La culpa es el arma psicológica con la que patriarcado más coacciona a las mujeres. Desde la más tierna infancia se nos educa a compensar nuestra existencia. Fuimos un error, hubiese sido mucho mejor si hubiésemos sido niños pero, ya que estamos aquí y que somos queridas, al menos compensemos.
Compensemos cuidando, compensemos follando sin ganas, compensemos cediendo, compensemos teniendo menos sueldo, un coche peor, menos derecho a usar las calles, los bares, el espacio en el metro, el tiempo, el goce, los orgasmos, las risas… ¡Que cada vez que una mujer se atreva a ser feliz, compense al sistema! Porque la felicidad es sólo cosa de hombres.
Muchas mujeres se dieron cuenta de este chantaje y decidieron parar. Un día se plantaron y se dijeron a sí mismas y al mundo: “nunca más la culpa hará de mí una esclava”. Pensaron, sincera e inocentemente, que las herencias patriarcales pueden desecharse de forma sencilla, echando mano del amor propio y del poderío. Preciosas nuestras madres luchadoras. Las primeras en estudiar, las primeras en divorciarse, las primeras en vivir una vida sin culpas.
Ellas, las de la generación anterior, se levantaron juntas y se arrancaron las culpas, unas a otras, de forma sorora, en manada, entre vinos, con risas, con ganas. Atrapaban las culpas y jalaban fuerte: “Tira, compañera, tira, quítame esta culpa” y al tirar, quedaba el cuerpo manco, cojo, lisiado… porque al arrancar la culpa arrancaban, además, una identidad, un sistema de funcionamiento.
Nuestras madres nunca pudieron afrontar las decisiones de forma natural. Miraban a nuestros padres, tirados en el sofá, en la peor versión de sí mismos y sin culpa y no entendían dónde estaba el secreto de esa espontaneidad. Ellas, que eran las radiantes luchadoras, las heroínas de lo político en lo doméstico, debieron, en cambio, aprender a perdonarse en cada decisión que tomaron en su vida.
—Método, esto sólo lo soluciona el método, —dijo una de ellas— hay que tomar una decisión en frío y mantenernos firmes sin que nadie nos haga tambalear.
Y así afrontaron las mujeres la vida, con método: primero dudo, luego decido y, por último, niego la culpa.
—Yo la cambio por responsabilidad —dijo otra con un libro de autoayuda en la mano. Y empezó a caminar con una responsabilidad de ortopedia, que disimulaba la cojera de la culpa a duras pena.
La culpa, la culpa, la culpa…
Nuestras madres sin culpas nos decían:
—Soy mujer antes que madre.
Nuestras madres responsables nos decían:
—La mejor herencia que te puedo dejar es mi ejemplo de libertad.
Nuestras madres exculpadas también hablaron con los padres del sofá. Muchos las agredieron, otros las mataron y, algunos, intentando entenderlas, dieron un paso atrás:
—Guía tú entonces. —claudicaron esos padres, asumiendo su parte de culpa.
Y ya nunca nadie nos protegió a nosotras, ni de la libertad de nuestras madres ni de la culpa de nuestros padres. Ya nadie podía negar la evidencia: nacimos hijas culposas de la culpa materna. Nos hicieron venir al mundo por presión social y fuimos nosotras, nuestros propios cuerpos, nuestros nacimientos, nuestras existencias mismas, la razón máxima de sometimiento de nuestras madres. Ellas debieron ser libres y no lo fueron por nuestra causa. Fuimos un error, hubiese sido mucho mejor si hubiésemos sido un óvulo no fecundado pero, ya que estábamos allí y que éramos queridas, al menos debíamos compensar.
Hace unos años me robaron el teléfono móvil. Interpuse denuncia y en el momento de redactarla el policía me insistió en que describiera a las personas que me habían robado dando datos raciales y de nacionalidad. A los pocos días me llamaron para una rueda de reconocimiento a través de fotografías. Me hicieron entrar en una habitación en la que tenían guardados muchos álbumes de fotos con retratos de personas que ya habían sido fichadas anteriormente. Cada álbum tenía un título: el nombre de un país.
La policía de mi barrio (y mucho me temo que la de todos los barrios del Estado Español) usa la nacionalidad para clasificar a las personas. No usa el tipo de delito cometido (“carpeta de violadores”, “carpeta de asesinos”, “carpeta de políticos corruptos”…). Tampoco el de parecido físico (“personas con ojos azules y piel clara”, “personas con tatuajes”…). Ni si quiera usan el género o la edad o la altura, usan la nacionalidad como característica primera para clasificar a delincuentes.
Lo que yo me pregunto es lo siguiente: este evidente acto racista y xenofobo de la policía ¿qué tiene en común con los análisis que realizamos desde ámbitos como el activismo, la sociología o la educación social para dar explicación a determinados comportamientos violentos?
La violencia no se explica con la marginación, no me seas pija
Querida activista que me lees: ser discriminado como musulmán no te convierte en terrorista. Tampoco ser musulmán te convierte en terrorista. Ni si quiera ser musulmán, marginado y de baja clase social te convierte en terrorista. En España hay 30.000 personas musulmanas, todas discriminadas por serlo, a menudo con pocos medios económicos y sólo cinco de ellas atentaron la semana pasada en Barcelona. No hay relación entre esos datos, independientemente de lo que diga la policía, la prensa o la educación social. La violencia no se explica con la marginación, no me seas pija.
