaba que yo misma iba a arrojarlo al vacío (parí en un rascacielos). Sé de lo que hablo cuando digo las palabras “violencia obstétrica” pero eso no me hace caer en la estupidez de pensar que la mujer que decide, por las razones que le salga a ella del coño, programar una cesárea, es tonta o mala o no sabe lo que hace o la están engañando o es víctima de una sociedad que la oprime o la presiona. Dejemos que cada mujer haga con su vida lo que le dé la gana ¿es tan difícil de entender? Yo no comprendo cómo es posible que no nos demos cuenta de la diferencia que hay entre estas dos opciones (toma binomio):

OPCIÓN 1- Desentendámonos de las violencias patriarcales y llamemos “libre decisión de las mujeres” a la “imposibilidad de elegir”.

OPCIÓN 2- Luchemos cada día porque las mujeres tengan un mayor acceso a la información sobre cualquier proceso sanitario, político, social, etc. y porque las opciones sean cada vez más. Una vez hecho esto respetemos siempre la libre decisión de las mujeres y no las tratemos nunca con paternalismo diciendo “ha tomado una decisión diferente a la mía porque no estaba bien informada”.

Por alucinante que nos pueda parecer las personas somos diferentes unas a otras, tenemos vivencias distintas, proyectos distintos, ideas distintas, valores distintos, formas de amar distintas y todo ello, entre otras cosas, influye en los procesos hormonales, por ejemplo. Decir que una mujer que programa su cesárea es una irresponsable, está desinformada o es una mala madre, es lo mismo que decir que una persona que ha decidido transformar su cuerpo para realizar una transición de hombre a mujer o viceversa, está siendo sometidx a presiones patriarcales que  nos imponen el binomio de género hombre /mujer.

Cada vez que una famosa programa su cesárea y se realiza una liposucción llega la horda de biomadres ofendidas pensando en la pobre criatura que no ha tenido la oportunidad de nacer por la vagina, que verá dificultada su lactancia y que blablablá. Ay, omá, yo desespero. Menos mal que las shakiras de turno ni se enteran de estas críticas, es lo que tiene estar “por encima”. Pero querida biomadre, quizás esas mujeres, gracias a esas liposucciones, van a ganar una pasta gansa con la que van a pagar a gente que harán todas esas cosas que a ti y a mí nos impide pasar más tiempo con nuestros hijos (limpiar el cuarto de baño, cocinar o pasar 8 horas diarias delante de un ordenador). También puede que con esa pasta les paguen colegios estupendos (quien sabe, lo mismo de esos de enseñanza libre, con mucho césped y margaritas). O puede que, simplemente, pasan de sus hijxs, pero a lo mejor tú que no te la has hecho una cesárea programada, tampoco eres un ejemplo de nada. Así que dejemos de criticarnos entre nosotras, el enemigo es otro.

No entiendo el purismo naturalista, el esencialismo de creernos seres perfectos corrompidos por la sociedad, como si no fuese natural ser sociales. Cómo si fuese posible no estar influidos por la sociedad. No hay nadie puro, eso es mentira, porque si hay algo real en nuestra esencia es que somos seres sociales.  Somos biológicamente sociales y socialmente biológicos. Somos naturalmente artificiales y artificialmente naturales. La ciencia es otro terreno a poner a nuestro servicio. Para mí el empoderamiento no está en condenar una cesárea, sino en difundir información sobre sus consecuencias y dejar elegir sin juzgar a nuestras congéneres.

Y esto mismo es aplicable, por ejemplo, a la cirugía estética, a los tacones altos, al matrimonio por dinero o a la depilación o a cualquier elemento que sea utilizado como violencia machista. Creo que debemos luchar para que las mujeres podamos tener el mayor número de opciones, pero esa lucha no debe acabar en “cómo es posible que elijas eso, pudiendo escoger lo otro”.

Por otro lado me pregunto si esta historia del “mayor número de opciones” no es una idea un pelín capitalista.

