En el coche buscando aparcamiento. Iván, desde el asiento de atrás, lee en voz alta:
—A-par-ca-mien-to-re-ser-va-do-a-mi-nus-vá-li-dos… Aparcamiento reservado a minusválidos… Minusválidos… minus… válido… minus… ¿Minus? ¡MINUS! ¿MINUS DE MENOS? ¿Menos válido? ¿Qué? ¿Una persona es menos válida por ir en silla de ruedas?
Inicia su proceso de indignación política. La familia ya está acostumbrada pero igual nos encanta volver a presenciarlo:
—¡Qué mala educación! ¡Decirle eso a alguien sólo porque no puede andar! Pues ¿sabéis que os digo? Que el “minus-valido” es el que se inventó la palabra.
El padre muerto de risa, en inglés para que él no se entere:
—Algo debemos estar haciendo bien, tía.
Pasan los días y de vez en cuando se acuerda:
— Muy bien, vale, pues por esa regla de tres Stephen Hawking es un ultra-válido ¿no? Porque es más inteligente que mucha gente que yo conozco.
Siguen pasando los días, la indignación continúa pero ya más asimilada. Se planta en una silla de la cocina:
—¡Oh! Soy un pobre mayusválido en su silla sin ruedas. Ayudadme, que puedo caminar.
Se descojona sólo. Y así.