Cabe destacar a este punto que “explicación” es el analogismo de “justificación” que han creado desde determinados sectores del activismo y la educación social. Desde ellos se empeñan en hacernos tragar el término para esconder las verdaderas fobias sociales que existen en el análisis que realizan de los violentos.
Cuando decimos “los que atentaron en Barcelona lo hicieron por haber sido marginados como musulmanes” estamos asociando maldad y violencia a marginación social y eso es lo más clasista y burgués que se me puede pasar por la cabeza. Los barrios marginales no están llenos de asesinos, los barrios marginales están llenos de personas marginadas. Punto. No hay más. Busquemos la explicación a la violencia en otro lado porque por ahí vamos mal. Esos planteamientos son prejuiciosos.
La única manera que tendremos para realizar un análisis serio de un acto violento es poniendo el foco en los privilegios y poderes que poseían las personas que ejercieron la violencia, no en las opresiones que sufrieron. Pongo un ejemplo: imaginemos que se comete un feminicidio en el marco de una pareja heterosexual. El asesino era hombre, bipolar y alcohólico. De estas tres características hay dos estigmatizantes y una de privilegio. El asesino mató por ser hombre, pero la prensa y la opinión pública no harán hincapié en ese dato sino en el hecho de que era bipolar y alcohólico.
Ser bipolar o alcohólico no te hace ser un asesino. Las personas bipolares o alcholólicas no son asesinas, son personas con un problema mental y/o psicológico (dependiendo de la perspectiva). El hecho de ser bipolar y alcohólico no te convierte en opresor, al revés, te hace ser vulnerable al capacitismo de la sociedad. Hay mujeres bipolares que no matan a sus maridos. Los feminicidios no los comenten bipolares desde su posición de oprimidos, los feminicidios los cometen hombres desde su posición de privilegio. El mismo análisis podemos hacerlo con la característica de alcohólico.
El tratamiento de la prensa, no menos prejuicioso que el de ciertos activismos
En muchísimas ocasiones he visto cómo compañeras feministas denunciaban, justamente, el tratamiento que la prensa ha dado a los feminicidios publicando titulares en los que se aludía a la buena inclusión social de los maltratadores. Pongo ejemplos:
“El homicida de Pravia era un hombre «normal y servicial», dicen sus vecinos” La Nueva España 8.07.15
“Vecinos de Campo de Criptana (Ciudad Real), sorprendidos porque los fallecidos eran «un matrimonio normal»” El Periódico 29.03.17
“Parecía una persona normal” El Diario Montañés 24.09.14
Es obvio que la prensa intenta hacer empatizar al lector con el asesino y, de camino, dar una imagen de los hechos que pueda categorizarse más como crimen pasional, fruto de un arrebato de enajenación, que como una problemática de estado y un acto político.
No soy tonta, me doy cuenta de las pretensiones de la prensa, y al mismo tiempo no puedo dejar de ver una ventaja en este tipo de titulares: nos muestran que los asesinos de mujeres son mucho más parecidos a nuestros maridos y novios de lo que nos gustaría admitir. Los asesinos de mujeres son hombres normales.
Volviendo al atentado de Barcelona vuelvo a lanzar la pregunta a mis compañeras activistas antirracistas: ¿Por qué exactamente queremos relacionar a los asesinos con el hecho de haber sido marginados por ser musulmanes? ¿A dónde queremos llegar con estas afirmaciones? ¿Qué es lo que estamos concluyendo? ¿Nos estamos dando cuenta de que al hacerlo estamos contribuyendo aún más a la marginación de la población musulmana?
Los asesinos de Barcelona no se subieron en esas furgonetas por haber sido marginados, se subieron a las furgonetas por dos razones de Perogrullo: porque quisieron y porque pudieron. No hay más, no busquemos más. La violencia es la normalidad. Mientras más “normales” somos más violentos somos. De hecho estos chicos gozaban de un gran grado de integración social como puede leerse en este artículo y en este otro.
Cuando no tenemos claro la discriminación que está en juego, cuando nos pasamos de interseccionales
Esto que digo me parece importante porque a menudo, al analizar actos violentos, confundimos ejes de opresión. Pongo más ejemplos: cuando en un caso de violencia infantil el padre o la madre maltratadores son negros o gitanos la transversalidad de raza eclipsa siempre a la de edad. Así tendremos dos vertientes de análisis básicas, contrarias e igualmente frívolas:
Corriente de derechas: afirmarán que el maltrato se llevó a cabo porque las personas gitanas/negras son violentas de por sí.
Corriente de izquierdas: afirmarán que el maltrato se llevó a cabo por culpa de la marginación social que sufren las personas negras o gitanas.
En ambos casos se obviará que las personas que cometen infanticidio lo hacen por un privilegio de edad. Y ¿sabéis que ocurre entonces? Que a las criaturas negras y gitanas maltratadas por familias negras o gitanas están mucho más desprotegidos que las criaturas blancas maltratadas por familias blancas sí (¡Que ya es decir!). En ambos casos se está recurriendo al tan occidental y xenófobo análisis orientalista, heredado de nuestra época colonialista… eso sí, filtrado por ideales de izquierda y derecha a golpe de discurso cuñao. Y en ambos casos hay criaturas sufriendo una doble discriminación: por infancia y por raza.