Quiero ser santa, porque el coito apesta

Cilice
Cilicio

Me encanta leer las cosas que la gente escribe sobre mis post en lugares donde piensan que no voy a leerles (foros, muros de Facebook “alejados” de mi perfil, comentarios en blogs donde se me linkea…). Soy egocéntrica y cotilla, lo reconozco. Hay cosas peores como… no sé… ser hombre, por ejemplo. Hace poco escribí en este mismo blog una entrada dedicada al coito. Le puse un título, a mi entender y aunque me esté mal el decirlo, muy acertado, que llamaba a la reflexión, al debate y al intercambio respetuoso de ideas: “El coito apesta”. Se me debió entender mal porque todo el mundo se enfadó conmigo. Yo solo pretendía que se enfadasen los hombres, pero al final se enfadaron también las personas. Cosas que pasan, pero bueno, también hubo alguna gente a la que le gustó. A lo que voy es que en uno de esos lugares de Internet donde la gente comenta sobre mí, leí a una señora que decía algo así como que no entendía como una chica con unas ideas sexuales “tan subversivas” podía, al mismo tiempo, “defender las bases fundamentales del Opus Dei”. Me encantó la idea de esa señora no entendiendo nada de nada y pensando sobre el tema del coito en su casa, en otro continente, muy lejos, muy lejos… me encantó, de verdad. Ese tipo de comentarios son los que me llenan de vida y me dan más ganas de seguir escribiendo y tocando las narices al personal. Hoy me he acordado mucho de esa señora porque he ido a visitar el convento de las Clarisas Descalzas de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). En el grupo de visitantes, que conducía una guía que se llama Regla (como me gusta ese nombre), íbamos: dos curas de los que van vestidos de cura, un vestidor (vestidor, de vestidor de una Virgen de nosequé pueblo) con su aprendiz, un capillita andaluz de patilla y pantalón de pinza y esas cosas, un par  de turistas y yo. Todo muy friki lo que cuento hoy, lo sé. Pero por favor, no os rindáis, seguid adelante con la lectura que al final todo esto lleva a algún sitio (o eso espero). Estaba claro que cada uno buscaba algo muy diferente en ese lugar. A mí las monjas de clausura siempre me han fascinado porque se trata, a fin de cuentas, de un grupo de mujeres que viven en un sitio donde no pueden entrar hombres, que son independientes económicamente, que tienen trabajos preciosos (hacer pasteles y bordar, dos de las cosas que más me gustan en el mundo) y que están predispuestas con todo su cuerpo al rechazo del coito, porque, señoras, esas monjas y yo lo sabemos: el coito apesta. Por si todo esto fuera poco, muchas se pegan latigazos. Me enamoran, en serio. En mi próxima vida, si no hemos arreglado ya el asunto este de que manden los hombres (y tiene toda la pinta de que nos queda aún un poco) quiero ser monja de clausura.

En la capilla hay unas ventanas con rejas ¡Con pinchos hacia afuera! No sé si me estoy explicando: con-pin-chos. Eso es muy feminaNcy, señoras, los tíos no podían ni acercarse a las ventanas. Contó Regla (precioso nombre) que la congregación la fundaron unas pocas monjas que fueron de aquí para allá, dando tumbos por el pueblo, compartiendo espacio con machirulos con los que tuvieron grandes enfrentamientos, hasta que consiguieron lo que querían: un espacio reservado para ellas de forma exclusiva.

A un cierto punto de la visita me puse a charlar con el vestidor de la Virgen de nosequé. La tradición sevillana dice que las camareras deben ser mujeres porque a las vírgenes no las pueden ver desnudas los hombres, así que ellas les ponen la ropa interior y luego ya entran los vestidores (hombres gays, tradición no escrita pero, creedme, es así) que se encargan de vestirlas con lo que se ve desde fuera. Le pregunté a este vestidor que si no existían vestidoras mujeres y me dijo que no porque “las mujeres no tienen esa sensibilidad”. Entonces, ya sabéis, me pasó lo de siempre, se me volvieron los ojos hacia atrás y cuando ya los tenía blancos del todo empecé a echar espuma por la boca y a recitar algo que, según me dijeron, sonaba a arameo o a latín medieval, no se aclaran bien los testigos a este punto del relato. El caso es que gracias al espectáculo de mis convulsiones, escupitajos y, sobre todo, ya cuando eyaculé y me meé encima, al chico le dio cosilla y reculó. Me dijo entonces que no era “que no tuvieran sensibilidad”, sino que solo unas pocas se habían acercado a “aprender el oficio”. Le perdoné la vida porque había mucha gente delante y no me iba a ser fácil encontrar coartada, pero lo odio. Mucho.

 Bueno, pues eso, que voy a seguir visitando a monjas de clausura, a muchas, a partir de ahora. Lógicamente ninguna de ellas me va a contar “eso” que estoy segura que pasa intramuros, y hacen muy bien, pero nada me haría más feliz (y la esperanza es lo último que se pierde). A lo mejor ocurre un milagro y alguna confía en mí o… quién sabe, quizás incluso me inviten a participar.