Hannah Arendt durante la entrevista realizada por Günter Gauss y emitida por la televisión de Alemania Occidental el 28 de Octubre de 1964.
Hannah Arendt afirma tajantemente que cree que debe defenderse desde la identificación de un grupo oprimido si se ha sido atacada por la pertenencia al mismo. “Debo defenderme como judía si soy atacada como judía”. Y al mismo tiempo afirma no amar al pueblo judío y no sentir que la pertenencia al mismo le venga de más allá que de un mero hecho circunstancial de nacimiento. No debemos, por tanto y según ella, una lealtad a nuestro grupo de iguales si este grupo de iguales presenta características opresoras.
Modernas lecturas sociales y políticas, en cambio, enumeran los ejes de transversalidad mediante el binarismo opresor/oprimido. He asumido durante mucho tiempo esta descripción del poder que hoy se me tambalea. Desde el feminismo afirmamos tajantemente que un hombre no puede ser maltratado. Puede serlo un negro, un neurodivergente, un ciego, un pobre, por el mero hecho de pertenecer a las categorías oprimidas de negritud, neurodivergencia y ceguera, pero no por ser hombres todos ellos ya que una negra, una neurodivergente, una ciega o una mujer pobre sumarían a esas transversalidades la del género siendo así, doblemente maltratadas. Es decir, las nuevas corrientes de Trabajo Social o Sociología, al contrario de Arendt, establecen en la pertenencia a un grupo un valor intrínseco e invariable de población oprimida u opresora.
Arendt presenció de primera mano y como judía la Segunda Guerra Mundial en Alemania y, más tarde, tanto las acciones de reconstrucción del país como los juicios en Israel a los militares nazis. Ella somete a estricta crítica ambas acciones y declara distanciarse de la actuación judía en tanto que sólo le interesaba la pertenencia a este grupo a través de la defensión del mismo como colectivo perseguido. Es decir, según ella, el cambio en la población judía, establecida en el tiempo a través del desarrollo de la guerra y de las posteriores acciones jurídicas y políticas, hacen que esta población pase de oprimida a opresora. Para ella fue fundamental el paso del tiempo y el cambio del orden político.
Lo que yo me pregunto hoy es ¿puede un grupo oprimido, en su identidad accesoria al tiempo o al orden político, albergar al mismo tiempo la calidades de opresor y oprimido? ¿Podemos las mujeres oprimir desde nuestra identidad de mujer y no desde las paralelas de, por ejemplo, adultas o blancas?
La mujer machista no existe, existe la mujer en un mundo de hombres que debe agarrarse a negociaciones para poder sobrevivir. Estoy de acuerdo con esa idea y al mismo tiempo creo que existe un límite a esa afirmación porque no es honesto negociar con la piel de otro. Por ejemplo: podemos escolarizar a las criaturas en cárceles llamadas colegios para evitarles males mayores como la retirada de una custodia por el Estado que nos alejaría definitivamente de ellas. Pero no debemos escolarizarlos para eludir nuestro compromiso social de cuidados de personas dependientes. El cuidado debe ser colectivo y público pero no institucionalizado. Ahora bien, en la medida en que los dos primeros adjetivos son, por ahora, sólo un ideal a perseguir, el último debe aparecer sólo como la inevitable obediencia a un Estado opresor que nos amenaza con un castigo aún más duro que la escolarización si no acatamos sus leyes, pero no como la liberalización de la mujer. No debemos justificar el maltrato de un colectivo aludiendo la lucha de otro. La revolución feminista no puede basarse en la opresión infantil o de las personas no productivas en general. La institucionalización no es una solución para alcanzar la justicia, es un parche, un mal menor o una negociación con un Estado demasiado poderoso al que hacer frente, por ahora.
El primer abandono es siempre patriarcal. La crianza tradicional se basa en el abandono masculino de los cuidados que quedan en manos de las mujeres. El hombre-padre es el hombre que se desentiende de los cuidados en la familia judeocristiana. La mujer-madre, en cambio, se conforma en la imagen y en la acción de cuidadora que, dependiendo de la época, ha contado más o menos con una ayuda colectiva dentro de la sociedad, pero siempre desde manos femeninas o feminizadas. Esta descompensación genera crianzas basadas en el maltrato de la negligencia y el abandono paterno y en el maltrato físico y psicológico materno. La maternidad tradicional viene pues conformada en lo femenino, en lo cuidador y también, nos guste o no admitirlo, en la figura del maltrato físico y de ejecución última de las violencias estatales (escolarización, uniformación, perpetuación de valores tradicionales). Si bien, en el mejor de los casos, esta posición de mujer-opresora no la elegimos sino que la asumimos como subterfugio para evitar males mayores, sí que es inevitable reconocer que la mujer es en sí misma soldado del sistema y cumple, le guste o no, la función de perpetuación de estas violencias contra las personas dependientes (criaturas, ancianos/as, enfermos/as).
Nos duele verlo y el feminismo actual no soporta esta idea. El ser humano no tiene normalmente dificultad en situarse en los parámetros sociales de oprimidos (mujer, negro, neurodivergente, homosexual…) pero no soporta que se le coloque un espejo delante de sus privilegios (hombre, adulto, clase media, estudios superiores…). Pero la realidad es que no existen ejes de opresiones tal y como nos los intentan hacer ver desde las modernas interpretaciones sociales. Como siempre, las cosas son mucho más complejas que un par de adjetivos colocados en los extremos de una línea recta. Huir del binarismo debería ser un ejercicio mental para practicar sin descanso en política social.
La desobediencia es, para mí, la más interesante de las opciones que nos quedan pero no en cuanto a rebelión contra el sistema sino, al contrario, como ignorancia del mismo. Debemos construir al margen de él, esa es la única manera de estar de forma coherente en el mundo. Activismo es posicionamiento, nada más y nada menos. Pensar, comprender y posicionarse es actuar. En cambio, actuar a contracorriente por el mero hecho de cansarse, es una forma más de dar poder al Estado y a la norma.
Por todo esto creo que las mujeres podemos ser agentes opresoras dentro del sistema. La sociedad nos ha reservado espacios precisos para dichas funciones. Según mi opinión, la forma más honesta para ocupar dichos puestos debe partir, primero, de una autocrítica voraz y, después, de una acción de posicionamiento honesto que debe basarse en la proclamación, desde lo personal, de un manifiesto de resistencia al Estado. No estamos obligadas a llevar nuestras rebeliones personales a lo público en cuanto podría incluso ser contraproducente para la lucha, en cambio sí estamos obligadas a no mentirnos y a no sostener el orden del sistema sobre el sufrimiento de nuestros hijos e hijas y demás dependientes para conseguir nuestra liberación como mujeres.
Por último, es imprescindible hacer una distinción entre lo privado y lo personal. Lo privado debe ser expuesto en cuanto es el lugar donde ocultamos nuestra vergüenza, la traición a la lucha. Lo personal, sin embargo, es la parcela reservada a la resistencia en la que ignoraremos al Estado y construiremos desde la creatividad y la justicia y por tanto debe ser protegido. Si tu vida viene expuesta sin desvelar lo personal y eso te avergüenza, hay algo en tu lucha que está traicionando un valor fundamental de tu ética.
Nadie necesita ser maltratado para aprender algo importante. Nadie necesita ser maltratado para nada. Nadie merece ser maltratado, punto.
Ningún aprendizaje justifica ni hace merecer la pena un maltrato. Otra cosa es la capacidad humana de saber sacar partido de las situaciones más dolorosas para volverlas, en la medida que nos es posible, a nuestro favor. El dolor es una fuente de aprendizaje grande, una de las más grandes, necesitamos el dolor para crecer, pero no necesitamos el maltrato. El dolor y el maltrato no son la misma cosa. La vida nos ofrece muchas oportunidades de vivir el dolor con intensidad sin necesidad de exponernos a humillaciones, vejaciones, palizas o cualquier otro ejercicio de control y de violencia sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos.
Y si esto que digo es válido para todas las mujeres maltratadas del planeta entonces también lo es para todas las criaturas menores de edad.
El conocimiento de nuestro origen nos trae sin duda cosas positivas, pero no puede justificar un maltrato.
Por eso no creo que esté bien decirle a nuestras criaturas:
-“Este fin de semana tienes visita con tu padre. Ya sé que él te va a tratar mal pero es importante que vayas con él para que sepas quién es”.
-“Es tu madre, la que te ha tocado, y mientras antes te enteres de cómo están las cosas, mejor. Es lo que hay”.
-“Te tienes que ir con tu padre, aunque te maltrate, porque yo tengo que pensar en mí misma”. Como si de un ejemplo de liberación feminista se tratase. La liberación de las mujeres no justifica el maltrato de menores, NUNCA. Son dos cosas completamente diferentes.
Creo que, en cambio, que es mucho más respetuoso y honesto decirles frases como:
-“Sé que no quieres ir a ver a papá/mamá, sé que tienes miedo y si yo pudiera evitarlo lo evitaría. Pero no puedo porque si no te llevo nos separarían para siempre”.
-“Es horrible que tengas que pasar por esto cada semana y estoy luchando para evitarlo con todas las armas que tengo a mi alcance, pero no puedo hacer nada más”.
-“No te mereces el trato que te está dando, nadie merece ser maltratado de ese modo, pero recuerda que eres fuerte y capaz de defenderte”.
-“Este es el padre/madre que te ha tocado, pero ni tienes que aceptarlo ni el asumir su maltrato como normal es bueno para ti. Su maltrato es sólo inevitable en este momento de tu vida, pero no será siempre así. Es importante que sepas que cuando seas mayor podrás poner toda la distancia que quieras con él/ella”.
Por último quería decir que pienso cualquier decisión que una mujer con hijxs tome ante una situación de maltrato debe ser respetada: tanto si decide quedarse en casa para servir de escudo a sus criaturas como si decide irse y salvarse, al menos ella. Eso sí, no encuentro honestas las mentiras y la justificación del maltrato infantil en nombre de “el padre que te ha tocado”.