Por qué ya no trabajo en teatros de hombres

Antes yo creía que deporte significaba deporte, ahora sé que significa deporte masculino. Es más, la mayoría de las veces significa fútbol masculino, pero yo, por aquel entonces, no lo sabía y cogía el periódico y me leía la sección de deportes pensando que las mujeres no salíamos porque no estábamos aportando nada interesante al deporte, así, como término genérico. Lo mismo pasa con todo: camiseta significa camiseta masculina. Todo significa la parte masculina. En mi profesión me pasó lo mismo… fue devastador.
Hace ya cerca de 20 años que me dedico a la noble profesión de subir al escenario a hacer cosas. Durante los primeros años conseguí trabajo en una compañía artística de hombres que se hacía llamar compañía artística a secas. Entré muy despistada, confundida por el nombre. Yo era la única mujer y la más joven, la que menos ganaba y la que menos derecho tenía a opinar en cuestiones legales y económicas. Yo lo atribuía todo a la casualidad, “al fin y al cabo- pensaba- se trata de una compañía artística y no a una compañía artística de hombres”. Seguí mi carrera y seguí colaborando con otras compañías de hombres de estas con el nombre cambiado. A medida que me hacía mayor me iba coscando de algunos detalles: las mujeres que trabajaban a mi lado o eran jóvenes o eran mujeres solteras y sin cargas familiares. Los hombres en cambio tenían cualquier edad y muchos de ellos eran padres de familia, incluso de dos familias. Incluso eran padres de dos familias que tenían una amante que viajaba con él en las giras. Me empezó a dar asco todo aquello porque ya, a un cierto punto, el nombre dejó de engañarme y me di cuenta de la evidencia: las compañías artísticas son compañías de hombres.
Decidí entonces hacer una compañía propia: papeleo, proceso creativo, ilusión, ensayos… y cuando voy a proponer mi proyecto me informan de que no puedo llamarlo “compañía artística” así sin más. Por lo visto mi proyecto, a todos los efectos, era una “compañía de mujeres”. Me pareció muy injusto porque, como ya hemos visto, a las compañías masculinas sí que se les concede el genérico, pero accedí con tal de tener independencia. La otra opción era pasar por la cama de un cincuentón y eso no me apetecía.
Y así empecé a buscar trabajo con mi propia compañía y conseguí hacer muchas cosas interesantes, cantar en muchos teatros finos y en festivales de esos de mucho prestigio, de los de poner en el CV.
En resumen: a los 20 me dijeron que podía seguir siendo quien era. Pero el seguir siendo quien era implicaba ser mujer, es decir, cobrar menos, no opinar y cumplir años lo más lentamente posible. A los 25 dejé de comportarme como esperaban y me convertí en uno de ellos: presentaba mis proyectos con soberbia y fingida seguridad y así me dejaban cantar en teatros finos, eso sí, sin ganar igual que ellos y con la premisa de no ser madre. A los 30 decidí que ya bastaba, y empecé a participar en la creación, a través de internet, de unas maravillosas redes de mujeres que hacemos “proyectos de mujeres”, que colaboramos, creamos, nos ayudamos y nos dejamos, unas a otras, ser nosotras mismas, sin que esto suponga ningún perjuicio dentro del curro en sí. Cuando trabajo con estas mujeres, por ejemplo, puedo expresar mis dudas. El expresar una duda en un trabajo de hombres es mostrar debilidad, inseguridad, amateurismo. En cambio, en un contexto femenino la duda es una invitación a la creación conjunta. Y todo eso es fantástico, pero la cuestión es que esta burbuja no está exenta de pagar impuestos. Pagamos, igual que ellos, pero no tenemos acceso a los espacios públicos ni privados. Porque, no nos olvidemos, al igual que ocurre con la palabra deporte, ocurre con la palabra teatro. Un teatro es un teatro de hombres o bien un teatro de hombres y mujeres que se adaptan al modelo de hombre blanco heterosexual. A un teatro de estos, por ejemplo, no puedes llamar diciendo que no vas al ensayo porque estás menstruando y nadie se imagina la posibilidad de cambiar la hora de una entrevista en la radio para que puedas ir a recoger a tu hijo al colegio. Cuando trabajo con las mujeres de la red de espacios, colectivos y proyectos de las que os hablo, todo esto es posible.
Ahora me acerco a los 40 y me empiezo a formular la siguiente pregunta: ¿Por qué para poder seguir siendo nosotras mismas tenemos que conformarnos con la precariedad de medios y recursos? Yo quiero acceder al dinero, al reconocimiento, a las primeras planas, a los teatros con buenos micrófonos y cheslong en el camerino. Quiero más, quiero todo.