Hace un par de días escribí un artículo repleto de palabras raras de cuatro soporíferos folios. Casi no me lo leo ni yo, pero necesitaba escribirlo. Doy las gracias a las pacientes lectoras que dedicaron un precioso día vacacional de agosto, no solo a leerlo, sino también a intentar entenderlo, porque ya digo que era espesito. Gracias de corazón a todas ellas. Ahora os voy a hacer un resumen para explicar lo que quería decir y, en un intento de llegar a más gente y de quitarme un poco de pedantería casposa de encima (me pongo muy jartible a veces, lo reconozco), voy a ponerle muchas fotos. Para que nos entendamos, esta es la versión mainstream de lo que colgué antes de ayer.
Allá voy…
Cuando las feministas decimos: «Las guerras y las miserias políticas las realizan hombres», alguien siempre nos responde lo de ¿Entonces Merkel y Thatcher?. Queridos, tal y como voy a mostrar gráficamente, cuando las mujeres entran en política sufren una transición FtM (female to male). Existe, está ocurriendo, y voy a llamarlo el transgénero del poder. Atención a las fotos porque no tienen desperdicio… las palabras mágicas son «traje de chaqueta». Allá voy:
Esta es Margaret Thatcher mucho antes de ser primera ministraAquí ya es «La Dama de Hierro»De anciana, ya jubiladísima, vuelve a los vestidos y abandona el traje de chaqueta.La Hillary primera dama, esposa como Dios mandaAquí ya es Secretaría de Estado, saluda con un apretón de manos ¿Os imagináis que diera dos besos?Es prácticamente imposible encontrar el logo del PP en una imagen oficial asociado a una mujer sin traje de chaquetaOtro ejemploAna Botella estudianteAna Botella AlcaldesaCifuentes en una foto personalCifuentes ejerciendo el poderEn esta evolución de Angela Merkel vemos como el uso del traje de chaqueta llega en el mismo momento en el que ostenta un cargo político
La prensa a menudo usa imágenes donde nuestras políticas lucen aspectos más femeninos para desprestigiarlas:
¿Sabéis que Pedro J. Ramírez se la jugó a Soraya Saenz haciéndola posar para una supuesta entrevista informal en un dominical para después publicar esta imagen en la portada de El Mundo? Se la acusó de frívola, inoportuna y cosas mucho peoresEso sí, nuestras políticas tienen permitido volver a la feminidad siempre que sea para reproducir valores judeocristianos
“No se nace mujer: llega una a serlo” de Simone de Beauvoir y “Es de puta madre ser mujer” de Daniela Ortiz, son dos frases con las que podríamos resumir este artículo.
Ser mujer es la construcción social no opresiva cuyos “defectos” no parten más que de la confianza puesta en que la sociedad y en que el hombre vaya a tratarnos de forma igualitaria. Cuando, hablamos entre amigas y alguna de mis compañeras, o yo misma, contamos alguna discriminación sexista que hemos vivido, es común escuchar la frase “en parte es culpa tuya, por haberlo permitido”. No me gusta esa frase, por muchas razones. Primero porque la palabra “culpa” me eriza la piel, prefiero usar “responsabilidad”. Y en, segundo lugar, porque entiendo que lo que se nos está diciendo es “eres merecedora de esa discriminación por haberte confiado”, como si confiar en la gente que amamos fuese algo malo. Las mujeres no somos ni culpables, ni merecedoras ni, ni mucho menos, generadoras de las discriminaciones y violencias patriarcales. Tampoco somos víctimas pasivas, somos sobrevivientes de un sistema que intenta aniquilarnos, violarnos, aprovecharse de nuestro trabajo gratuito, etc. Ocurre que, cuando la confianza que depositamos en el hombre, en el sistema, viene traicionada, a veces nos damos cuenta del engaño y logramos ser conscientes de que nunca seremos tratadas desde la igualdad ni en pareja, ni laboralmente, ni, en general, como ciudadanas. En ese momento, las mujeres entramos en lo que Lagarde denomina un proceso de luto. Es un proceso, doloroso pero necesario, en el que las mujeres tomamos conciencia de nuestra verdadera posición en el mundo para poder, por fin, empezar a negociar. Cuando alguien nos dice “en parte es culpa tuya por permitirlo” es como si se diera por supuesto que se partía de la misma posición en la negociación o como si se nos estuviera echando en cara el haber sido una mala negociadora o demasiado “buena” (¿Se puede ser demasiado buena o es que me estás llamando tonta? Porque yo creo que el tonto es él). No creo que ninguna mujer verdaderamente consciente de su posición de segunda en esta sociedad pueda decir esa frase y creérsela. Ninguna mujer que haya realizado el luto de saber que su compañero o su jefe la mirarán siempre desde el pedestal del primer sexo, puede creer que las mujeres somos culpables de las violencias machistas.
Y con estas reflexiones no estoy llamando a las mujeres al victimismo generalizado, al contrario, estoy llamando a una negociación consciente. Tampoco estoy haciendo alarde de una receta mágica de estrategias feministas para llegar a la igualdad, entre otras cosas porque no creo que la igualdad sea posible aún. Este artículo pretende ser una propuesta a las mujeres para que lloremos el luto de sabernos el bando con menos artillería y usemos las armas que tenemos (que son muchas) de forma consciente, inteligente y de la manera más conveniente para nuestras vidas. Esto es la guerra, pero no es una guerra de hombres, una de esas en las que se bombardean ciudades, esas de las de Bush o Merkel. No, esta es la guerra de las mujeres y no creo que haya que convertirse en hombres para ganarla, es más, creo que al convertirnos en hombres la perderíamos. Es la guerra donde, hasta el momento, solo han habido bajas de nuestro bando(a excepción de Andy Warhol, muerto a causa de las secuelas del único ataque feminista de la historia) y algunos gloriosos casos de autodefensa. Definitivamente, “la culpa es tuya por permitirlo”, es una trampa lingüística odiosa que no permitiré que me vuelvan a decir.
La segunda falacia que quería desmontar es esa, molesta como una mosca siestera, que aparece en casi todas las conversaciones cuando se habla de política heteropatriarcal y que se hace verbo en la frase: “Pues la Thatcher era mujer”. La Thatcher, al gobernar, no era mujer. La apropiación de una identidad de género diferente a la asignada al nacer no siempre es un acto de subversión política que busca la libertad y la justicia. A veces asumimos identidades de género de forma opresiva. Merkel, Thatcher, Aguirre o Botella no usan testosterona en gel porque no quieren transformar sus cuerpos, pero todas ellas se enfrentaron al rol que les fue asignado al nacer, el de mujer, asumiendo la identidad masculina con fines corruptos. Otra cosa es lo que ellas fueran antes y después de asumir sus cargos públicos. A lo mejor en muchas situaciones fueron mujeres, pero como gobernante son hombres. El género es una construcción social y desde el momento en que las mujeres abandonan la posición de “no opresión” en política están adoptando un rol masculino. La identidad no es una etiqueta fija, inamovible o intrínseca a los cuerpos, no es biológica y no es única. Cada una de nosotras asume decenas de identidades durante el día: la de alumna, madre, paciente, hija, hermana, abogada, blanca, gitana, precaria… Somos la suma de muchas identidades que podemos ir cambiando con bastante flexibilidad. La sociedad asume estos cambios de rol con naturalidad hasta el momento en el que la asunción de un rol se convierte en subversión. Merkel no es mujer cuando gobierna y al patriarcado no le molesta (demasiado) que subvierta su rol de género porque está sirviendo para perpetuar otros valores opresivos de raza, clase, etc. Pero, por ejemplo, sí le molestaría que subvirtiera su género hormonándose con testosterona porque el vello corporal y otros rasgos físicos pondrían de manifiesto el absurdo de la asignación de los géneros al nacer por razones esencialistas y biologicistas. Por tanto, el ir en contra del género asignado al nacer, aunque en un principio nos parezca un acto de subversión por definición, puede llegar a ser un acto de perpetuación de valores opresivos si, transversalmente, se alía con identidades de clase, raza, especie, edad, etc.
Por otro lado, una vez más nos damos cuenta de cómo el uso del lenguaje suaviza la lucha hasta camuflarla y finalmente cancelarla. Cuando el feminismo denuncia las violencias heterosexuales aparece la palabra “heterocentrismo” como si la heterosexualidad fuese mala pero sólo si se abusa de ella. Cuando denunciamos el coito como fuente de control del cuerpo de las mujeres a través de la reproducción, de la dificultad de acceso al placer y como base de contagio de enfermedades, aparece “coitocentrismo” para avisarnos de que el coito es malo, pero solo si se abusa. Cuando denunciamos que el rol masculino, el ser hombre, es por definición el ostentar la posición opresora, nos venden los términos “nuevas masculinidades”, “hombres por la igualdad” o “hembrismo” para decirnos “también hay hombres buenos y mujeres malas”.
Basta, empecemos a llamar a las cosas por su nombre.
Hay frases prohibidas. No podemos decir Esperanza Aguirre es un hombre aunque se comporte como tal (y ser hombre no se nace, se llega a serlo, lo recuerdo por si alguien se despista). Eso no se puede decir porque conviene que creamos que se puede ser mujer y ser opresora. Pero la cuestión es que Aguirre no es opresora por tener útero. Ni si quiera es opresora por ser mujer en algunos momentos de su vida. Es opresora por ser hombre mientras gobierna, por ser rica, por ser blanca, o por ser adulta, pero nunca por ser mujer. No se puede ser mujer y opresora porque es una contradicción lingüística y conceptual. Tampoco podemos decir que existen “hombres maltratados” no porque no haya hombres que estén siendo maltratados sino porque no están siendo maltratados por ser hombres. Estarán siendo maltratados por ser negros, pobres, inmigrantes, tímidos, discapacitados, etc. pero no por ser hombres.
La Thatcher y la Cospedal, en cuestión de raza, son blancas, y por tanto racistas, en cuestión de clase, ricas y por tanto, clasistas, en cuestión de género, hombres y por tanto machistas. En su vida privada no tengo ni idea de lo que son, pero como gobernantes lo tengo muy claro. Para mí es esencial empezar a identificar el rol social con la discriminación que provocan. Es lo mismo. No hay blancas buenas, si somos blancas estamos adoptando el papel de opresoras y una vez más no es una cuestión de culpa judeocristiana, no debo pedir perdón por ser blanca, ni siquiera por las atrocidades que mis antepasados y mis coetáneos realizaron como colonizadores. Pero sí debo ser responsable y consciente de mi posición de opresora y no decir tonterías como: yo soy blanca pero no provoco racismo. Podrás estar incluso en contra del racismo, podrás tener una hija negra adoptada e intentar asumir su problemática como si fuera tuya, podrás intentar subvertir tu rol a través de la transracialidad, pero te guste o no, la identidad que te asignaron al nacer te perseguirá el resto de tu vida en forma de opresión hacia las personas no-blancas.
Por último quería explicar que no creo en el binomio biológico versus social. Somos socialmente biológicos y biológicamente sociales y lo ético, a mi entender, es ser mejor en cuanto nos acercamos a las identidades no opresoras. Creo en la identidad como ente político exento de cuerpos y personas desde el punto de vista subversivo pero no desde un punto de vista factible a corto plazo y es imprescindible que tomemos consciencia de quiénes somos, nos guste o no, a ojos de la sociedad.
Pide disculpas al padre de Marta del Castillo. A la madre no. Así están las cosas. Cuando ofendes a una víctima de violencia de género le pides perdón al padre y ya está todo arreglado. No hace falta que pidas perdón al resto de mujeres supervivientes de violencias machistas o a la madre que la parió, no, le tienes que pedir perdón al padre. Esto me recuerda a aquel primer vídeo de El Cazador Cazado en el que unos acosadores sindicalistas le piden perdón a mi marido después de haberme acosado a mí.
Las cosas de Internet van rápido. Lo mismo mañana cambia todo el panorama pero dudo mucho que Soto dimita y que Zapata vaya a pedir perdón a las mujeres, ojalá me equivoque. Ha pedido perdón a las víctimas del terrorismo y a las del holocausto y se ha apresurado a afirmar que no es ni proetarra ni antisemita, pero ni una palabra del machismo que desprenden algunos de sus mensajes en Twitter. Me da igual el contexto, estoy del contexto hasta el coño. Si eres hombre no puedes hacer un chiste sobre una pobre niña estrangulada a la que no hemos podido aún ni dar sepultura. No puedes. Malena Pichot lo dijo muy claro: es muy difícil que el hombre blanco cuente un buen chiste porque es el que tiene la culpa de todo. El humor siempre hacia arriba y hacia dentro, jamás hacia abajo, porque si no es opresión, tal y como apunta Brigitte Vasallo.
Pero lo que más triste me pone de todo esto es ver como Soto ha salido de rositas, como todas las críticas que ha recibido han sido centradas en sus declaraciones contra Gallardón sin que haya tenido que pedir disculpas específicas a las mujeres por haber dicho lindezas tales como aquello de “tiremos la puta al río” o que a las mujeres nos apesta el coño. Debe pensar que su polla huele a lavanda, así que le recomiendo este vídeo.
¿Por qué Zapata dimite y Soto no? Pues porque Zapata ha hecho humor antisemita y proetarra y Soto humor machista y en el ranking de incorrección política lo de meterse con las mujeres no ocupa los primeros puestos. Desde las cuentas antifascistas, de hecho, preguntan que qué problema hay con Soto, que tampoco ha dicho nada malo.
Estos tíos no me representan y me da mucha pena ver a feministas con la cabeza muy bien amueblada justificando acciones que no le consentirían a ningún otro tío solo porque estos son “camaradas”. Por favor, que esta nueva izquierda me devuelva a mis compañeras , las echo de menos.
Cuando tenía 15 años y me iba a comer el mundo siempre me decían: «con el tiempo se te pasará». Voy a cumplir 40 este mes y ya no tengo ganas solo de comerme el mundo, ahora quiero comérmelo entero y, además, cagarlo después. A mis 15 no me habría atrevido a llevar el peinado que llevo hoy por miedo a que los adultos estuvieran en lo cierto. No decía tantas palabrotas como ahora, no gritaba tan fuerte, no arrasaba a mi paso del mismo modo que lo hago ahora. Estoy llena de fuerza, la adolescencia no se me pasa, solo se me empecina. Dejarse ser… cada minuto que pasa la radicalidad me envejece: soy más y más vieja, más y más incómoda. Y miro el miedo de la mayoría de las personas que me rodean y como educan a sus criaturas en la obediencia y ya ni siquiera pueden tocarme. Incluso cuando me dañan no me tocan. Tocáis mis derechos, pisoteáis mi identidad, dañáis a mis hijxs, hacéis todo eso, es verdad, pero nunca, nunca, nunca conseguiréis que deje de engullir el mundo sin masticar. Y no durmáis tranquilos porque, cada noche, antes de ir a dormir, acuno con besos de amor a dos criaturas a las que crezco con con dolores enormes sí, pero regándolas con cuentos que son la semilla de las pesadillas de vuestras crías opresoras, burdas y vulgares. Mira a tu hijo. Luego mírame a mí. No dormirán tranquilos, no les dejaremos hacer.
El hijo del obrero a la universidad era lo que la generación de mis padres gritó y consiguió. Yo fui a la universidad sí, pero hoy me pregunto ¿cuál era el objetivo? Lo que mi familia pretendía era que yo “no pasase por lo que ellos tuvieron que pasar”. Lo que el obrero quiere es que su hijo deje de ser obrero. La clase obrera quizás quiera derechos para la clase obrera, así en general, pero en particular, para sus hijos, lo que quieren es que pasen a ser clase media. Asimismo algunos chicanos intentaban que sus hijxs no aprendiesen español porque sabían que el bilingüismo solo les cerraría puertas en un país racista como EEUU. Quizás quisieran derechos para la población inmigrante pero sobre todo querían que sus hijos fueran lo menos parecido a un inmigrante que les fuese posible. Y así educamos, intentando salvar el culo de nuestra prole, sin darnos cuenta de hasta qué punto perpetuamos el círculo vicioso del que no saldremos hasta que no cambiemos el punto de vista.
La educación suele consistir en convertir a nuestras criaturas en el modelo opresor para intentar salvarlas de la opresión.
Obama no es un presidente negro. Obama es blanco. Viste como un blanco, habla como un blanco, estudió donde estudian los blancos y oprime de la misma manera en la que oprimen los blancos. Para que nos entendamos, quizás sea negro pero no se le nota.
A las niñas les ponemos películas Disney de última generación, de esas que han cambiado a la Cenicienta por la Indomable. Les hemos dicho: “Convertíos en guerreras” y eso en principio nos pareció un buen plan. El problema es que si seguimos por ahí nos van a salir rollo Esperanza Aguirre o Angela Merkel… es decir, hombres. No hay mujeres en política, es mentira. Para ser política tienes que ponerte un traje de chaqueta, a ser posible negro o de un color aburrido, y tienes que dejar de saludar dando dos besos. Si quieres ser política debes dar la mano al saludar, como hacen los machotes. ¿Qué queréis que os diga? Si hay mujeres en política, no se nota que lo son.
La cuestión no está en vestir a las niñas de guerreras, la verdadera revolución está en vestir a los niños de princesas. Eso es lo difícil. Las mujeres no hemos logrado hacer política aún porque el hecho de que un ser humano con útero y vagina ostente el título de presidenta no significa que lo esté ostentando una mujer. El género es una construcción social, por tanto entenderé que el verdadero éxito feminista habrá ocurrido cuando una persona lleve un vestido rosa de purpurina y lazos y dé dos besos en las recepciones oficiales mientras pregunta cómo está la familia independientemente de la forma de sus genitales.
Nos demonizaron la feminidad diciendo: “Las mujeres, muchas veces, también tienen culpa del machismo”. Nos acusaron de perpetuarlo a través de la educación, de ser complacientes, de ser consentidoras, de representar un rol construido de la misma pasta que el antagónico, el masculino. Pero las cosas no son así si las miramos desde la raíz.
Palabras raras… estoy harta de mitos lingüísticos que restan radicalidad al feminismo: el problema no es el coitocentrismo, es el coito porque es una práctica relacionada con la reproducción que dificulta enormemente el placer femenino y expone el cuerpo de las mujeres al control patriarcal y a enfermedades que no contraeríamos con cualquier otra práctica. El problema no es la heteronorma, es la heterosexualidad en sí, no entendida como la relación sexual entre un cuerpo con pene y otro con vagina sino como un régimen político que establece el orden amo/esclava. No existen los micromachismos porque no hay discriminaciones invisibilizadas por la cultura, hay personas no escuchadas, de hecho el término micromachismo lo inventó un hombre blanco con estudios superiores. Además las discriminaciones a las que el término en sí hace referencia llevan siglos siendo enarboladas por nuestras madres y abuelas desde los hogares con el “me tenéis hecha una esclava” y a nadie pareció importarle hasta que se escribió desde una universidad.
Lo estamos haciendo mal, en la feminidad no hay nada de malo. Es la masculinidad el problema. Igual que es falso y simplista decir “los gitanos no se integran porque no quieren” es también de necios decir “las mujeres tienen parte de la culpa de que este mundo sea tan machista”. Un gitano no se integra porque el término integración presupone la aceptación de un sistema de payos, es decir, un sistema de mierda porque es el sistema del opresor. “La cultura gitana es muy machista y muy retrograda”, sí, puede ser, pero resulta que eso es precisamente lo que tenemos en común con ellos. La razón de por qué no se “integran” es porque no quieren dejar de ser lo que son, no quieren convertirse en blancos opresores de mierda y yo les aplaudo por ello. Y de la misma manera yo no tengo ganas de dejar de ser mujer y de convertirme en hombre porque un ser humano complaciente no es un ser malo, el ser malo es el que vive aprovechándose de la complacencia ajena.
Las mujeres no perpetuamos el machismo, las mujeres resistimos negociando como podemos con un mundo hecho a la medida del macho. Y de igual manera lo hacen el resto de identidades periféricas. El rol de mujer es reconocido, existe en las reglas del juego, pero hay además todo el amplio abanico de personas que se sitúan en identidades no binarias que tampoco participan de la construcción del machismo, por mucho que quieran hacérnoslo creer. Ni si quiera las butchs o un hombre tansexual. El macho es Esperanza Aguirre no la camionera que te sirve copas en Chueca, no nos equivoquemos. Y es que podemos adoptar la masculinidad para subvertirla. Para mí un hombre trans es al feminismo como una abogada nigeriana que lucha por los derechos de los inmigrantes en el sistema judicial europeo, es alguien infiltrado en el bando enemigo. El otro día leía en Facebook el estado de un hombre trans que decía algo así como que no tenía ningún interés es identificarse con la masculinidad cis. Bingo, pensé, esa es la clave de todo.
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